Epístola confesional a Félix Grande






Maestro:

Se de antemano lo inútil de esta misiva, ahora que tu muerte es un hecho. Un hecho aceptado, e incluso esperado, dado el implacable paso del tiempo. No por ello, deja de ser doloroso, ni evita que una sombra de pesimismo me nuble el alma.

Nunca estreché tu mano maestro, aunque si puedo decir que te vi y te oí recitar en persona, con esa voz tuya cálida y acogedora, que me envolvía como una manta en una noche de frío invierno. Para mi sorpresa, no recitaste ninguno de tus poemas. Te dedicaste, como si estuvieras entre amigos, a hablar, a tomar prestados algunos versos de Antonio Machado, y a sugerir bellas disposiciones sobre la existencia, además de recomendar una lectura, que me abrió otras puertas para una insaciable búsqueda:
-Vida de Manolo- de Josep Plá. Una entrevista desenfadada al escultor Manolo Huguet, de la mano experimentada de Plá. Una delicia literaria.
Desde ese día, sin tu saberlo, nos hicimos íntimos, aunque he de confesar, que la escucha cuando era niño del disco: Persecución. Fue lo que hizo que tu nombre se clavara en mi memoria. Aquel estremecedor relato sobre el dolor y el sufrimiento del pueblo romaní, rematado por lo demás, con el impresionante cante del “Lebrijano”, hizo que un vínculo de simpatía te guardara dentro de mí.
Así con los años fui atesorando tus libros, y digo atesorando, porque muchos de ellos, ya eran difíciles de encontrar. En cada uno de ellos, yo buscaba el mapa del tesoro, escarbaba entre líneas, siguiendo pistas etéreas que me dirigieran directamente al corazón del poeta. Pero la orfebrería de tu verso y tu prosa, me encandilaban, haciendo que me perdiera extasiado entre ellos.

Qué solo puede estar uno en el mundo. A pesar de vivir en un tumulto humano constante. Tu fin, y el de otras personas, a las que como a ti, uno se allega, hace más difícil este doloroso camino, “la lagrima testaruda” que dijo Luis Rosales.
Me enteré de tu muerte al día siguiente, estaba solo en casa, y tras unos momentos en los que me quedé petrificado, abrí una botella de vino, puse un disco de Camarón de la Isla, y brindé por tu memoria. El vino, tu recuerdo, y el cante, me hicieron llorar. Me entraron ganas de apretar la copa hasta reventarla, como tu contabas en uno de tus libros, para luego beber mi propia sangre, tal vez, para sentir lo mismo que tía Anica “ La Piriñaca” que solía decir: “Cuando canto a gusto, la boca me sabe a sangre”
En vez de eso cogí la libreta, y con la rabia que me dio el cante y el vino escribí un amago de poema dedicado a ti. Muy lejos de lo que tu entenderías por poesía, pero muy cerca de lo que mi poco oficio puede dar. Con la mano en el corazón, maestro, donde te guardaré hasta mi propio fin.
Al día siguiente fui a una librería y compré tu “Autobiografía” Había pensado regalármela a mi mismo para mi cumpleaños. Ahora esta en mi mesa. Retraso el momento de abrirlo, porque se que ese gesto me acercará al momento de cerrarlo. Quisiera que me durara siempre, que cada vez que lo abriera, una hermosa sorpresa me abrumara. Se que mi memoria, la que algunos tachan de prodigiosa no me dejará hacerlo. No me importa mucho, recorreré esos poemas como se recorren las estancias de una casa amada, leeré y deshojaré cada uno de ellos, con el vano intento de encontrar el alma de quién los escribió.

Termino ya, maestro, esta misiva inútil, con las palabras muertas en la boca, las lágrimas resecas, y los versos torpes y dolidos. Aunque, eso sí, con la certeza de que no olvidaré todo lo que tus palabras y tus versos y prosa me enseñaron, con el convencimiento de que estarás presente durante toda mi vida, donde la que fue tu memoria, ahora será la mía, para engañar al tiempo y al olvido, hasta que él me engañe a mí. Y durante, tal vez otro tome el relevo, y esa poesía, esa prosa dolorida y certera, no se pierda, y si lo hace, que sea en el fin de todas las cosas, en el último instante, dando aliento hasta el final.



Hoy soy más poeta que nunca
y lo canto en un grito desesperado

Hoy me acojo a una palabra de la que huyo
que me daba pavor
y por la que me nombraron algunos incautos

Hoy que tu voz se apaga
recojo la daga del suelo
y la guardo en mi cinto
para que dirija mis versos
para que la memoria de quién perdió la voz
no se pierda
para que tu palabra permanezca
para que algo de ti quede
para que los esqueletos que se tragó la tierra
renazcan aunque cubiertos de barro
para desenterrar los osarios perdidos
y en una vorágine de huesos rotos
se hundan los asesinos

Hoy soy más poeta que nunca
y con el dolor más enquistado que ayer
reclamo el verso perdido
apelo a los oídos dormidos
y me coloco la chistera del mago
que solos nos dejó en la Tierra
fronteras de yermos páramos
desiertos pedregosos
glaciares eternos
¿Quién puede con todos?

Aun así, vigila tus costados
pues un hombre llorando viene




Rafa Becerra

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace tiempo que no me conmovía unas letras más o menos ordenadas.
GRACIAS