los refranes

Hace algunos años, aprendí un refrán de un compañero de trabajo. Solía decirlo con sorna, y mordazmente con ironía, pues en esto era un maestro. Después de conocernos, nuestra coincidencia laboral se convirtió en amistad, y nuestras circunstancias convirtieron esa amistad en hermandad. Hace tiempo que no sabemos nada el uno del otro, pero eso no importa si no hay olvido.
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El refrán al que hacía referencia al principio dice así: “Dios te libre de la ambición de un paleto” La primera vez que lo oí me impresiono mucho, pues como una sentencia tan escueta puede encerrar tanta verdad. No soy muy amigo de los refranes, sobre todo de los manipulados, que resaltan dudosas virtudes humanas y divinas. Pero en este caso, la certeza con que es denunciada la ignorancia y la ambición, es genialmente acertada.
En alguna ocasión escuché otras versiones, por ejemplo esta: “No hay nada peor que un cateto con la boca llena de pan” Contundente ¿eh?
Y todo esto de los refranes viene a colación de un suceso que ocurrió hace días. Lo escuché de refilón en la televisión de un bar y tengo que decir que no me tomé la molestia de buscar la noticia en ningún periódico, porque con el titular solo ya daría para escribir una tesis: -Un empleado de un banco detiene a un atracador-
Personalmente, tengo que decir que cuando oigo noticias como esta, algo se bloquea en mi cabeza, debido, seguramente a mi incapacidad para entender algunos comportamientos humanos.
Un tío se la juega por defender los intereses de un banco.
Una institución prestamista y explotadora , responsable de la gran mayoría de nuestros males, cuyo único fin es apropiarse de la mayor cantidad de dinero posible, para multiplicarlo por el infinito, sin tener en cuenta a quién se lleva por delante en sus acciones ¿Y que puede suponer a un grupo bancario la perdida de 6000 o 9000 ecus?
Absolutamente nada.
¿Y que creen que buscaba el intrépido cajero?
Pues sencillamente eso, la palmadita en la espalda. Imaginen al sujeto plácidamente dormido por las noches, con la satisfacción y la hartura que debe dar el haber cumplido con su deber de ciudadano.

“La empresa somos todos” Nos martilleaba un luminoso durante todo el día en una fabrica. No. La empresa no somos todos. Y si lo somos seámoslo de verdad, para repartir beneficios que salen de la plusvalía de los obreros, seámoslo para aportar ideas y opiniones. Mientras todo esto no ocurra no engañéis con consignas para gilipollas y paletos satisfechos.
Lástima que en el forcejeo del banco no se escapó una patada a los dientes del cajero, quizás hubiera aprendido algo. Le deseo de corazón que lo echen a la calle cuando se acabe su contrato, que sufra en sus carnes la rebaja de días por año trabajado en su finiquito, y que sufra largas colas, miradas de desprecio e indiferencia y burocrácia en las oficinas de empleo. Quizás así, para otra vez, en otro banco se acuerde de Brassens cuando cantaba aquello de –la mala reputación-


el reverendo Yorick

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