PACO, EL BOMBERO CONDECORADO.


-¡Coño, por fin! Ahora se va a enterar la mosquita muerta ésta de lo que es un tío de verdad, le voy a dar lo suyo. Paco se dirigía al todo-terreno sumido en sus pensamientos, satisfecho consigo mismo, tras meses de “acoso y derribo” había conseguido que la camarera del restaurante de la gasolinera, accediera a salir con él un sábado. Abrió la puerta del coche, apago el “Walkie” y encendió la emisora del coche, arrancó y enfiló la carretera que subía en dirección a la sierra. Encendió un cigarrillo y se quedó un instante mirando la cajetilla de tabaco, donde había apuntado el número de teléfono de Lucía. Mira que está buena la niña -pensó- mientras notaba un cosquilleo en la entrepierna, una sonrisa maligna asomó a su rostro, rememoraba las conversaciones estúpidas que había tenido que tragarse sobre pintura, teatro, cine...y todo por un revolcón. Menudas gilipolleces que le gustaban a esta tía, seguro que después del sábado, sus gustos cambiaban. Sonrió para sus adentros, cuando una llamada de radio lo sacó de sus pensamientos:

-Alfa 1, Alfa 1, aquí base ¿Cuál es su posición?
De mala gana descolgó el micro de la emisora.
-Aquí Alfa 1, voy camino del Pico Pardo, haciendo la ronda.
-Bien Alfa 1, después de pasar por la torre, diríjase al valle por la pista norte, en el Pla hay una columna de humo, vaya a comprobar que es.
-Recibido base, informaré cuando llegue, corto y cierro.

De mala gana y con desprecio Paco arrojó la colilla encendida por la ventanilla. Mierda de trabajo -pensó- y ahora a correr, y controlado encima, con lo a gusto que estaba.
Llevaba 18 años en las brigadas contra incendios, en vigilancia y prevención, y pese a ser de los pocos que era fijo en plantilla y no pringarse nunca directamente con el fuego, despreciaba su trabajo, despreciaba a sus compañeros, despreciaba el monte de mierda, y a todos aquellos imbéciles que venían como moscas con sus mochilas y sus cámaras fotográficas. Siguió maldiciendo a todo el mundo mientras aceleraba violentamente camino de la cima.

Al llegar arriba toco el claxon, el guarda el hizo una señal con la mano y comenzó a descender de la torre. -Coño Paco ¿Tú no librabas hoy? Le dijo el guarda dándole una palmada en la espalda. -No me jodas macho, que no estoy para bromas. -Anda relájate, invítame a un cigarro hombre, que no te estiras ni en la cama. -¡Oye! Que me quedan tres y tengo que ir al Pla. -¡Ah! Por la columna de humo, sí, yo dí el aviso. -Serás pelota, mira que te he dicho veces que mires para otro lado. -Anda no te enfades y ven a la caseta, que te invito a una cerveza, seguro que es un cateto quemando rastrojos. Paco le echó una mirada despectiva mientras lo seguía dentro.

Al cuarto de hora informó a la base de que iba en dirección al Pla, a comprobar la columna, tardaría unos veinte minutos en bajar por la peligrosa carretera plagada de curvas y barrancos, cogiendo una de ellas, encendió el último cigarrillo y arrugando la cajetilla la arrojó por la ventanilla hacía el barranco.
Antes de llegar al Pla, ya sabía que aquello no eran labriegos quemando rastrojos, el fuego subía por un pequeño monte que arrancaba al otro lado del Pla. Paco calculó mentalmente la dirección del fuego, y si no cambiaba el viento iba directo al río que cruzaba el valle de atrás, lo que frenaría el fuego. Aviso a la base y recibió orden de permanecer allí hasta que llegara la brigada de guardia, una media hora, que retrasaría su salida a tiempo del trabajo.
Maldiciendo se echo mano al bolsillo en busca de tabaco, cuando se acordó que no le quedaba. De repente, se quedó paralizado un segundo ¡el teléfono de Lucía! Estaba apuntado en la cajetilla que había arrojado por la ventanilla ¡ME CAGO EN MI PUTA MADRE! Chilló a pleno pulmón. Lucía ya no volvía hasta el lunes y la cita era para mañana sábado, para cuando pudiera volver a la gasolinera ella ya se habría marchado. Odiándose a si mismo tomo la determinación de volver sobre sus pasos cuando llegara la brigada, para buscar la cajetilla, estaba seguro de recordar la curva donde la había arrojado. Mientras esperaba a sus compañeros se quedó tranquilamente sentado en el coche, sabía que en la dirección del fuego había un par de masías, pero quiso suponer que desde ellas también se vería la columna de humo y que no merecía la pena el esfuerzo de acercarse por allí.

