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Yo habría querido ser director de cine. Siempre me gusto ver películas. Desde que era niño, cuando ya iba al cine Córdoba todos los domingos, primero a la sesión infantil, y según iba cumpliendo años a las siguientes, hasta los dieciocho años, que ya podía entrar en todas las sesiones.
Durante aquellos años, las películas que veía no eran muy buenas que digamos, era cine comercial en su mayoría, supongo que en aquel pueblo, como en cualquier otro, en los años setenta, no estábamos preparados para nada mejor. Recuerdo perfectamente el día que fuimos, mis amigos y yo, a ver: “2001, una odisea del espacio”. Debió de ser uno de los peores días del acomodador del cine, quién, semana tras semana, tenía que bregar con toda la chiquillada del pueblo, que según las edades, y la sesión, se portaban de una forma u otra, aunque la verdad, es que cuando teníamos trece o catorce años, todos montábamos algún follón alguna que otra vez. Aquel día que les contaba, se monto un jaleo terrible, allí nadie entendía nada, y como buenos catetos que éramos, necesitábamos de una historia contada de pe a pa, sin cosas raras, ni saltos temporales ni nada parecido. Ni mucho menos podíamos tolerar naves espaciales bailando a ritmo de vals. Recuerdo el cine lleno hasta arriba, como casi siempre, y todo el mundo coreando: ¡Fuera! ¡Fuera! Tuvieron que encender las luces varias veces durante la proyección. A mi en realidad, aquello me fastidiaba, porque a riesgo de quedar como un idiota ante mis aguerridos amigos adolescentes, la película no me estaba desagradando, y hasta años después, no podría volver a verla y disfrutarla.
Durante varios años más, continué viendo cine comercial, supongo que era la costumbre, o simplemente no estaba preparado, o buscaba evadirme de la realidad, o yo que sé. La cuestión es, que un día en que andaba depresivo, con mi vida hecha un desastre, y supongo que buscando olvidarme un rato de mis problemas, atraído por una cartelera, y por el enigmático título de la película, me metí en el cine. Recuerdo que estaba hasta arriba de gente, encontré una butaca libre en las primeras filas, y cuando comenzó la película, me atrapó de tal manera, que cuando salí del cine estuve más de doce horas sin abrir la boca. Nunca había visto nada parecido, nunca esos silencios, nunca esos planos, nunca esa música terrible pero hermosa, nunca una amalgama de sentimientos como los que me embargaron, me habían hecho reír, llorar, y quedarme maravillado ante tanta poesía visual.

Aquel día, de una forma casual, había cambiando radicalmente, mi concepción del cine en todos sus matices. Desde entonces, ya no toleraba ver cualquier cosa, mi ansia de conocimiento no tenía fondo, y empecé a frecuentar filmotecas, reestrenos, videoclubs, y cualquier sitio donde se proyectara alguna cinta que me interesara. También comencé a leer, todo lo que caía en mis manos referente al cine, biografías de directores, guiones originales, etc, etc.
Y ese camino, inevitablemente me llevó al corto, conocí a muchas personas que dedicaban su tiempo y su dinero en hacer cortos, en super 8, en cámaras con cintas de 8 mm. En 16 mm. En todos los formatos que había entonces, antes de que llegaran las cámaras digitales. Había para todos los gustos y todos los bolsillos. Y en ese ambiente cinéfilo, un día me atreví a escribir mi propio guión, para un corto, que versaba sobre un poeta callejero, el barrio donde vivía, y su día a día, contado de una forma documental, y basándome principalmente en las imágenes, y en el sonido ambiente. Tengo que reconocer, que aquel primer trabajo, al que me enfrenté como si fuera un niño, la primera vez que ve un elefante, no me quedo nada mal, conseguí que fuera proyectado en varios certámenes de cortos, y en una escuela de cine quedo el primero, alabado por los profesores y alumnos.
Y ahí estaba yo, creyéndome Jean-Luc Godard, hasta que un hecho fortuito vino a poner las cosas en su sitio, es decir, que de seguir haciendo cortos, a la fuerza me convencí, que quedaría como un pasatiempo, que a lo más, sería compartido con gente gustosa y con las mismas premisas.

Digamos que mi encuentro con la realidad, comenzó el día que un amigo me hablo de una película, con su habitual estilo misterioso, comenzó, primero a hacerme ver que si no había visto aquella película, no había visto nada. Yo le seguía la corriente, porque era su fórmula habitual, tanto para los libros, como para las películas. Aunque he de reconocer, que la mayoría de las veces tenía razón, y que cuando veía o leía sus obras recomendadas, era como si hasta entonces yo hubiera estado dando palos de ciego. Muchos buenos momentos tengo que agradecerle a este amigo, gracias a sus consejos culturales. Como decía el se explayaba explicándome de la dichosa película pero sin desvelarme ni un fotograma, así, que mi ansia por verla crecía sin saber siquiera de que iba, solo el título de la misma, y su actor principal, aceptó mi amigo a desvelarme.
Como aquella primera conversación ocurrió un día que habíamos quedado a comer, en el que se nos fue de la mano la ingesta de cervezas, el asunto quedó un poco en el olvido, sobre todo por mi parte. Así que pasaron unos meses, durante los cuales, mi amigo aprendió a descargarse películas de internet, y a grabarlas con éxito en DVD,s. Un día en que volvimos a quedar para vernos y comer, apareció con un montón de películas que me había grabado, y de las cuales, tristemente, yo solo conocía una. Con tanto como había visto y leído. Y allí, en aquel montoncito ordenado de discos, estaba la dichosa película, sobre la que tantas burlas me había hecho mi amigo. El título de la misma poco decía de lo que escondía la cinta: THEMROC, de Claude Faraldo. Protagonizada por Michelle Picolli, uno de los mejores actores que yo había visto en el cine. Me agarré a este dato, ya que el director, y como dije antes, el título de la película, no me sonaban de nada.
Pasaron aun varios días, hasta que me pude sentar tranquilo en mi casa, dispuesto a ver la cinta. Cierta emoción me embargaba, y no me equivocaba, porque ya desde los créditos, estaba seguro de que vería algo fuera de serie, una de esas rarezas inclasificables, de corte hermoso e intemporal. La verdad, es que después de acabar de verla, mis emociones me retrotrajeron a aquel día en que descubrí el cine de verdad.
De tal modo me afecto su visionado, que me sentía incapaz de volver a coger una cámara, sobre todo si alguna vez había tenido intención de ganarme la vida haciendo películas. Al pasar varios días, reflexionando sobre aquella cinta, su contenido, su efecto sobre mí, y sobre mi forma de ver la vida, decidí, que mi menguada carrera como cineasta había llegado a su fin, pero no del todo. Seguiría haciendo cine, pero como dije antes, cuidando y mimando cada toma, poniendo todo de mi parte, para que mi humilde contribución al cine se pareciera muy de lejos a ese tipo de películas que tanto me habían marcado.
Luego llegaron otras, unas de mano de mi amigo, y otras que fui descubriendo por otros lugares. Todas ellas consiguieron hacer de mí algo de lo que estoy orgulloso, un agradecido espectador, que espera emocionado que se apaguen las luces de la sala.


R.B.B.

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