HISTORIA DE CÓMO CÁNDIDO, OTRORA MAL LLAMADO HIJO PRODIGO CAE EN DESGRACIA Y SE VE OBLIGADO A ABANDONAR LA CASA SOLAR DI-MAR DESPUÉS DE LARGOS Y ACIAGOS AÑOS DE SERVICIOS.

1.- La llegada de Cándido y el alboroto que esto produce. Las ilusiones que los señores de la casa Di-mar se crean alrededor de la dicharachera persona de Cándido


Esta historia comienza con la muerte de un siglo, y con la llegada del aventurero llamado Cándido, o también el mendigo de los ingenios españoles a una ciudad de calendas y títeres de cuyo nombre no quisiera acordarme. En ella, azuzado por el hambre y la necesidad, Cándido afila su astucia para buscarse el sustento, y en estas anda, cuando recala ante el portalón de la casa solar Di-mar. Encandilado y horrorizado al mismo tiempo por el colorido edificio, decide tentar a la esquiva fortuna traspasando sus jambas en busca de los señores.
Nada más traspasar el umbral, Cándido conoce a la señora María J. de Castilla, esposa del insigne Dante Domínguez de Aragón, llamado así por su enfermiza obsexión a desentrañar los misterios de la obra magna de la literatura: La Divina Comedia. María J de Castilla, por el contrario, rellena el poco tiempo que le deja el gobierno de su hacienda en tejer millones de metros de hilo con los que envolver a sus cachorros.

La llegada de Cándido se produce en un momento delicado, hay revueltas provocada por los braceros de la hacienda, y estos advierten a Cándido de las sonrisas taimadas de los señores, sobre todo uno llamado Juanguardiente, maestro de Cándido en estos primeros días, en los que el recién llegado prefiere olvidar lo que oye, y con la sonrisa presta atiende a las tareas encomendadas con diligencia y presteza.

2.- Los años de bonanza, el fin de las revueltas, y la felicidad recíproca de los señores de la casa Di-mar por una parte, y de Cándido por otra.


Juanguardiente abandonó la casa tras largos años de servicio. Doblegado por una amargura desmedida y su amor a las tabernas de la ciudad se fue sin desvelar nunca a Cándido sus verdaderos motivos. Este, intuye algo en el ambiente de sonrisas forzadas, pero en un error, decide seguir su camino con la débil esperanza de que las sombras que percibe no le alcancen.
Así transcurren algunos años. La relación entre los señores de la casa Di-mar y Cándido se afianza, estos descargan responsabilidades en Cándido, e incluso el primogénito de los señores, Enrique “el tenso” es puesto bajo su tutela. Cándido, por primera vez en mucho tiempo, se podría decir que vive una ilusión cercana a la felicidad. ¿Pero, acaso algo es eterno? Y menos que todo, las ilusiones humanas, que se derrumban como árboles podridos, y como estos, serán devoradas por insectos y miseria hasta desaparecer.

3.- De cómo Cándido y su compañera idean un plan que sin saberlo derrumba las ilusiones de los señores. Cándido abandona la casa Di-mar para viajar al norte, y empiezan de nuevo las desgracias para la casa Di-mar. Quizás estas desgracias, y el abandono de Cándido, serán la hiel, que se regurgite en el futuro, y sobre el recuerdo de la figura de Cándido.


Cándido y su compañera, embriagados por el silencio de las montañas, por el perfume de sus bosques, y por el abrazo húmedo de la niebla, deciden en un ataque de vida dejar todo y migrar hacía ese paraíso primigenio recién descubierto. Pero ¡ay! En su locura, no intuyen, que están abandonando la línea marcada, que los sueños no están hechos para ser vividos, y que por su osadía pagarán un día las consecuencias de su vano atrevimiento.
El plan de Cándido truca en amargura la felicidad de los señores de la casa, estos, ya pensaban en un pronto retiro, gracias a las capacidades de Cándido, en él veían a aquel que les liberara del gobierno de la hacienda, del bregar diario, y de inventar argucias para acallar tantas quejas. Cándido por su parte, ejercía su oficio apoyado por una inquebrantable fe en la verdad, y esto le evitaba los problemas que los señores atraían sobre sí.
La noticia de Cándido cae como una azumbre de agua fría sobre las cabezas de los señores, pero estos, mediante sus ya entrenadas sonrisas zalamean a la joven pareja, que cae embriagada por tanto halago, ¡ah! La vanidad humana ¿Quién esta libre de ella?
Cándido y su compañera, abandonan la ciudad, y se dirigen al norte, donde pasaran seis años de sus vidas, donde aprenderán que los dioses, de existir, abandonan a sus criaturas, a las que observan indiferentes desde las alturas, donde el recuerdo amable de los señores de Di-mar les acompañan algunas noches, sentados junto al fuego, y como de estos hacen honores ante las visitas, o ante cualquiera que quisiera saber como eran los honestos de verdad.

4.- Los señores de Di-mar, vuelven a sus antiguos problemas de revueltas y traiciones, los nuevos braceros llegados a la casa, asumen el mando, y ejecutan grandes maldades que acaban agriando a sus benefactores.


