Historias de la guerra

Mi nombre es José Torralba Machado. A lo largo de mi vida me han llamado de diferentes formas: Don José, Pepe, Pepín, pepito. En la historia que les voy a contar todos me llamaban Pepín, salvo mis superiores que se dirigían a mí por mi apellido: Torralba.
En 1937 yo era chófer en el V regimiento en Madrid. Antes de la guerra trabajaba también de chófer en una agencia de transportes con sede en la calle Atocha, pero aquellos días de bombardeos cualquier vida anterior parecía muy lejana. Una tarde al volver de un permiso me llamó el oficial de guardia y me dijo: Torralba, prepárate, que esta noche te vas de viaje, vas a Valencia. Preséntate a las 21.00h. y te daré los detalles. -Si mi teniente. Y prepara el camión. A sus órdenes, le respondí. No me sorprendía el viaje, era habitual, y a Valencia más, pues su carretera era casi la única salida de la ciudad sitiada.
A la hora fijada me presenté, recibí las órdenes, que me citaban a las 23.00h en la "Alizanza de intelectuales antifascistas" Allí me presentaría al teniente Martínez, responsable del convoy. El escrito no decía nada más, y tampoco me importó, aunque el lugar de reunión era bastante inusual.
Aquella noche, llegamos todos tarde, por causa de un bombardeo. Cuando llegué ya estaban allí los motoristas y el coche que serían mi escolta. Metí el camión en el patio marcha atrás y cuando me bajé, estaban todos con cara de preocupación. Al que conocí inmediatamente cuando vino a saludarme fue a Rafael Alberti, (En Madrid le conocíamos todos de oirlo por la radio, y de verle en mítines alentando a los milicianos a resistir) que se alegró mucho de verme y de que hubiera llegado bien, luego me invitó a tomar un café con los compañeros antes de cargar. Los paquetes estaban en el patio, y aunque no pesaban mucho eran bastante voluminosos, altos y estrechos. Alguien dijo que eran cuadros del Museo del Prado, que debido a la cercanía con el mando militar que estaba enfrente, en el Hotel Savoy, era frecuentemente bombardeado. Para mi era una misión más, que después olvidaría hasta hoy.
Una hora más tarde el teniente Martínez daba la orden de salida: dos motos delante, el coche, luego yo con el camión y después tres motos más, éramos el convoy que enfilábamos ya en dirección a Arganda, mientras en la alianza nos despedían con preocupación, Alberti, su mujer (amabilísima) María Teresa León y otros.

El viaje transcurrió tranquilo, pasamos los puestos de control en Arganda, y en varios pueblos más y paramos tres veces a descansar un rato y a repostar, más necesariamente las motos que el camión.
En Requena recuerdo que amaneciendo aun encontramos la cantina de un acuartelamiento abierta, celebraban una fiesta, pues pronto partirían hacia el frente, los milicianos cantaban y el ambiente contagioso hacía presentir un inminente triunfo de la República. Cuesta imaginarse hoy lo equivocado que estábamos todos.
Aproximadamente sobre las 10.00h nos presentamos en Capitanía de Valencia, desde donde un oficial y algunos soldados nos guiaron hasta las Torres de Serrano, donde quedarían depositados los paquetes. Que diferente eran esos días en Valencia o Madrid, aquí la guerra parecía algo anecdótico, en el sentido de que los bombardeos eran escasos en comparación con la castigada capital, que permanecía llena de escombros, edificios derruidos, barrios abandonados y calles intransitables. Hoy día en la distancia, observo lo frívolas y surrealistas que pueden parecer algunas acciones en la guerra. El esfuerzo que se hizo de trasladar aquellos cuadros, cuando podríamos haber estado en otro sitio, tal vez en el frente o la retaguardia, ayudando a las poblaciones que quedaban desvalidas tras los bombardeos.

El hecho de que recordara los acontecimientos de aquella noche, se debe a un documental que vi sobre Alberti, donde el mismo narraba el episodio que abrió mis recuerdos como se abre un grifo.
Al día siguiente volvimos a Madrid con otro cargamento, víveres y material bélico. La guerra continuó y la perdimos, luego vino el exilio y tantas y tantas historias, miedos e incertidumbres.
Hoy, con los recuerdos palpitantes echo la vista atrás esforzándome por recordar los rostros de aquellas personas con las que compartí el horror ¿Cuántos de ellos seguirán vivos aun?
Ahora puede que les cuente a mis nietos que un día llevé a "Las meninas" y al "Emperador Carlos V" en mi camión, y que por unos días convertimos los calabozos de las Torres de Serrano en exquisita pinacoteca, valiera o no valiera la pena.

J.T.

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