Pequeños dictadores


Estoy harto de ser juzgado. Harto de que pequeños bastardos fascistas que se nombran a si mismo como ciudadanos, de una sola mirada que te echen, decidan que no eres digno siquiera de ser saludado. Que se atrevan a ignorarte haciendo como que no estás, como si fueras invisible, o insignificante para ellos. No voy a hablar en este escrito, del porqué pueda creer yo que se comportan de ese modo, creo que a lo largo de los años ya he profundizado bastante en este fenómeno. Hoy he venido a insultar, a despreciar y a hacerme oír, respondiendo a esa beligerancia que se genera de su desprecio, dando fe al dicho: "la violencia genera violencia"
Y sí, es violencia hacer como que no ves a los que te rodean, evitar sus miradas, omitir ayudarles o mirar para otro lado.
En estas sociedades modernas, en estas ciudades asfixiantes que semejan enormes calderos de mierda ¿Qué clase de estúpido puede creerse más que los demás? Sobre todo cuando su triunfo viene de tener más poder adquisitivo o de estar rodeado de bienes materiales. Alguién que reduce su vida a obedecer y cumplir y que es recompensado con monedas, que compran su pensamiento y su valor ¿Puede creerse de veras que es un ejemplo para todos? Alguien que huye de los problemas ajenos, que reza a dioses burgueses rogándoles que nada turbe la paz artificial de su hogar ¿Puede estar en posición de despreciar a los demás?

Hace años, en uno de los primeros trabajos que tuve, conocí a un hombre, no era el único de su clase, pero unas circunstancias me llevaron a oírle decir: "Yo soy un buen cristiano porque pago mis impuestos y a mis hijos no les falta de nada"
Esta perla, me la soltó, porque yo le increpaba su comportamiento inhumano ante un accidente laboral de un compañero y amigo. Fue uno de los seres más falsos y despreciables que he conocido en mi vida. Sus valores eran tan abyectos que estar cerca de él producía arcadas. El colmo fue, que dejé de hablarle, y el tipo que era encargado seguía prefiriéndome para llevarme con él a los trabajos que dirigía que a otros. Yo me negaba, pero en vano, si quería seguir trabajando tenía que ir con él. Decidí hacerle ver el profundo desprecio que me provocaba, hicimos varios viajes por la península, a diferentes montajes, yo solo hablaba cuando era necesario para el trabajo. Cuando íbamos en el coche, me ponía auriculares con música y durante el trayecto que duraba horas, no decía ni una palabra. Y aun así me seguía prefiriendo. En el fondo era un inútil, y prefería sacar el trabajo adelante, comiéndose mi desprecio que quedar como tal ante los jefes.
Esta temprana experiencia me puso en guardia contra estos individuos que se extienden como la mala hierba, pero pasado los años, no puedo evitar seguir cabreándome cada vez que me cruzo con alguno, y esto ocurre casi a diario. Si todo el mundo, no trata de darse cuenta de lo que ocurre, tenemos un problema. Si seguimos renunciando a nuestra humanidad ¿Adónde llegaremos? ¿Es necesario que ocurra un tremendo terremoto para que la gente se ayude entre sí?
Si es así, más vale que llegado el caso, no haya ningún superviviente, porque mereceremos todos perecer bajo los escombros.

el reverendo Yorick.

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