Así es, todos aquellos en los que los señores depositan su confianza, les traicionan, maquinando a sus espaldas y desviando parte de su negocio, estos hechos encabronan sobremanera a los señores, que heridos en su orgullo braman a gritos sus maldiciones, y en su ira que busca desesperada una víctima, aparece la figura sonriente de Cándido, su optimismo se presenta ahora como una burla, su buen hacer, como maquiavélicas maquinaciones, su recuerdo, otrora amable, torna en pesadilla cruel. Y es en su recuerdo, en quien se fijan todas sus actuales desgracias, se le tacha de traidor, de desagradecido, y es tanta la rabia, que en el silencio de la noche más oscura, pueden oírse los dientes rechinar.

Bien es sabido por sabios y gente de paz, que el odio acaba por ennegrecer los corazones, y si estos ya disponen de una capa de ese barniz venenoso, no es de extrañar, que estos sucumban ante él. Que se agríen los caracteres, que sospechosos aparezcan por doquier, Y que un ansia desmedida de venganza arrebate el sueño del que vive bajo tan terrible yugo.






5.- Cándido y su compañera deciden regresar a la ciudad. De la alegría que este hecho produce en los señores de Di-mar, y de cómo saborean por fin su venganza. De los nuevos braceros con los que Cándido se encuentra, y de las desgracias de éste a su vuelta al que creía su hogar


Y Cándido volvió. Un día, como siempre fuera antes de su marcha, a las nueve de la mañana, se presentó ante el portalón. Allí las sonrisas de siempre, y unas torpes bromas de dos segundos antes de empezar. Allí, recibió su primer mandamiento, sería compañero de Enrique “el tenso” que en esos años se había afianzado en el negocio familiar. Aquel que fue difuso aprendiz vestía ahora los ropajes de maestro, aun colocándose voluntariamente a mil días del puesto. Cándido no tardaría en comprobar, como su amigo vio amenazado su puesto, y los esfuerzos, que éste tuvo que hacer para tranquilizarle, aunque la visión del antiguo maestro caído en desgracia bastaba para tranquilizar a cualquiera. Pues Cándido fue puesto en su sitio desde el primer día, las intenciones eran claras, y estas decían, que los señores habían decidido para con él, mantenerlo sumido en una ignorancia total, cumpliría con su trabajo y punto, eso sí, bajo las órdenes dadas por el señor, y sin privilegio de ningún tipo. Tanto es así, que Cándido recibía por su trabajo la peor remuneración de la hacienda. Aun así, el no dudo en poner sus conocimientos y su voluntad, de nuevo bajo aquel techo.
Así Cándido, lo mejor que encontró a su regreso, fueron los otros braceros que allí laboraban. Uno de ellos Julián “el terrible” descendiente de aquel famoso Iván de los Cárpatos de Benimamet. Tendría los días contados, pues la ira de los señores caía sobre él, que tenía la particularidad de no callarse ante nada, ni ante nadie, y esto, como es sabido, no es tolerado por ningún señor del mundo. Cabalgaba una montura semi-salvaje, cuyos relinchos asustaba a las viejas de aquel viejo burgo.
También laboraba por aquellos días un navegante venido a menos, que suspiraba por embarcar de nuevo, con rumbo al nuevo mundo, de donde era originario, y donde la visión del río de la plata y las salidas de Sol, contempladas desde su orilla mientras mateaba escuchando un bandoneón, le tenían hechizado. Su nombre era Ponce de León, y era el que más tiempo llevaba padeciendo los caprichos y locuras, cada vez más evidentes del señor Dante, que en sus febriles noches, seguía desentrañando los círculos del infierno de su amado escritor, especialmente aquel, donde los condenados penaban el pecado de la lujuría. La imagen de los cuerpos lascivos y desnudos, y ardiendo eternamente encendían sus más ocultas pasiones.
También andaba aquellos días por aquella casa Josep “el belloso” hijo de unos comerciantes del cercano villorrio de Benicalap, tipo dicharachero, que se descubrió como el mejor compañero del pobre Cándido, Este no tardó en enseñar todas sus artes a su nuevo amigo, incluso las mejor guardadas, como la búsqueda fructífera de “los monguis” unos frutos muy apreciados en la época.

Así transcurrieron dos largos años, en los que el carácter de Cándido se fue ensombreciendo. Sus crueles amos no escatimaban ocasiones para culpar a Cándido de cualquier cosa, aunque estas no tuvieran nada que ver con él. Los demás, asistían atónitos, a las locuras de su Señor.

6.- Cándido se harta, y decide abandonar la casa Di-Mar. Los señores adolecen de falta de memoria, y se hacen los inocentes ante los reproches de su otrora mal llamado hijo pródigo. Cándido abandona la casa, y se encamina hacía cualquier sitio, distraído, pero feliz de nuevo.


