El misterioso encanto de la boina

¿Qué tendrá la boina? Para que tanta gente se sienta atraído por ella. El pasado y el presente unido por una prenda que parece inmune al paso del tiempo.
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En las viejas fotografías de la España campesina y emigrante, cubre las cabezas de los hombres. ¿De qué? ¿Del Sol? O quizás su cometido más popular fuera el evitar ser invadido por una colonia de piojos, o tal vez hoy, por una colonia de ideas diferentes de las que puedan vivir bajo ella.
Las tendencias intentaron convertirla en prenda de moda unisex. Los ejércitos de todo el mundo la incorporaron a su vestuario, aunque maticen la forma de llevarla.

Mis pesadillas se poblan de unos seres que portan boinas. Terribles y patéticos a la vez. El uniforme de la estupidez puede ser tan dispar como un traje de indio al lado de uno de astronauta. No es Drácula, el ser que me atormenta, ni Jason, ni “caradecuero” con su motosierra amputadora. Es un tipo que se aparece por triplicado, o por duplicado, según el caso, o el grado de miedo de mi pesadilla. Dicen tantas idioteces que me aterroriza. Portan unas camisas o camisones negros, capuchas blancas y encima sobre las cabezas, las boinas enormes.
Estos seres de mis pesadillas y las cosas que dicen, dan cobijo a otros monstruos, que se empeñan en contestar, estos van ataviados con corbatas, con micrófonos, y con plumas y cuadernos. Más atrás están otros muchos, que miran y gritan. Y yo estoy con ellos, con los que miran y gritan, pero no grito, ni miro a los de la boina, ni a los otros. Les miro a ellos, a los que gritan y miran e intento hablarles. Pero no oigo mi propia voz, de tan alto que son sus gritos. Quiero decirles que se den la vuelta, que no los miren, ni a unos ni a los otros, que no los necesitamos, y que con nuestra ignorancia hacía ellos les haríamos desaparecer. Pero no oigo mi propia voz, ahogada en tanto tumulto. Parecen encantados. No temerosos como yo, atraídos por algo, vuelvo la cara, y sigo la dirección de sus miradas y allí está, hacía donde miran, el objeto, la prenda, que corona tres cabezas fantasmagóricas y que hipnotiza a toda una multitud, que arrastra a grandes y pequeños, con ideas estúpidas que generan otras ideas estúpidas, y entonces, cuando comprendo que no puedo luchar contra el encanto de la boina, caigo al suelo y soy pisoteado. Así una noche tras otra en mis pesadillas catódicas.



El reverendo Yorick

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