Maestro:
Se de antemano lo inútil
de esta misiva, ahora que tu muerte es un hecho. Un hecho aceptado, e
incluso esperado, dado el implacable paso del tiempo. No por ello,
deja de ser doloroso, ni evita que una sombra de pesimismo me nuble
el alma.
Nunca estreché tu mano
maestro, aunque si puedo decir que te vi y te oí recitar en persona,
con esa voz tuya cálida y acogedora, que me envolvía como una manta
en una noche de frío invierno. Para mi sorpresa, no recitaste
ninguno de tus poemas. Te dedicaste, como si estuvieras entre amigos,
a hablar, a tomar prestados algunos versos de Antonio Machado, y a
sugerir bellas disposiciones sobre la existencia, además de
recomendar una lectura, que me abrió otras puertas para una
insaciable búsqueda:
-Vida de Manolo- de Josep
Plá. Una entrevista desenfadada al escultor Manolo Huguet, de la
mano experimentada de Plá. Una delicia literaria.
Desde ese día, sin tu
saberlo, nos hicimos íntimos, aunque he de confesar, que la escucha
cuando era niño del disco: Persecución. Fue lo que hizo que tu
nombre se clavara en mi memoria. Aquel estremecedor relato sobre el
dolor y el sufrimiento del pueblo romaní, rematado por lo demás,
con el impresionante cante del “Lebrijano”, hizo que un vínculo
de simpatía te guardara dentro de mí.
Así con los años fui
atesorando tus libros, y digo atesorando, porque muchos de ellos, ya
eran difíciles de encontrar. En cada uno de ellos, yo buscaba el
mapa del tesoro, escarbaba entre líneas, siguiendo pistas etéreas
que me dirigieran directamente al corazón del poeta. Pero la
orfebrería de tu verso y tu prosa, me encandilaban, haciendo que me
perdiera extasiado entre ellos.
Qué solo puede estar uno
en el mundo. A pesar de vivir en un tumulto humano constante. Tu fin,
y el de otras personas, a las que como a ti, uno se allega, hace más
difícil este doloroso camino, “la lagrima testaruda” que dijo
Luis Rosales.
Me enteré de tu muerte al
día siguiente, estaba solo en casa, y tras unos momentos en los que
me quedé petrificado, abrí una botella de vino, puse un disco de
Camarón de la Isla, y brindé por tu memoria. El vino, tu recuerdo,
y el cante, me hicieron llorar. Me entraron ganas de apretar la copa
hasta reventarla, como tu contabas en uno de tus libros, para luego
beber mi propia sangre, tal vez, para sentir lo mismo que tía Anica
“ La Piriñaca” que solía decir: “Cuando canto a gusto, la
boca me sabe a sangre”
En vez de eso cogí la
libreta, y con la rabia que me dio el cante y el vino escribí un
amago de poema dedicado a ti. Muy lejos de lo que tu entenderías por
poesía, pero muy cerca de lo que mi poco oficio puede dar. Con la
mano en el corazón, maestro, donde te guardaré hasta mi propio fin.
Al día siguiente fui a
una librería y compré tu “Autobiografía” Había pensado
regalármela a mi mismo para mi cumpleaños. Ahora esta en mi mesa.
Retraso el momento de abrirlo, porque se que ese gesto me acercará
al momento de cerrarlo. Quisiera que me durara siempre, que cada vez
que lo abriera, una hermosa sorpresa me abrumara. Se que mi memoria,
la que algunos tachan de prodigiosa no me dejará hacerlo. No me
importa mucho, recorreré esos poemas como se recorren las estancias
de una casa amada, leeré y deshojaré cada uno de ellos, con el vano
intento de encontrar el alma de quién los escribió.
Termino ya, maestro, esta
misiva inútil, con las palabras muertas en la boca, las lágrimas
resecas, y los versos torpes y dolidos. Aunque, eso sí, con la
certeza de que no olvidaré todo lo que tus palabras y tus versos y
prosa me enseñaron, con el convencimiento de que estarás presente
durante toda mi vida, donde la que fue tu memoria, ahora será la
mía, para engañar al tiempo y al olvido, hasta que él me engañe a
mí. Y durante, tal vez otro tome el relevo, y esa poesía, esa prosa
dolorida y certera, no se pierda, y si lo hace, que sea en el fin de
todas las cosas, en el último instante, dando aliento hasta el
final.
Hoy
soy más poeta que nunca
y
lo canto en un grito desesperado
Hoy
me acojo a una palabra de la que huyo
que
me daba pavor
y
por la que me nombraron algunos incautos
Hoy
que tu voz se apaga
recojo
la daga del suelo
y
la guardo en mi cinto
para
que dirija mis versos
para
que la memoria de quién perdió la voz
no
se pierda
para
que tu palabra permanezca
para
que algo de ti quede
para
que los esqueletos que se tragó la tierra
renazcan aunque cubiertos de barro
para
desenterrar los osarios perdidos
y
en una vorágine de huesos rotos
se
hundan los asesinos
Hoy
soy más poeta que nunca
y
con el dolor más enquistado que ayer
reclamo
el verso perdido
apelo
a los oídos dormidos
y
me coloco la chistera del mago
que
solos nos dejó en la Tierra
fronteras de yermos páramos
desiertos pedregosos
glaciares eternos
¿Quién
puede con todos?
Aun
así, vigila tus costados
pues
un hombre llorando viene
Rafa Becerra
1 comentario:
Hace tiempo que no me conmovía unas letras más o menos ordenadas.
GRACIAS
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