la creación

Recuerdo bien el sonido del hilo de seda enhebrado en la aguja, al atravesar el lienzo negro tensado en el bastidor. Una y otra vez, llenando de magia y colorido la tela hasta entonces de un negro enlutado o antracita.
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En la pequeña cocina de nuestro pequeño piso, mi madre, colocaba el gran bastidor, buscando la luz de la ventana, pero a espaldas de la flama de la sobremesa andaluza. Lo apoyaba sobre la lavadora en uno de sus extremos, mientras que en el otro una silla hacía de caballete. Después de comer y de recoger la cocina, mi madre bordaba mantones de Manila, mientras yo hacía los deberes, en una pequeña mesa a su lado.
Flores imaginadas, y pájaros no menos ficticios se colgaban en ramas laberínticas en los bellos dibujos. Todas las tardes, un transistor Inter de onda media nos hacía compañía. Las radionovelas, como –Lucecita- llenaban las casas y el imaginario común con historias de desamores, y de predecibles finales.
Mi madre no sabe leer ni escribir, pero conoce bien el lenguaje de los colores. Aprendido el oficio de mi tía Pepa, y mejorado de su propia creatividad, sus obras hermosas, hechas con sus manos de trabajadora irían a parar a lucir en los hombros de las clases altas andaluzas. Pues un mantón de Manila no se hace, ni se merca por los humildes.
Todos los días, a eso de media tarde, yo iba a hacer los mandados. Me acercaba hasta la panadería de Manolita, donde compraba el pan, y a veces una botella de vino para mi padre. Con la vergüenza de los niños decía:
-mi madre dice que se lo apuntes, que el viernes te lo paga- Yo temía que un día me negaran la fianza, pero eso nunca ocurrió, porque todos estábamos igual. Al volver a casa, mi madre, recogido ya el bastidor, se afanaba en la cocina, preparando ya la cena para todos. Estuvo bordando mantones hasta que la vista se le resintió, y no tuvo más remedio que dejarlo y volver a limpiar casas. Así, con el sueldo de mi padre y el de mi madre fuimos tirando, ellos, y los tres hijos.

Pienso muchas veces, que la palabra arte, fue creada por los ricos, para una vez más robar a los pobres. A nosotros nos dejaron una palabra menor: artesanía. Para convertir el producto de sus robos en elitismo, frente al trabajo manual, del que solo tenía que mirar a su alrededor, pues la belleza siempre estuvo ahí, al alcance de todos. No es elitista la creación. Y las pirámides, las catedrales, las gárgolas de Nôtre-Dame, las pinturas rupestres etc. Salieron de nuestra capacidad creativa, la de todos.

En cualquier rincón del mundo puedes encontrar la herramienta más simple bellamente decorada, por gusto de su hacedor. Nada más que por gusto.
Oímos a diario decir: -es que yo no sé dibujar- El miedo al ridículo castra nuestra capacidad creativa, si alguien se ríe de un dibujo, o de cualquier esfuerzo creativo es solo por que es un necio. No hace falta hacer un caballo a la perfección. Lo importante, lo verdaderamente importante, es que cojamos un lápiz, que hagamos un boceto caricaturesco a un niño, que nos riamos con él, porque él, no se reirá de nosotros, se reirá con nosotros.
Mi madre, al igual que otras muchas personas no tuvieron formación, pero eso no les impidió mirar, ni crear, solo con observar a su alrededor, y con las ganas y la intención de no caer en la monotonía de hacer las cosas siempre, de la misma forma.


Yorick

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