la boda


Sin ningún tipo de pudor, todos los medios de comunicación se vuelcan con el acontecimiento. Lo magnifican. Y un enlace que solo debiera importar a los implicados se convierte en un circo para entretener al país.
Horas y horas de televisión, contando todos los detalles del enlace, los vestidos, los invitados, el menú, la música, etc.
Y tras las ventanas catódicas miles y miles de personas hipnotizadas de admiración. Miles y miles de esclavos dispuestos a digerir sin ningún atisbo de indigestión todo lo que les es trasmitido a través de sus magnos televisores. De la misma forma, al cabo de dos o tres días acudirán prestos a sus kioscos, a comprar las revistas que seguirán informando sobre los fastos. Y nuevamente soñaran con lo que no tienen. Vestirán sus pensamientos de deseos infinitos de poder ser como ellos, de parecerse, de que cambie su suerte, y en ese giro de la fortuna puedan codearse con quién asoma al televisor.

Al otro lado de la ponzoñosa pantalla una anciana se esfuerza porque el rictus de su cara parezca una sonrisa. De su brazo cuelga un tipo con aspecto de pelele. Ellos son los protagonistas del acontecimiento: Los duques de Alba.

La derrota que puedo llegar a sentir al verlos me paraliza los músculos, poco a poco, desde lo más hondo de mi mismo noto un hormigueo. Es mi sangre que empieza a hervir. Así, hasta que la ira me posee. Creo oír las voces de los muertos, de los desheredados de la tierra que claman desde sus anónimas sepulturas ante el espectáculo que ven: El pueblo rendido y sumiso aclamando a sus señores. Esa sumisión convierte sus muertes en inútiles, en esfuerzos y pérdidas baldías.

Los novios se dan un calculado baño de masas. Comprobando de paso el pulso de la calle que los vitorea. Pueden dormir tranquilos, deben de pensar, nadie inquietará sus sueños, nadie asaltará el castillo para decapitarlos y arrojar sus cabezas por la ventana. Nadie. Su imperio seguirá a salvo, y lo que es mejor, ellos mismos, lo que representan, lo que llevan representando siglos, sigue asumido por el pueblo. Es obvio que duerman tranquilos.
Su imperio forjado en la infamia de la historia se pierde en el tiempo, calculado hoy día en unos 600 millones de euros, aparte de las 34.000 hectáreas en terrenos agrícolas valorados en otros 200 millones de euros. Además de su patrimonio inmobiliario compuesto por 20 castillos repartidos por el país, y varios palacios. Una pinacoteca familiar, y una biblioteca imponente. Sin saber como se ramifica ese patrimonio, cuantas empresas y sociedades semiocultas creadas para camuflar y desviar dinero. Se dice que sus tierras han sido gestionadas de forma fraudulenta, solicitando ayudas europeas a cultivos específicos, sin que estos aparecieran nunca por ningún lado. Así con la soberbia del poder durante siglos. Adaptándose siempre a los diferentes gobiernos, como la iglesia, ahora monárquicos, ahora con el dictador, ahora con quien sea. Pero siempre conservando su posición y privilegios. Mientras un número incalculable de personas han muerto de hambre, en revueltas provocadas por esa hambre, con las manos atadas, sin poder trabajar la tierra, los enormes latifundios de la duquesa.
Así a lo largo de la historia. Sin ningún tipo de pudor esta nobleza enquistada en las sociedades impide su crecimiento, forma parte de esos estamentos poderosos que mantienen a toda costa su estatus. Apoyados por la clase política, por la iglesia, por la monarquía, por el ejercito. Por todo ese lastre social que como un enorme ancla nos sujeta en el puerto de sus intereses. Ahí, esclavizados, entretenidos, distraídos, huyendo de la realidad mientras satisfechos apuramos las miguitas que nos son arrojadas desde el balcón. Creyendo como idiotas que nuestra opinión cuenta, que nuestro voto es importante, que ellos son necesarios.

Apago la televisión y me quedo pensando, pensando en la derrota, en mi ira, en la profunda ignorancia que me rodea, y que como cómplice de quienes admiran nunca escucharían la verdad sobre ellos. Me duermo de cansancio, de agotamiento, de derrota, y en mis sueños aparecen los ancianos, los gritos de fondo, sus falsas sonrisas acaban mostrando unas fauces desproporcionadas, maléficas, retorcidas. La multitud espantada huye, todos menos uno, su rostro difuso se pierde en la polvareda de la huida. Porta una espada, y sin miedo se acerca a las bestias, y de un golpe las decapita. Poco a poco, el griterío cesa, las carreras desaparecen, y las gentes que antes huía, y mucho antes clamaba a los nobles, poco a poco se acerca a sus cadáveres. Los observan un segundo e indiferentes continúan su errático camino. Sin aspavientos vuelven a sus quehaceres. El hombre de la espada se queda solo junto a los cadáveres. Ignorado se diluye en la niebla. Pronto se oye de nuevo un griterío y la gente corre hacía otro punto. Allí el aclamado saluda con cara de circunstancia. Viste un uniforme militar, y de su pecho cuelgan decenas de medallas.

El hombre de la espada ha desaparecido y la multitud grita entusiasmada.

el reverendo Yorick.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

habrá que ir con la estaca para acabar con estos chupasangres....

Anónimo dijo...

Lo peor de todo es que a la chusma le encanta estas cosas. Y, en vez de estaca, prefiero el clásico Mauser. Cinco a la vez ¡Con una sola bala! Que los tiempos no están para derrochar.