el esclavo

El esclavo revive con la brisa de la tarde. Camina entre otros esclavos hacía la hacienda. Los últimos rayos de Sol arrancan reflejos de los filos bruñidos de las azadas. La mirada del esclavo se pierde en esos reflejos, concentrada en ese filo que le obsesiona, que le revuelve los sueños, en las noches en que los calambres y dolores no le dejan dormir.
En esas noches, visualiza esos filos feroces, volando sobre el cuerpo de sus amos, cercenando brutalmente sus miembros, aplastando sus cabezas, y regando el suelo con la sangre envenenada de su casta. A su lado, otros sueñan con el paraíso después de la muerte. Sueñan con ilusiones banales –les dice él- para quién el único sueño posible es aquel que puede llegar a convertirse en realidad. No le importa lo que pase después, no le importa si lo ahorcan, si lo matan a palos, su conciencia, su alma, o lo que quede de él descansará en paz. Toda su existencia de esclavo quedaría así redimida, y su vida habría tenido sentido.
El más viejo de los esclavos, ese a quien todos acuden a pedir consejo, niega con la cabeza en silencio cuando oye sus palabras de venganza. Le cuenta viejas historias de otros que ya lo intentaron antes que él. No solo te matarán a ti, -le dice- sino que acabarán también con tu familia, y con algunos más.  Los blancos son así, cuando derraman sangre enloquecen y no paran fácilmente.
El esclavo piensa en estas palabras tumbado en su estera, cerca de él, oye la respiración de sus hermanos, de su vieja madre que trabaja en la casa grande de los amos. ¿Qué los separa a ellos de los animales? Se pregunta. Son sometidos, mal alimentado, e incluso cruzados entre ellos, para lograr niños fuertes que garanticen el futuro de la plantación. ¿Por qué todos tendrán tanto miedo a morir? ¿Cómo pueden aceptar sus miserables vidas y envejecer como si fueran animales y no pasara nada? ¿Qué castigo de los dioses es este?
Su madre le contaba a veces de su infancia corriendo libre por el poblado. Le habla de juegos , de risas, de celebraciones, de hermandad. Desde que él comenzó a pensar en el filo de su azada, su madre ya no le cuenta. Se lamenta pensando que ella es la culpable de los deseos de su hijo.
El esclavo, poco a poco, se rinde al sueño, horizontes de libertad, le arropan, lo sumergen en vidas no vividas, en paisajes no vistos, en la paz que no conoce.

Mañana el cielo amanecerá rojo, presagiando el correr de la sangre en la plantación.


Yorick.

1 comentario:

NegraNieve dijo...

La mirada baja,
los pies aún tocan el suelo
Un plúmbeo sol le recuerda
que aun no ha llegado la hora de la cena.
Ávidos deseos de cama
La mañana le espera
necesitada de toda su energía