Pepe "el guarda"

Estaba leyendo un libro de Alfonso Grosso, cuando un recuerdo agrio se me vino a la boca y a la mente, un recuerdo de la infancia, allá en Huevar del Aljarafe, el recuerdo temeroso de un tipejo inquietante y turbador:  Pepe "el guarda".
Había oído muchas historias sobre él, historias contadas casi en murmullos, que hablaban de posguerra y miedo, a lo ojos de ese niño que una vez fui, su imagen se tornaba la de un gigante terrible y despiadado. ¿Acaso no lo era? Vivía en la misma calle que mi abuela y mis tíos, le veía pasar calle abajo, camino del campo, con su escopeta, su gorra, y sus gafas rayban, de esas que ahora, puestas de moda, llevan chicas con cara de malos. Le acompañaba un perro setter irlandés, y parecía que a su paso, hasta las moscas de la calle se escondían. Nosotros, los chiquillos, cuando le veíamos nos escondíamos, en silencio, aterrados, sin saber porqué.
Se hablaba de la guerra casi en susurro, de la posguerra lo mismo, y de odios y resentimientos que se hacían sombras amenazadoras. Una vez oí contar a mi tía y a mi madre un episodio que le pasó a la primera. Andaba la mujer recogiendo aceitunas, robándolas  para llevarlas a casa, una bolsa, quizás dos, que más da, cuando tus olivares se acercan al término de Sanlucar. Mi tía subió al olivo, y se quedó enganchada  en una rama delatora, que la cogió por la espalda. Estaba sola, y empezó a gritar, para que alguien la ayudara. Pero el sino de los pobres quiso que no fuera otro que el guarda el que pasara por allí. Imagino que relamiéndose de gusto el muy hijo de puta, se sacó el cinto, y le dijo a mi tía que le quitaría las ganas de robar aceitunas. Le estuvo dando correazos hasta que se cansó.
A mi me aterraba este hombre, y también tuve que vérmelas con él, bueno, yo fui el único que no rendí brazos ante su grito de ¡Alto! y corrí, y corrí, llorando y esperando un tiro por la espalda, que nunca llegó.

Fue mi primo Antonio, quién nos metió en aquel lío, juró y perjuró que la higuera que crecía a la misma orilla del regajo "cagueta" era de su padre. Era mentira. Pero el lugar era agradable, en un verano inmisericorde andaluz, así que acudimos varios niños ha hacer una cabaña entre sus ramas. Mi hermano, mi primo, otros niños y yo, debimos de ir varias veces, porque una de ellas, recuerdo que me caí de la higuera, yo era el más pequeño, y foco de las burlas de los demás.
 El día que nos sorprendió el guarda, a su grito, todos bajamos del árbol, pero yo, paralizado de miedo, no esperé a que se acercara, empecé a correr, atravesando un largo campo plantado de girasoles. Girasoles enormes, que con su vello maldito, marcaron mis brazos y piernas. Yo pensaba en mi madre, en su refugio, y corría y corría, y lloraba. Pero no me paré, imaginaba al maldito perro y su dueño persiguiéndome a través del bosque de girasoles. No fue así, después de interrogar al resto y de echarlos de allí, continuó su acecho por los campos. Todo lo que había oído sobre él, me hizo temerlo, y me hizo correr aquel día.No se cuantos años tendría yo, pero lo que de alguna manera sabía ya, era que esa no era mi gente, que no los quería, y que para el resto de mi vida serían mis enemigos. Y que nunca me entregaría a ellos.

el reverendo Yorick.

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