-Es que a mi la poesía...no me va.

¿Cuantas veces hemos oído, y por desgracia, seguiremos oyendo esta frase? Y en verdad, me pongo a pensar, y no se me ocurre ninguna forma para convencer de lo contrario a quién piensa de esa forma.
La gaya ciencia. El arte poética. La más fina orfebrería de cualquier lengua, y sin embargo denostada y despreciada por el pueblo. Arriostrada por una cotidianidad enfermiza, en cuyos recovecos cabría sin duda,  un buen puñado de versos hermosos o dolientes.
Palabras finamente hilvanadas que nos ayudarían a entender y después de entender, nos ayudarían a amar, a dialogar, a comprender, a tolerar, a esperar, e incluso a terminar.
Creo que no hay texto literario que arrebate tanto como un poema, que remueva entresijos, neuronas y pieles y huesos, como unos versos sinceros. Puede que esa clarividencia sea al mismo tiempo su lápida. Puede que provoque más miedo que el que se piensa, y la gente no quiera enfrentarse en soledad, a un poema frente a si mismo, y asi, se prefiera la futilidad y el vacío de una vida rellenada con mediocridad.
La medicina y la farmacia se alían para acabar con la poesía, pues donde hoy hay ansiedad, estres, depresiones, tratadas y paliadas con pastillas y drogas baratas que anulan el pensamiento, antes había pasión, dolor, euforia y llanto, y todos ellos explicados en pequeños tratados de vida, que se solidificaban en forma de poemas, destilados desde el fondo de personas con el don de ver y saber regalar.
Lástima que enterradas en vida, estas almas, se pierdan ahogadas sus voces en la indiferencia de estos tiempos crueles  sembrados de desconfianza.
Cómo explicar entonces a quien pronuncia tan terrible sentencia, y solo se escucha a si mismo. En un monólogo de autocomplacencia y creyendo conocer todas las repuestas.

-Es que a mi...la poesía no me va.- Cada vez que lo oigo siento como una rotura interior, una herida que se abre, y que no dejará de sangrar durante toda mi vida, alimentando una soledad que se vuelve congénita, y se convierte en un achaque más, y que solo se calma, cuando un poema cae ante mis pies, como hoja caduca interrumpe mi camino, y corro a recogerlo, antes de que un viento juguetón, trate de arrebatármelo y me obligue a correr entre los coches, por las plazas y callejones tras el trozo de papel. Cofre de palabras mágicas que alguien perdió, o deliberadamente abandonó, a la espera de que otro naufrago arribara a tan efímera isla.

el reverendo Yorick.

No hay comentarios: