el camino amargo

Con acritud, con mucha acritud, con resentimiento, con rabia, con asco. De esta forma los días se le transforman en cárceles. Condenado a no tener la capacidad de vivir en una mentira, a no ser capaz de convertirse en un mediocre, mezquino e imbécil ser, igual a los que pueblan el mundo a su alrededor. Condenado a escuchar constantes estupideces que andamian una sociedad erigida para acabar con todos los instintos naturales de los humanos. Una sociedad que tiraniza a base de dependencia de si misma, que anula la muerte y promete, siempre promete un mañana mejor.
En esta situación, con acritud, con mucha acritud, con resentimiento, con rabia y con asco no pasa un solo segundo del día en que no espere una catástrofe, le da igual, que sea natural, como provocada, lo mismo le importa que empiece una guerra mundial, que una glaciación, o un meteorito choque con el planeta. Algo, que pase algo, que haga llorar al mundo, que los humanos vuelvan la cara para pedir ayuda, que existan unos valores, que te haga apreciar a la persona que tiende su mano para levantarte del suelo. Que deje de tener importancia toda la parafernalia con la que disfrazamos nuestros desvalidos cuerpos y desvalidas mentes, que se borren pensamientos de superioridad, del cerebro humano para volver a la sencillez, a una sencillez que nunca debimos abandonar.
En las contadas ocasiones en que reveló su verdadero pensamiento a algún congénere, no faltó nunca quien sugiriera un suicidio, quien con malicia apuntara la posibilidad de que acabara con su vida. Más idiotas. ¿Porqué pensarían estos imbéciles que el no querría vivir? No serán capaces de entender nunca que no se trata de no vivir, sino de sentirse vivo, de dejar de tener la sensación de ser una marioneta en manos de otros, de ser consciente de nuestra pequeñez frente al mundo y a la propia vida que lo colma.

Ahogado por estos pensamientos, la soledad se hace necesaria, imprescindible, cuanto más solo, cuanta más incomunicación, mas fácil le resulta respirar, la ecuación es sencilla: menos oyes, menos discutes, menos desesperas. Piensa sin equivocarse, que todo esta dicho, inventado, que se agotaron las ideas, y el mundo sobrevive reinventando, renombrando y plagiándose a si mismo en una constante necesidad de tener satisfechos a quienes aplauden a sus semejantes y a sus carceleros.
Esa es la realidad, que todos vislumbramos en el espejo, que nuestra imagen reflejada trata de decirnos desde el fondo de los ojos, y que acallamos delegando el pensamiento, claudicando la voluntad, agonizando de por vida.
Cuando cuentas esto, tu teléfono deja de sonar.
Nadie quiere volver a verle, si fortuitamente se cruzan con el por la calle, hacen lo indecible para desaparecer, meterse en una tienda, volver la cara, hasta salir corriendo, para evitar una mirada, un saludo, una conversación inocente, porque en el fondo, el terror de saber que esta desnudo ante el los ahoga, los anula, y si pudieran fulminarlo en ese momento lo harían, para evitar tener que oír otra vez la verdad.
Esa verdad, que no es sino la denuncia de la mentira.

En esa soledad solo tiene cabida el aguardiente. Elixir que nubla los sentidos, que hace las noches más profundas y olvidadizas. Junto al aguardiente siempre un libro. Uno cualquiera de aquellos que se atrevieron a hablar y contar lo que sabían, lo que veían en el espejo. Sorprendería saber cuanto hace que las palabras ya están dichas, reflexiona el hombre apurando el vaso, sintiendo el aguardiente flameándole la traquea en su camino hasta el estomago, un camino sin retorno hacia la autodestrucción, en el camino amargo que empezó en el vientre de su madre, lo que hubiera dado por no nacer, por no padecer la grandeza que dicen tienen los seres humanos, por continuar inmerso en la nada, inmune a la idiotez de sus semejantes.
Pero no ocurrió así, nació y acepta ese nacimiento, porque aprendió a afrontar las cosas como llegaran, fueran buenas o malas. Los lamentos no tienen sitio ni sirven para que las cosas vayan mejor, por eso aceptó su nacimiento, y solo la esperanza de esa catástrofe le mantiene en pie, la esperanza de respirar en libertad una sola vez, solo eso. Eso y…la satisfacción secreta de que sus semejantes adocenados no le vean rendirse.



el reverendo Yorick.

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