El afortunado

El afortunado no sabía de progresos, de políticas, de corrupciones. No estaba enfurruñado por las noticias que todos oímos a diario, ni siquiera las deportivas, que tan preocupados llevan a todos. Desconocía términos tales, como: prima de riesgo, papeles de Panamá, etc. Aunque no por ello era ajeno a lo que ocurría en el mundo. Aunque la verdad, es que el mundo quedaba muy lejos. Solo un par de veces en su vida había ido a una gran ciudad. Una, cuando le tocó hacer el servicio militar. Lo mandaron a Madrid, desde Extremadura, experiencia dura, para quién acude del pueblo y va a caer en manos de cuatro mierdas, aunque los problemas se acabaron el día en que el afortunado estampó la cabeza del más lanzado contra la puerta de una taquilla, le costó un arresto largo, pero nunca más se metieron con él. Los cobardes ya se sabe.
La otra vez que acudió a la ciudad, fue cuando su madre enfermó. El médico del pueblo le aconsejó que se dejara ver por un especialista, y la mujer accedió, a pesar de las reticencias de su hijo. Cuando se pusieron en sus manos, apenas dos semanas después, la mujer falleció, sin apenás dar tiempo a su hijo a despedirse.
Desde aquel día, el afortunado se cuida bastante de acercarse a los señoritos de la bata blanca. El se cuida con hierbas, las que usaba su abuela, su madre, y que conocían todas las mujeres de la serranía. 
¿Quién sabe de la vida tanto como para asegurarla? Para vender soluciones a la vejez, al paso del tiempo, a lo que se termina. ¿Acaso no se mueren todos los animales? Los árboles, las plantas del huerto, de las macetas. Todo se muere cuando le llega su hora. El afortunado lo sabe bien, por eso no sufre por lo que vendrá, porque lo que es, no se puede cambiar.
El afortunado sabe de campo, de sus animales, de sus perros y gallinas. Sabe del viento y de las nubes, conoce canciones, historias que se cuentan los pastores en  invierno, historias que observa. Con los años acumula un pozo de sabiduría, que nada tiene que ver con el estudio, con charlas ni imposiciones. 
El aprendizaje de la observación y de la herecia lo da todo. Así la vida es más clara, los problemas se alejan, con la misma rapidez que las preocupaciones del que tiene la vida plena.
De ese modo es la vida del afortunado. De ese modo la cuento. Le observo una  vez cada tres o cuatro meses, con su rebaño, sus perros, su viento, sus canciones y su vida.
Y en esos momentos, querría
querría ser él para toda la vida.


Yorick.

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