Mi tía Pepa, en realidad, se llamaba María. Su hija, mi prima Rocío, esta registrada como Rosario. Me lo contaban a dúo mi primo Manuel, y su hermano José, conocido como Pepe. Cuentan que su padre Manolo, al nacer la niña, encargó a un amigo que también había sido padre, que registrara a su hija. Éste, al llegar al juzgado, olvidó el nombre que le había dicho Manolo, y la registró como Rosario, creyendo que hacía lo correcto. Mi primo Pepe, que es guardia civil retirado, y con el que mantengo una relación distante, sostiene que eso es cosa de analfabetos. Él suele darse aires de ministro, que diría un amigo mío, entre su familia, donde el único que estudio era su hermano Manuel, obligado por la polio.
Mi madre y sus dos hermanas, lucen apellidos diferentes. Cuentan que mi abuelo, acudió al juzgado alegre por el vino, y con los pensamientos atrancados, confundió el orden de sus apellidos. Él tampoco sabía leer ni escribir. Mi padre acudió una vez a pedir una partida de nacimiento de mi madre, y comentó el tema de los apellidos con el párroco Éste ni corto, ni perezoso, comentó, que "estos" eran todos unos brutos y analfabetos. Mi padre le secunda la "gracia" cuando habla del tema. Sin embargo, en su propia familia, sus padres, antes de la guerra no estaban casados, y ya tenían dos hijos, antes de que el franquismo arreglara su situación y les diera un libro de familia.
Todos ellos, mis primos y mi padre, son muy amigos del orden, y parecen bien instruidos en el asunto de los registros de nombres. Yo sin embargo, me siento atrapado en un mundo y una sociedad que sabe de mí, más que yo mismo. Añoro el modo de proceder de mi abuelo y de mi tío, incluso el del empleado del juzgado, que admitía registros por encargo. Ellos desde luego estaban más cerca, en ese sentido, de la libertad, que nosotros, que obligados por un control exhaustivo, fichamos ante el estado en cada uno de nuestros actos. Desvalidos, sucumbimos a este orden ante la misma indiferencia de nuestros semejantes, que sin dudar recriminarían mi pensamiento desafecto.
Estamos identificados por numeraciones demenciales, que nos fichan desde el mismo instante de nuestro nacimiento. A partir de ese instante empezamos a formar parte de estadísticas, listas y archivos, y de los que ya no nos libraremos hasta el momento de nuestra muerte, y aun así, formaremos parte de diferentes censos has vaya a saber cuando.
El control de la población siempre fue una obsesión de los pueblos conquistadores. En nuestros días, a no ser que te "eches al monte" debe de ser casi imposible desaparecer, o librarte de ese control individual al que estamos sometidos. El día en que encuentre la manera de fugarme de los censos y listas del sistema, no dudaré en hacerlo, por mucho que le pese a mi "correcta" familia.
Yorick.
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