consumo responsable

No necesito, ni quiero estar a la última. Tampoco aspiro a vivir como un millonario ni a cubrirme de caprichos y generar gastos y derroches innecesarios. Cuando compro un objeto, que tiene una función, nunca pienso, que mañana se habrá quedado anticuado, sino que espero que siga funcionando mucho tiempo mientras sirva para su cometido. Sigo pensando que la ropa que adquiero debe durarme varios años, que sea cómoda y resistente, lo mismo que el calzado. De verdad, que no necesito unos pantalones nuevos cada tres meses, ni zapatos, ni ropa interior. El envoltorio no me hace mejor ni más especial.
Mi chaqueta de cuero ha aguantado ya diecinueve inviernos, y otras que recibí ya usadas doblan ese tiempo, aun así, me protegen del frío ¿Por qué he de cambiarlas? Alguna vez he tenido que recoserlas por algún sitio, pero eso que importa.
Estadísticamente hablando, soy un desastre de consumidor, el bombardeo publicitario que recibo, no me afecta, suelo leer las etiquetas de los alimentos que compro, así como la de los productos de limpieza, en muchos casos, los componentes son los mismos, todo es igual en muchas marcas excepto el precio. Estudio las ofertas con lupa, y en casi todas las ocasiones no existe tal oferta, todo mentira.
Me gustan los rastros, reutilizar aparatos desechados por otros. Una vez conseguí una cocina de gas sin horno, con dos fuegos por mil pesetas. La desmonté, limpie los conductos y le saque la grasa que acumulaba en los quemadores y estuvo funcionando muchos años, estuvo en mi casa hasta que recogí otra con horno.
En casa no hay un solo mueble nuevo, y no es mi intención fardar, porque no fue necesario comprarlos, fueron recogidos de la calle, o donados por personas que ya no iban ha hacer uso de ellos.

No pretendo ser mejor que nadie, ni demonizar ni despreciar a quien compra compulsivamente o innecesariamente. Solo pretendo invitar a una reflexión:

El mundo es esquilmado para que las tiendas rebosen de actualidad, para incitar y mover un engranaje económico absurdo y nocivo. Preguntándonos de donde vienen esos productos, a que precio humano están manufacturados, que tremendo impacto habrán provocado en el planeta nos acercaría un poco a una convivencia global. Un consumo crítico es necesario, imprescindible. A través de compras banales y descontroladas mantenemos empresas prescindibles pues el sentido práctico de sus géneros es nulo.
Si el capitalismo está tocado, antes de que se recomponga, aprendiendo de sus errores, y encontrando la forma de apretar más la cuerda en el cuello del planeta y en el de nosotros mismos, metamos la mano en la grieta, acrecentando su herida podríamos acercarnos a una forma de vida cada vez más alejada de ese terrible y envenenado caramelo llamado dinero.


Yorick.

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