No te fíes de nadie

¡Ay! mi niño, mira que mamá siempre nos lo decía, pero tú nunca hiciste caso.
La pobre mujer, todos los días: -No te fíes de la gente. Y tu, mi niño siempre
tan confiado. Recuerdo cuando me hablaste de él por primera vez. –He
conocido a un tío especial –me decías- Un pringao, como yo, ahí, en la
excavación, todo el día sacando tierra, hemos hablado un poco, y le gusta leer,
como a mí- Fíjate mi niño, lo que me decías, le gusta leer, siempre me acuerdo
de ti cuando entro en la cocina. Aun me parece verte en invierno, solo, con tu
libro y tus grandes gafas, mientras el resto de la familia veíamos la televisión o
jugábamos al bingo. Y tú allí con tus libros. Y esos días en la excavación te
admiró que el también leyera libros… mi niño.
A los dos meses, te hiciste dibujante, ya no eras un pringao, como tú dices, ya
no tenías que estar todo el día sacando tierra. Tu trabajo cambió totalmente.
Me contaste, que todos los días bajabas al foso, a pasar un rato con tus
antiguos compañeros. Después a la hora de salir, quedabais todos en algún
bar cercano, el Torito, o el Tranvía. Todos polvorientos, bebiendo cerveza,
algunos días casi sin comer. Todos contentos, y con los ojos enrojecidos. ¡Ay!
Mi niño, tú tan delicado, tan sensible, y todos esos años en trabajos brutales.
Menos mal que ahora eso pasó. Aunque yo se bien que te sigue tirando esa
vida, te veo mirar a los obreros, en los peores tajos, y tus ojos te delatan
pidiendo estar allí. Quién entiende a los hombres. Cuando me llamabas a casa
me hablabas de él, de los libros que te recomendaba, y de tu fascinación por
sus conocimientos literarios, te quedabas siempre tarde leyendo, enganchado
por los descubrimientos que él te hacía. Me hablabas del conde de
Lautreamont fascinado, recuerdo cuando me pasaste aquel libro, no pude
pasar de la primera hoja, ¡que horror! Nunca entendí como te podían gustar
esos libros.
Ahora, tantos años después, me recordaste a aquel hombre, ha pasado tanto
tiempo ya, la verdad es que yo lo había olvidado por completo, y más después
de lo que te hizo. Y tú sigues defendiéndolo y disculpándolo, no hay quien te
entienda. Dices que encontraste los poemas que te dio, escritos por él, y que
los quieres publicar. Mi niño, que quieres que te diga yo, que ya los hubiera
tirado hace tiempo. ¿Ya no te acuerdas? Cuando fuiste a ofrecerle trabajo,
fuiste a buscarlo a aquel barrio tan oscuro, lo buscaste casa por casa, todas
abandonadas y ocupadas por gente, preguntaste a todos los vagabundos y
drogadictos que encontraste, hasta que diste con él. Estaba en una casa, sin
luz, me contaste, había una chica italiana con él, -muy guapa- recuerdo que
me dijiste. Le ofreciste el trabajo, y el acepto, empeñaste tu palabra con tus
jefes por él, del que no se fiaban por su aspecto feroz, y mira como te lo
pagó… ¡Que infeliz fuiste siempre mi niño!
Al principio todo fue bien, trabajaba duro, y estaban contentos con él, tú le
ayudabas siempre que podías, le preparabas un bocadillo, junto con el tuyo, y
le invitabas a café en el descanso, vuestras conversaciones literarias seguían.
Como ibas a sospechar lo que pasaría luego mi niño, tan confiado tu, siempre
sin hacer caso de mamá ¡Ay! Recuerdo tu cara de abatimiento, cuando todo
cambió, casi ni comías, cuando venías a casa esos días. Cuando me contabas
como todo cambió, te juro, que se me rompía el alma de verte sufrir. Contabas,
que al pasar el primer mes, cuando tu amigo cobro su primer sueldo su
comportamiento en el trabajo dio un giro. ¡Pero mi niño! Como no fuiste capaz
de verlo, cuando tuvo dinero, empezó a beber, una copa por la mañana, o dos,
-vete a saber- luego a la hora del bocadillo también, y después me contabas
que se despistaba durante la mañana, para ir al bar. Que congoja me da,
recordarte esos días, tan incomprensibles para ti, cuando viniste a mi casa
enseñándome el libro de Quevedo que te regaló, y la carita de pena que se te
ponía, allí plantado con el libro en la mano, sin abrirlo…¡ay mi niño! Tus jefes
empezaron a mirarte mal, como si tu tuvieras la culpa…tú que trabajabas tan
bien no tenías que cargar con la culpa de nadie, ¡que idiotas!
No quiero ni pensar cuanto sufrirías cuando empezaste a dejarlo de lado,
cuando tu relación con él pasó a un mero saludo de cortesía al llegar y al irte
del trabajo. ¡Que duro, mi niño! Tuvo que ser para ti. Y luego, el día de los
poemas. Tuvo que ser terrible, no sé como se atrevió. Aquel día llegaste muy
excitado a casa, enseñándome una carpeta amarilla, con unos folios dentro
–hermana, mira…- dijiste asustado, - mira lo que me ha dado- Te dije que se lo
devolvieras, que le dijeras que te dejara en paz, pero tu te empeñaste en
guardarlo, aunque ya casi no le hablabas, te empeñaste en guardarlo. A veces
no hay quien te entienda mi niño.
Luego terminó el trabajo, y dejaste de verlo, ocasionalmente, me contaste que
lo encontrabas de noche, rondando por el barrio, cerca de La Manola, pero no
era bien recibido allí, porque nunca pagaba nada, iba sableando copas, a todo
el que conocía, contigo no se atrevió nunca. De repente dejaste de verlo,
pasaron unos meses, antes de que oyeras el rumor. Aquél día también te
temblaba la voz cuando llegaste a casa. –Hermana… ¿sabes de que me he
enterado?- Cuando te vi me asuste, me dio un vuelco el corazón, y total, para
decirme que habías oído en la calle que él había muerto. Nunca te había visto
así de abatido, intenté consolarte como pude, te dije que te vinieras unos días a
casa conmigo, pero te negaste. Pasé varios días sin saber nada de ti
completamente asustada. Te juro, que estuve a punto de llamar a la policía,
solo saber que no me lo perdonarías me lo impidió. A la semana o así me
llamaste por teléfono, que si podías venir a comer. Como te voy a negar a ti un
plato de comida, te he dicho un millón de veces, que cada vez que sales por la
puerta me pongo a morir. Hasta que vuelvo a saber de ti mi niño.
Aquél día llegaste pronto, y aunque se te veía entristecido, estabas diferente,
estuvimos hablando, primero me dijiste que empezabas otra excavación, como
dibujante de nuevo. ¡Si supieras como me alegré! Después me contaste que
habías andado todo el barrio, día y noche, en busca de alguien, que te
confirmara el rumor de la muerte de aquel desagradecido. Preguntaste a todos
los aparcacoches, vagabundos, vagos y drogadictos que encontraste. Todos te
decían lo mismo: Algunos no lo conocían, y otros habían oído el mismo rumor
que tú. Me contaste que encontraste a un amigo común, que había estado en
la excavación donde os conocisteis y que se ganaba la vida aparcando coches
detrás de la iglesia de los mercedarios, vaya trabajo y vaya gente que tiene que
ser –pensaba yo para mí- El había oído lo mismo que tú, pero no sabía de
nadie que lo pudiera confirmar. Así que en cierto modo empezaste a aceptar su
muerte. Qué en silencio comiste aquel día, si hasta el niño te lo noto. En el
fondo, yo se lo que te torturaba, aunque en aquellos días nada me dijiste, pero
que te piensas, soy tu hermana mayor, y te conozco bien mi niño.
Se que la carpeta con los poemas que te dio aquel desalmado te quitaba el
sueño. Se bien, que pensabas, que si no tenía familia, ni nadie conocido, su
recuerdo se perdería en el tiempo, y tu, con su carpeta eras como el –guardián
de su memoria- como me confesaste ayer. Después de ocho años me lo
cuentas, vaya confianza que tienes en tu hermana. Ahora, después de ocho
años, dices que los quieres publicar, bien. Total, a ver si acabas de una vez
con esto, que no entiendo porque andas siempre con esos líos de poemas y
libros. Si solo se trata de eso, de publicarlos, adelante, a ver si lo olvidas de
una vez y te concentras en tu trabajo, y aprendes, aprende de una vez aquello
que tanto te decía mamá: No te fíes de nadie…hijo mío.