Y llegó el día que estaba escrito habría de llegar, escrito se entiende, en el aguante humano de cualquier tropelía, ya que la paciencia, se sabe acaba tarde o temprano.
Y así Cándido, un día cercano al verano, ante las continuas humillaciones de su señor, no pudo más, y ahogado de congoja comunicó a éste su marcha de la casa. Los señores de Di-mar, con una mal disimulada cara de sorprendidos, ignoraron conocer las quejas a las que hacía mención Cándido, defendiéndose torpemente de las acusaciones de éste. Y sin insistir de modo alguno, consintieron que Cándido abandonara la casa, después de tantos años de servicio. Mostrando de ese modo, que Cándido tenía razón, al sospechar que en su persona se fraguaba una venganza.
El resto de braceros de la casa, no daba crédito a lo ocurrido, aunque en su interior, todos sospechaban que ocurriría, pues ellos mismos alimentaban los mismos sueños de marcha. Todos menos uno claro: El heredero natural de la casa, Enrique “el tenso” que taimada y sabiamente, supo doblegar la ira de su padre ante el amor de su madre, para su propio privilegio dentro de la casa.
Quizás un lento cambio generacional dentro de la casa Di-mar, acabe de una vez con años de ambición desmedida y engaño vergonzoso, pero eso, de ocurrir, no será narrado aquí, y corresponderá a otros cronistas, contar, si tienen a bien tan insignificantes historias.


7.- De la rabia incontrolada de Cándido en aquellos primeros días, de cómo ese terrible sentimiento llamado venganza, ronda su pensamiento, y como después de mucho pensar, Cándido encuentra una forma de llevar a cabo esta, sin caer en la bajeza de sus antiguos señores.


Largos y vacíos se hicieron los días siguientes para Cándido. Hundido en su moral, y nuevamente humillado en su persona, por la indiferencia de a quienes tan buenos servicios ofreciera, se hundió en un duermevela de rabia contenida y deseo voraz de venganza.
Pero como el ánimo y la naturaleza de Cándido siempre se alimentó en el camino contrario, era cuestión de días, que éste recuperara su antigua disposición al optimismo y el buen humor, aunque de forma equilibrada y reposada seguía pensando en dar un escarmiento a aquellos que de forma tan despechada tanto daño le habían hecho.

Y hay que decir, que no se podría haber llevado a cabo su propósito de forma más original. Muchos a su alrededor le aconsejaron acercarse hasta los alguaciles reales, para denunciar a sus antiguos señores. Pero Cándido siempre receló de esta medida, pues él nunca fue amigo de la autoridad, y en consecuencia con esta idea, tenía que idear una forma de devolver tanta humillación recibida, al margen de magistrados o comisarios.
Y un buen día, al levantarse de la cama, se le ocurrió una idea, que colmaba todos sus deseos de venganza, y riéndose de su propia ocurrencia se puso manos a la obra.
Su venganza, si se la puede llamar así, colmaba con aquel plan, y se juró a si mismo que una vez llevada a cabo, no perdería ni un segundo más de su vida en pensar en sus antiguos señores. Siguiendo aquel dicho antiguo de: “No hay mayor desprecio, que no hacer aprecio” Cándido, comenzó a escribir su historia, aprovechando su desaprovechado don natural de la escritura, se propuso escribirla, para una vez terminada, ponerla en conocimiento de todos los comerciantes y señores del Burgo. Huelga decir, que esta también llegaría a manos de los señores de Di-mar, para se avergonzaran públicamente, y también a los braceros de la casa, para que si les quedaba alguna duda sobre las verdaderas intenciones e intereses de sus señores, estas se disiparan de inmediato.
Así, la venganza de Cándido, consistía básicamente, en airear los padecimientos sufridos a los cuatro vientos, advirtiendo de paso a todos los incautos del Burgo, de guardarse de traspasar aquellas jambas que ocultaban tanta maldad.

Una vez acabado su relato, Cándido, como se prometiera a sí mismo, abandonó cualquier tipo de pensamiento hacía sus antiguos señores, y como hiciera años antes, se dedicó a agudizar su ingenio, en busca de nuevos sustentos y aventuras, sin olvidar de ahí en adelante, ser un poco más precavido a la hora de meterse en cualquier lugar… Un poco solo.


Rafa Becerra.


Gracias eternas, a don Miguel de Cervantes Saavedra, a don Francisco de Quevedo, al señor Voltaire, al Arcipreste de Hita, al señor Dante Alighieri, al bachiller Fernando de Rojas, a don Juan Manuel, y a don Pedro Calderón de la Barca.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso,sublime.....Kratos el dios de la guerra

Anónimo dijo...

"Bonita" historia si no fuera porque, por desgracia cada día más y más cándidos las tienen que vivir. Pero, eso sí, estoy seguro de que tienen en mente sus venganzas, sus dignas traiciones para quienes tanto tiempo han abusado de sus puestos de privilegio. Espero no morirme antes de ver a los cándidos convertirse en el fiero protagonista de "EL COBRADOR" de Ruben Fonseca. Por cierto esta historia -real- me ha hecho evocar el libro.

Anónimo dijo...

Gracias por la referencia literaria. Lo acabo de leer, y es una obra maestra sin duda.

"El cobrador" pasará a partir de hoy a mis lecturas imprescindibles.

Gracias de nuevo.