El caballero, la muerte y el diablo




Me cruzo con esta imagen fortuita, impactante. Que destaca por su realismo sobre otras esculturas que también adornan la catedral. Las manos hábiles de un cantero inmortalizaron quizás sin ser consciente de ello el drama diario de nuestro mundo.

Sin poder evitarlo, la escultura me recuerda inmediatamente otra obra de arte, el grabado de Alberto Durero: El caballero, la muerte y el diablo. Y sin poder evitarlo también, las reflexiones que me provoca me traen a la memoria las que otrora hiciera Jean Cau sobre el grabado de Durero. Y con su permiso ordenaré mis pensamientos como él hiciera en su libro. Hablando de cada elemento que componen la escultura:

-El Caballero:

El caballero está representado aquí, por un joven obrero, que cansado de la existencia que lleva, de ver morir a los niños de tuberculosis o hambre, de ver consumirse la vida de su esposa y la de él mismo por la miseria. Hartos de trabajar de Sol a Sol, mientras a su alrededor otros se derrochan en aburrimientos caprichosos sin importarles el devenir de esa masa de obreros que malviven en el extrarradio, trabajando en condiciones infrahumanas. Decide, iluminado por las ideas que vienen del este, ideas que hablan de igualdad, de la desaparición de los amos y los privilegios, de tener una vida digna, que ha llegado la hora de cambiar una cosa por la otra, y como un personaje de la novela: Icaria, Icaria de Xavier Berenguel, se reúne por las noches con otros como él, y allí planean, como y donde será el atentado que los liberará de una vez por toda.
El obrero se ofrece voluntario. Sabe bien que probablemente no saldrá vivo de allí. Si la bomba no lo mata, lo hará la policía, creada para defender a los ricos y sus privilegios. Pero está convencido de que si triunfa, si el atentado sale bien, todos se darán cuenta de que la bomba es el grito desesperado de un pueblo que se desangra vilmente. Y que entonces las cosas cambiarán, y su sacrificio no habrá sido en vano. Pues aunque él muera, sus hijos, y todos los demás sobrevivirán y vivirán mejor.

En su inocencia no contempla que el mundo no está hecho así por casualidad. Que su sacrificio si será en vano, y que con él llegará una ola de represión que se llevará por delante a otros muchos, en busca de un orden inspirado en el terror. Aunque tal vez en el fondo de su ser, en sus pocas letras, intuya que no funcionará, pero del mismo modo, es lo único que le queda: el grito. Un grito de rabia contenida mucho tiempo. De un dolor escondido durante una vida, y que por si mismo, ya justifica la tragedia que está pronta a ocurrir.

-La muerte:

La muerte está aquí representada por la bomba. Una bomba Orsini, reconocible por la multitud de detonadores que recubren su carcasa. Un invento mortífero, que lleva la destrucción allá donde se presente. En las manos de unos obreros llenos de rabia se puede saber fácilmente cual será su fin, el destinatario que falta en la escultura: Una carroza real, un ministro de gobernación, un alcalde. Una autoridad en definitiva, que ponga cara a las desgracias del pueblo.
La bomba puede que fuera encargada pensando en ellos, fabricada bajo las mismas premisas, y engendrada con ese solo objetivo. Ella por si sola es un objeto pasivo, que no razona, ni entiende de desigualdades, su única misión es explotar. Donde sea y como sea no tiene importancia, para una realidad explicada con una formula física. Y el mal que genera no tiene que ver con las manos que la transportan.


-El diablo:

La presencia del diablo en un edificio consagrado a la cristiandad, es lo único que justifica la existencia de los otros dos elementos de la escultura. Sin él, sería imposible que a alguien se le ocurriera tallar a un terrorista portando una bomba. Solo la moralina cristiana atenta a todos los hechos que ocurren en la realidad se encarga de maquillar esa realidad para adoctrinar al pueblo. Para querer explicar sin palabras, a través de las imágenes, que ese hombre ha sucumbido a la tentación demoníaca, que se ha apartado del camino recto impuesto por Dios.
Representar al diablo como un viscoso reptil, con rostro humano, es otro de sus burdos trucos para aterrorizar al incauto. Intentando siempre marcar la diferencia entre el bien y el mal, y bajo sus prerrogativas del bien, esclavizar a millones de personas con la amenaza de la condena eterna. Y la promesa no menos burda de una vida eterna en el paraíso. Y mientras eso llega hay que pasar la vida, aceptando cualquier sufrimiento sin rechistar, aceptando que es ese Dios compasivo el que pone a cada cual en su sitio.



Este es, como decía al principio, el drama diario del ser humano, el enfrentamiento constante de unos contra otros. Unos empeñados en dominar, y otros dejándose dominar por sus hermanos, hasta que cíclicamente no pueden más y estallan, y llegan las muertes, la represión, la infamia y el horror. Y una vez vuelto todo a la normalidad, o sea el orden inamovible, todo empezará de nuevo, hasta que en un futuro vuelvan a darse los ingredientes para una nueva revuelta y empiece todo de nuevo. ¿Qué otro camino nos queda? Solo seguir y seguir, esperando que alguna vez y como decía la canción, la tortilla se vuelva.


Yorick.

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