el cobarde

Siento un peso en la conciencia. Cierro unos ojos imaginarios para no verlo, para que me deje en paz y no me atormente. No lo consigo, a veces lo engaño, pero no consigo que desaparezca, me persigue y acosa cuando mas débil me siento. Ahí me ataca y me debilita. Me cuesta recuperarme de sus golpes de mano, como un guerrillero experto se cuela entre mis argucias infantiles desplomando mis tontos argumentos y mis débiles defensas. Se bien que no parara, hasta que me enfrente a él, hasta que reconozca el engaño al que me someto en un proceso de auto-anestesia, auto-complacencia, auto-eutanasia vivencial. Cuantos nombres tiene la cobardía. Para esto sirve la riqueza del lenguaje, para maquillar la verdad, nombrando lo evidente de numerosas formas distintas que confundan una realidad vergonzosa.

Soy un cobarde, aunque todo el mundo diga lo contrario. Todos admiran mi valor en el combate, mi temple ante el peligro, mi resistencia ante la adversidad. Pero no advierten que en el fondo soy un cobarde. Huyo de la realidad, negándola, no queriendo ver que soy el esclavo de un tirano, su brazo ejecutor, que mantiene su tiránica ley con fuerza. A través de mi, un mal nacido, mantiene un imperio levantado con miedo, con una arquitectura de los horrores, esclaviza a su pueblo. Y yo soy su paladín. Ocultándole al mundo que en realidad lo odio con toda mi alma. En lo mas oculto de mi cabeza se fraguo la idea de acabar con su reinado oscuro, pensé en decapitarlo y arrojar su cabeza por una ventana del castillo en dirección a la plaza del mercado. Pero no me atrevo. Oculto ese pensamiento donde no me acose, pero no lo consigo, y tampoco me atrevo a llevarlo a cabo. Por eso soy un cobarde.
Reniego de ese pueblo sometido al que pertenezco, reniego de los que me vieron nacer, que se esconden atemorizados cuando atravieso las inmundas calles de la villa, subido en mi caballo negro, que arrolla al infeliz que se cruza en su camino, pues las batallas han desquiciado su cabeza, tanto como la mía. Mientras el tirano detrás se sonríe del miedo que le profesa su pueblo, a sabiendas de que mientras yo mismo, y otros como yo le hagamos permanecer donde esta, nada tiene que temer.
Por las noches, en el tormento de las horas oscuras, no duermo. Mis pensamientos me acosan denunciándome implacablemente. Mi propia sangre parece hervir dentro de mi cuerpo, como si quisiera escaparse de semejante ser. En las noches terribles padezco el miedo que me tengo. Aterrorizado deshago camas, que he llegado ha arrojar por las ventanas de mi estancia, ante el gozo de los que piensan que lo hago por diversión. Mi fama de salvaje provoca la satisfacción de aquellos a quienes sirvo, y a quienes yo no me atrevo a ejecutar.
Por eso mi locura se desata en la batalla, por eso busco la muerte cada vez que desenvaino la espada, esperando que una hoja fortuita aseste el golpe definitivo que acabe con tanta cobardía, y que por lo menos el tiempo y el olvido apacigüen tanta vergüenza.


el reverendo Yorick.

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