El Soldador

Lo conocí hace dos años, en verano, coincidimos en una obra que parecía inacabable. Un concesionario de coches. Aquel verano, hizo mucho calor en Galicia, tanto, que las personas se lamentaban constantemente, por la falta de costumbre, supongo, o por echar de menos un cielo cubierto y una ligera llovizna.
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Había muchas personas trabajando en aquella obra, que parecía inacabable, entre ellos, estaba el soldador, y también yo. Mi castigo diario era colocar aluminio, el suyo, soldar las estructuras que luego forraba yo.
En todos los tajos se crea una cierta camaradería entre los trabajadores. En aquella, también ocurrió, a ninguno nos gustaba aquella obra ni su emplazamiento, en una explanada polvorienta donde no había una sombra fresca por ninguna parte. Siempre había un rato, en que charlabas con alguien, aunque se acabara hablando del trabajo, y de las pobres condiciones laborales de todos. Solía juntarme con los electricistas, los cristaleros, los de la construcción y los del hierro, con otros no merecía la pena, como con el fontanero por ejemplo, siempre hay una excepción.
El soldador era un hombre joven, un chaval casi, arrastraba los pies, cuando andaba, cargando con el grupo y la caja de los electrodos. Pero era muy bueno en su trabajo, soldaba fino, como se suele decir. Años atrás, trabajé montando estructura metálica, y reconozco bien un buen cordón de soldadura. Me caía simpático, y me alegraba verlo llegar por las mañanas. No sé cual era su nombre, nunca se lo pregunté. Los trabajos tienen extrañas reglas invisibles. Solíamos llamar a la gente por el oficio que desempeñaban. Al principio me extrañaba, me gusta conocer los nombres de las personas, y usarlos, pero en un trabajo así, es estúpido, no vas a ir presentándote a todo el mundo, aunque quizá fuera lo correcto, habría más cercanía. Como antes.
Estuvimos en aquella obra seis meses. Puede parecer poco tiempo, pero no lo es. Unos ciento veinte días de tu vida acudiendo sin ganas al mismo lugar.
Cuando terminamos fue un alivio, aunque lo más seguro es que a los pocos días fuéramos a otra igual, o peor.
Al soldador no volví a verlo, te olvidas un poco, sabiendo que en cualquier momento coincides con el pintor, el electricista o el albañil. Pero en este caso ya no iba a ser así. A los tres o cuatro meses, leímos una noticia en el periódico. Un obrero cae desde un cuarto piso. Al ver el nombre de la empresa, empezamos a pensar, quién podía ser, pues conocíamos a casi toda la plantilla. Pero tuvieron que pasar algunos días hasta que coincidimos con otro soldador, que nos dijo quién fue, a quién le toco esa vez. El soldador salió aquel día de su casa y no volvió.
La lotería diabólica en que se convierten los trabajos daba premio de nuevo.
A veces me acuerdo de él, arrastrando los pies, cargado con el grupo y el paquete de electrodos. También me acuerdo de otros, que conocí, y que también dejaron la vida en un trabajo de mierda. Vidas acabadas por una miseria de dinero. Esclavos que a nadie parece importar, salvo a sus familias y amigos. Cada vez que veo a un hijo de puta de político decir mentiras mientras sonríe os juro que le sacaría los ojos.
- Hay que insistir en la seguridad- dicen, sin saber lo que dicen. Como si bastara con un casco, guantes, y botas y cursillos. Hay finales que son evidentes, si trabajas en las alturas, un día te caes, si trabajas en la mina, un día se hunde, y si trabajas en el mar, un día te ahogas. Así de evidente. Porque es más rápido y más barato que trabaje una cuadrilla de hombres, que traer una grúa desde otra ciudad de nosecuantas toneladas, cuando ocurre el accidente, el empresario a lavarse las manos: -Tenían arneses, casco, botas y todo el equipo necesario para trabajar en condiciones de seguridad- Sí, todo el equipo necesario, menos el que te protege de un cable de cien metros de largo y 16mm de ancho que se te viene encima desde veinte metros.
Las barbaridades se siguen haciendo todos los días, y poco sabe de esto quien no lo a vivido en su propia piel. Y muchos obreros, muchos parecen pensar – mientras no me toque a mí- Solo hay que ver lo que ocurre la mayoría de las veces en las obras donde hay accidentes, nada. Silencio. Y a agachar la cabeza, pero no olvidemos que la lotería sigue funcionando y quedan muchas bolas por repartir y mucha gente jugando como si no fuera con ellos.


Yorick.

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