CORONACIÓN

No se podía engañar a nadie, aquel niño, definitivamente era idiota, pero aun así, nada ni nadie impediría que se le entregara el mando del país ¿Quién pondría en duda su derecho a la corona, siendo el vástago del rey y su único hijo? Ministros y nobles que contaban con el apoyo del rey, frotaban sus manos, presintiendo la llegada de un futuro donde saquearían el país a su antojo, donde el retraso del soberano les entregaría las llaves de la nación cuyos designios y previsibles infortunios estaban de sus manos.
¿Y el pueblo?
¿Qué pueblo? -diría el primer ministro- bastante tienen ya con que no echemos el ejercito a la calle. Cuentan con la benevolencia de la corona, que los protege y les deja trabajar las tierras.
El destino de millones de personas estaba sellado en manos de bandidos y asesinos que en nombre de dios y el rey pasarían a cuchillo a cualquiera que tuviera la osadía de levantar siquiera la mirada ante ellos.

Y a esto lo llaman civilización. A la crónica de esta ignominia lo llaman historia. Un cuento para analfabetos que creerán a pies juntillas la grandeza de un gobierno por sujetar unas fronteras que parcelan el coto de sus rapiñas, frente a otros como ellos, que hacen lo mismo en su propia tierra. Todos esforzados en perpetuar la explotación y la sumisión de sus pueblos y sentirse poderosos, saboreando el gesto morboso que quita u otorga la vida a cualquiera de sus temerosos súbditos.

La humanidad hace tiempo que alcanzó la cota máxima de ruindad a la que se puede llegar como raza. Ni aun viviendo tres eras se podría superar, un animal que destruye todo lo que toca, que se propaga como una enfermedad sometiendo al planeta a una agonía despiadada. Una alimaña que excreta en su propio cubil y que juega a ser dios mientras retoza en sus propios excrementos.
El regalo de la vida desperdiciado para servir, para saciar los caprichos de otros y conformarse con las migajas que caen de las mesas opulentas. No se quien es más despreciable, quien tiene el poder en sus manos o quien se lo otorga secundando sus ruindades, satisfecho de servir hasta las últimas consecuencias. En este juego infernal, apuramos la existencia, buscando escondites en la mentira de una vida que nos ofrecen disfrazada de normalidad. Aguantando, soportando calamidades, viendo pasar ante nuestros ojos a generaciones enteras de inútiles que ostentan el poder, a pervertidos y depravados sacerdotes, a reyes que presumen de ser el que más desprecio tiene por su pueblo. Mientras ríen a carcajadas, sumidos en la histeria hilarante que les produce el saber que hagan lo que hagan, otros les seguirán encumbrando.


Yorick.

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