Este relato esta dedicado a FELIX I. TRIGUEROS cuyo rastro se perdio en Valencia en el año 2003. Lo narrado aqui, ocurrio de verdad, salvo algunas licencias literarias.
Los poemas de Felix siguen esperando a ver la luz en la carpeta amarilla, tal y como me los entrego.

Rafa Becerra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El consejo más sabio del mundo es: "no te fíes de nadie".

El 99,9 % de las personas son MALAS, y te hacen tanto daño que pueden destruir tu vida.

Y si alguna persona te hace bien recordar siempre este proverbio: "El queso que se pone en la trampa de ratones está tan delicioso y tan sabroso que cuando el ratón se acerca a olerlo la pinza captura su cabeza hasta que éste muere de asfixia".

Sólo debemos observar cómo las personas están continuamente peleando, existen los juicios, los pleitos, las malas lenguas, los rumores...

Y si queremos ser mediáticos nos ganaremos la enemistad de todo el país. Vease por ejemplo gran hermano, o la prensa del corazón. Estos programas demuestran cómo cuanto más te conozcan y cuantas más relaciones tengas, más enemigos consigues. Por eso debemos hablar lo menos posible y relacionarnos lo menos posible, sólo así estaremos exentos de problemas.

Y reivindico el consejo: No te fíes de nadie".

PD: La confianza mata a todo ser viviente.

La conjura contra el necio dijo...

Creo que deberias leerte el texto completo, para saber que precisamente se habla de lo contrario. El riesgo de explorar en el lado oscuro de las personas es lo que tiene, que a veces duele, aun así, merece la pena arriesgarse, son pequeños pasos que cambian el mundo, frente al inmovilismo generalizado.

Conozco muchos que no se fian de nadie, otros que desprecian a todo aquel que consideran inferior, pero llegado el caso todos tenemos que tender una mano...¿te preguntarás entonces si te fias de él?

el tiempo se acaba....

Unknown dijo...

Me río del "no te fíes de nadie". Sí, fiándome he conseguido grandes amistades y a la vez he descubierto personas que no merecían la pena. He sufrido grandes golpes y he tenido grandes vivencias.Pero no me quedo con la duda. Aún con algo de miedo intento deshacerme de él. No es fácil, pues tienes a la mayoría contra ti. Pero como diría una antigua amiga...es grato encontrar, sea dónde sea, del color o cultura que sean, esa 'gente con estrella' que desperdigada por el mundo, vaga, como tú. =)