Botas de cuero

Esperaba una invitación de la noche para perderme en ella, no se hizo de rogar, allí estaba. Como siempre todo empezó con unas cervezas, muchas cervezas, intercaladas con algún güisqui, una nube empezaba a formarse a mi alrededor, me encontraba de puta madre. El décimo bar donde fui a parar estaba bien, me gustaba, una banda se dejaba deslizar por mis recuerdos tocando rock’n’roll, podía notar de verdad, como me ardía la sangre. Solo faltaba una cosa: buena compañía, esto último estaba al alcance de mi mano, un grupo de chicas bailaba a mi alrededor y entre todas, una morenaza de vértigo clavaba sin miedo su mirada lasciva sobre mi. No tuvo que esperar mucho tiempo, me acerque, y comencé a bailar con ella, intuí que ella lo estaba esperando, la sonrisa de complicidad que me dedicó así lo decía. Bailamos mucho rato, agarrados, sueltos, sin ningún pudor, arrimábamos nuestros cuerpos al son de la música, de vez en cuando acercaba mis labios a su oreja para decirle algo, y podía notar como se erizaba el fino vello de su cuello…

Poco a poco la noche fue avanzando, la banda terminó de tocar, y el bar se fue vaciando de gente, Raquel, la morena imponente que se sentaba en el taburete frente a mi, y con la que llevaba bailando toda la noche, me propuso tomar otra copa en un sitio más tranquilo, en su barrio. –Esto pintaba bien- pensaba yo, mientras apuraba la copa. Ahora venía mi golpe de efecto. Mi Sanglas 400 irradiaba brillos de sus cromados a todas partes, ella no tenía coche, y yo siempre llevaba dos cascos. Como imaginaba, se quedo de piedra cuando le apunté a la motocicleta preguntándole si le daba miedo. –No corras- me dijo con un brillo en los ojos. Para mis adentros yo sonreía, ¿correr? Esta máquina no se hizo para correr, ni maldita la falta que le hacía tenía 38 años, conmigo llevaba diecinueve y me cortaría un brazo antes que deshacerme de ella. Me arrime a la moto, saque la estribera del pedal de arranque hacia fuera, cebe el carburador, mientras el olor dulzón de la gasolina me subía a la nariz. Como siempre, a la primera “patada” arrancó, su sonido característico de un solo cilindro al ralentí, rompía el silencio de la noche. Montamos en la moto, con un suave y perezoso petardeo enfile hacia la Castellana. Era una bonita noche, y no había mucho tráfico, disfrutamos del paseo, nos despejó la cabeza y yo, estaba en la gloria. La chica me abrazaba por la cintura y la Sanglas cantaba su canción para los dos.
Llegamos a su barrio, Prosperidad, después de remontar la calle de Alcalá en su totalidad, el bar era tranquilo, nada que ver con el sitio del que veníamos, algunas parejas ocupaban otras mesas, estaba bien. Y además debajo de la casa de Raquel. ¿Quién desearía que amaneciera? -Se podría acabar el mundo ahora mismo y no me importaría- Pensaba, mientras veía a mi acompañante dirigirse al baño, seguida de todas las miradas del bar, algunas de ellas, acabaron sobre mi, con una interrogación, yo no podía evitar, que una fina sonrisa asomara en mi rostro.
Después de un par de copas, la chica me propuso subir a su casa, yo la miraba a los ojos fijamente sin decir una palabra, el calor del beso que nos acabábamos de dar aun flameaba mis labios, en ese instante un timbre ensordecedor empezó a vibrar por todas partes, me sentía mareado, mi vista se enturbiaba, Raquel me miraba, como si no la afectara el ruido demencial, su imagen se fue diluyendo se perdía en una bruma…,

Abrí los ojos en busca del puto despertador, que cayó al suelo antes de que lograra apagarlo. ¡Joder! ¡Como me dolía la cabeza! Anoche me pase tres pueblos, con las birras, el cuarto olía a cerrado y a tabaco. Empuje la puerta del balcón y me asome al mundo, estaba en mi casa, jirones del sueño que había tenido me venían a la cabeza no pude evitar reírme de mi mismo, encima de la mesa desordenado se encontraba el guión que andaba escribiendo:’Botas de cuero’ El último folio escrito, describía el encuentro entre los protagonistas, un rockero cuarentón, y una morena despampanante, llamada Raquel… Lo mejor sería ir a comer a casa de mis padre, y que me diera un poco el aire, y por supuesto, no contar lo del sueño a nadie, porque al final acabarían encerrándome por loco, ¡porca miseria!

Y encima hace meses que no me como un colín.


Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si será sueño o no en realidad lo que cuentas. Pero esa historia soñando dormid@ o despiert@, más de una vez me ha pasado. Siempre me quedará el sentimiento de rebeldía al no contarlo, la soledad de recordarlo alguna vez y la alegría de ver, ahora, que no soy la/él únic@. Y que soñar...soñar es gratis y te regala pequeños ratos de libertad, aunque al final acabes despertando, otra vez.