En el pueblo donde vivo,
tenemos la suerte de disponer de un flamante cine. Estuvo cerrado
mucho tiempo, pero un grupo de chavales jóvenes se han lanzado al
vacío, y se han hecho cargo del mismo. Aunque la mayoría de las
películas proyectadas son comerciales, visitar este cine es como
viajar en el tiempo rumbo a la infancia: Este es un cine en el que se
aplaude cuando el bueno gana a los malos.
Los gestores del mismo, a
pesar de como esta el mercado cinematográfico, tienden a tener
detalles más cinéfilos, de vez en cuando proyectan algún corto, o
cuando la película es más seria, ofrecen una sesión en versión
original.
Además, antes de comenzar
las proyecciones, siempre hay música en directo tras la pantalla,
creando un bonito efecto de luces y sombras.
Hace unos días
proyectaron la última cinta de Ken Loach: -la parte de los ángeles-
Así que me acerque a verla. Como era de esperar, el público joven,
habitual de las sesiones del sábado por la noche, no acudió. Sin
embargo si que había una colección de personas un tanto
particulares. Es curioso como los pueblos más pequeños, ya son un
reflejo fiel de la macro ciudad más grande. El cine esa noche estaba
lleno de personas de las que hace unos años podrían llamarse de
clase media-alta, profesores, administrativos, etc Funcionarios casi
en su totalidad, a juzgar por las conversaciones que pille al vuelo.
Matrimonios cincuentones, o solteros y solteras cincuentones o más.
Había toda una colección de peinados mechados, abrigos, dedos
pomposamente anillados, bufandas, zapatos elegantes, gafas doradas,
etc.
El cine de Ken Loach
supongo lo conocen, películas sociales cuyo poso hay que buscarlo
siempre en ambientes de exclusión y marginalidad. Sus personajes,
arrastrados por sus circunstancias luchan hasta la muerte con una
vida que es la selva misma. En este caso la historia se basa en unos
muchachos condenados a hacer trabajos sociales, como última
oportunidad de librarles de la cárcel. Uno de sus monitores trata de
ayudarlos, y ellos al final mediante una fechoría consiguen que sus
vidas cambie. Desgraciadamente, el dinero siempre está por medio.
Pero no es una crítica de
la película lo que quiero hacer aquí, sino más bien algunas
reflexiones sobre la realidad y la ficción. Ya les he hablado antes
del publico de la sala, y sobre ellos y la sociedad en general va mi
reflexión. Verán durante toda la proyección, no se dejaron de oír
risas ante cada comentario, taco, escena soez o trágica de los
protagonistas del film. No deja de tener gracia que el tipo de cine
que hace disfrutar a estas personas, esté basado en lo peor que una
sociedad genera. Que simpaticen con seres anónimos que pelean por una
vida mejor. Y que luego , en la realidad diaria de su mundo, estas
mismas personas sean odiadas, repudiadas, marginadas y excluidas.
Este público que asiste a
estas proyecciones, es por naturaleza racista y fascista y no
consentirían por nada del mundo que alguna de esas personas reales,
que se parecen a las de ficción se acercara ni por asomo a sus
vidas, poniendo en riesgo sus privilegios sociales. Sin embargo una
tendencia al “voyeurismo” los hace asomarse a la pantalla en
busca de la vida descarnada que ellos están lejos de vivir.
Decía Sartre que uno de
los encantos que produce en el snob la compra de artesanía, o de
cualquier producto manufacturado bajo el umbral de la pobreza, es
saber que estos objetos están hechos en condiciones de trabajo
pésimas, que hay horas de vida por un salario miserable, y sudor de
los desgraciados que se dejan la vida en la creación de tan bellos
objetos, y esto es lo que atrae como a una mosca una pastel a público
tan selecto: el morbo que da el poder.
Hace ya unos cuantos años,
cuando vivía en Madrid, tenía una pareja de amigos a los que veía
de vez en cuando. Una vez, comiendo en su casa, Ángeles, que así se
llamaba ella, me preguntó si había visto la película Barrio. Le
dije que no, me la recomendó de inmediato, con la certeza que da el
saber algo sobre una persona me dijo:A ti te gustará. Ella sabía
que yo conocía bien todos esos barrios marginales, vivía en uno de
ellos y venía de estar en otros. Me contó algo que costaba de
creer, ella era originaria de Burgos, y me dijo que fue allí donde
vio la película, y que sus amigas que la acompañaron al cine, no
daban crédito de lo que allí vieron, y que no se creían que
pudieran existir sitios así. Me dijo que en Burgos, en aquellos
primeros años 90, ni siquiera había pobres por la calle. Yo no daba
crédito.
La realidad siempre supera
a la ficción. Y el hecho de que ignoremos el mundo que nos rodea,
para sumergirnos en películas que cuentan historias, que a veces
nada tienen que ver con la realidad, es preocupante. No hace falta ir
al cine para saber que hay personas que llevan su destino, no digo
escrito, sino bordado en su frente. Que sus vidas están condenadas a
una lucha diaria, con un mundo que los quiere devorar.
A veces lo bueno que
tienen las crisis mundiales es que pasan su regla, rasando los
niveles. Y esto es una enseñanza,que parece que nunca aprenderemos a
aplicar, y una y otra vez, pisaremos a alguien para colocarnos
nosotros en mejor posición.
El reverendo Yorick.
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