Los dos coches llegaron al poco tiempo, los hombres bajaron y empezaron a descargar el equipo, el jefe de la brigada se acercó al coche de Paco. -Que hay ¿Has controlado la dirección del fuego? -Sí, va hacía el río. -¿Avisaste a las casas que hay por allí? -¡No me jodas Rivas! El fuego se ve bien desde todos lados, he creído más importante quedarme aquí y advertir a los coches que pasaran por el Pla. -¿De qué coches hablas? Por aquí no pasa nadie. Acércate a las masías a ver si necesitan algo. -De eso nada. -dijo Paco cerrando la puerta del coche con un golpe. -Yo me voy, mi turno ha terminado, y además esto lo tenéis controlado.
El jefe de brigada lo miró con desprecio. -Haz lo que te salga de los huevos, como siempre, la previsión dice que el viento está al cambiar. Diciendo esto se volvió hacía sus hombres y comenzó a dar órdenes.
Paco mascullando un insulto, subió en su coche, y a todo correr volvió sobre sus pasos.

Eran cerca de las 7 de la tarde, Paco había parado en dos curvas pensando las dos veces que lo había hecho en la correcta, sin haber encontrado la cajetilla. Estaba de un humor de perros, maldiciendo su estupidez, por haber tirado el paquete por la ventanilla. Había apagado la emisora del coche, desde la que no habían dejado de llamarlo reclamando el vehículo. El incendio, según lo que había oído por la radio, había cambiado de dirección y se dirigía a toda velocidad hacía el Pico Pardo, donde se encontraba él.
Aparcó el coche junto a otra curva, que también le era familiar, estaba empezando a oscurecer y sabía que estos barrancos, pronto se sumían en la oscuridad. El terraplén era muy escarpado, comenzó a deslizarse con los pies por delante camino del fondo, donde se apreciaban algunos desperdicios de colores, seguro que uno de ellos era su cajetilla, la cogería, escalaría el terraplén, y se largaría de este maldito monte, que ojalá ardiera entero. En estos pensamientos estaba Paco, cuando resbaló de repente y salió rodando pendiente abajo.
Cuando se despertó había oscurecido del todo. Le dolía todo el cuerpo y especialmente la pierna, que debía tener rota. En la cara tenía unos chorretones de sangre viscosa y apelmazada que manaba de un corte en su cabeza. Y para empeorar las cosas había caído dentro de una enorme zarza que lo retenía y lo desgarraba cuando intentaba moverse. Olía a humo, y escuchó pasar algunos coches por la carretera, pero nadie sabía que estaba allí abajo. A pesar de su coche de prevención de incendios aparcado en la curva, Paco sabía bien, que nadie supondría que estaba por allí cerca, el caos que se forma en los incendios evitaría que nadie se acordara de él.
¿Porqué no cogería el “Walkie”? Se preguntaba Paco, y todo por culpa de aquella estrecha putita de camarera, si no se hubiese hecho de rogar tanto nada de esto hubiera ocurrido ¡Hija de puta! ¡Así reviente con sus putos museos!
Paco intentó moverse, creía que podría zafarse de las caricias de la zarza y aguantando el dolor trepar por el terraplén. Tenía que darse prisa, un aire sofocante subía por el barranco, y un resplandor rojizo se acercaba entre los montes.

¿Cuánto tiempo había estado peleando por librarse de la zarza? Paco se hacía ésta pregunta tirado boca arriba entre las rocas, lo había conseguido, pero estaba exhausto. El humo casi no lo dejaba respirar y no veía nada a su alrededor, calculaba que no se habría movido más de cinco o seis metros, y sangraba por todos los desgarrones y arañazos que le había producido el matorral. Buscó instintivamente el tabaco en su bolsillo, solo estaba el mechero. Por un momento había olvidado que toda su desgracia era aquel maldito paquete de cigarrillos. Sacó el mechero del bolsillo, lo encendió para mirar la hora en su reloj, y allí, al lado de su cara, sucia y arrugada, estaba la cajetilla, con el teléfono de Lucía.
Se quedó tumbado riendo y tosiendo por el denso humo que poco a poco lo fue envolviendo y asfixiando al mismo tiempo.

Al día siguiente se constataría su desaparición, y al cabo de unos días, cuando el incendio fuera controlado, encontrarían su cuerpo carbonizado al fondo del barranco.
Los periódicos dirían que había dado su vida luchando contra el fuego, y quién sabe, tal vez, hasta le dieran una medalla póstuma.

el reverendo Yorick.


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