la memoria de los olores



Sucede en cualquier momento de nuestra vida. Para aquel que no lo ha descubierto aun, supone adentrarse en nuevos caminos dentro de su propia memoria, y ahondar más en sus propios recuerdos.
El gesto fortuito, que nos hace pasar distraídamente por los alrededores de un jardín, de un horno de pan, de un almacén de cereal, y que inmediatamente, nuestro cerebro active una alerta de reconocimiento de ese olor, retrotrayéndonos a un pasado ya vivido, algún pasaje de nuestra infancia, de la juventud, la presencia casi olvidada de alguna persona que se arrimó lo suficiente a nuestra vida, como para dejar una impronta que se memorizó en nosotros a través de un perfume, o de su olor corporal.
Esos olores se hacen familiares, se quedan a vivir contigo, y de alguna forma, cuando los reconoces en cualquier parte, te dan la seguridad de que su presencia guarda algo en comunión contigo mismo que te hace ser quien eres.
En mi caso, el archivo de olores de mi memoria es amplio, a través de ellos, rememoro lugares, personas, situaciones mas o menos agradables, que me hacen adoptar una perspectiva diferente del presente, y como estar conmigo mismo. La sensación de seguridad que me pueda dar una vivencia del pasado en el presente me reconforta. Aunque el recuerdo en cuestión no fuera de mi agrado, el hecho de haber sido vivido me supone enfrentarme a mi presente de forma distinta.
Los olores que más intensamente me sumergen en mi pasado, son los de algunas flores y árboles. A pesar de la intensidad con la que pueda recordar, digamos, por la cercanía de un animal, es en el caso de ciertas plantas, donde podría cerrar los ojos y ver la escena recordada perfectamente. Especialmente en tres casos: El jazmín, la higuera, y el azahar.
Suelo achacar la intensidad de esa ecuación de olores-recuerdos, al hecho constante del nomadismo que ha acompañado mi existencia. Bien es sabido que no todas las plantas y árboles se adaptan a todos los climas. Así, estas planta y árboles, están principalmente ligadas al sur donde nací.
El haber viajado a otras latitudes, con otro presente, hace que los recuerdos tomen un tono sepia, y que sean discretamente visitados.
De esa forma, el encuentro fortuito con alguno de esos olores. Se presenta como un agradable despertar que dota de color, y de voces a aquellos recuerdos que caminaban fosilizados hacía algún lugar de la memoria.
Basta ese encuentro para reactivar una memoria que ya no me abandona, sin la necesidad de viajar con un vivero portátil, los recuerdos consiguen reactivarse a través del olfato, como otros lo hacen a través del gusto, del tacto, o del oído.
De la vista no digo nada, porque es bien sabido el lugar omnipresente que ocupa en nuestras vidas. Relegamos voluntariamente los otros sentidos de los que disponemos, perdiéndonos penosamente todas las sensaciones excitantes que nos pueden provocar. Seguramente, que mi afán por desarrollarlos y conservarlos haya sido el detonante de que esos recuerdos relacionados con los olores se presenten con tanta intensidad. Un placer, que me sirve de aliciente para probar suerte con el tacto, el oído y el gusto.

Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El aroma de las castañas asadas. Casi nada. El calorcillo del cucurucho sobre las manos semicongeladas. Tienes la virtud de evocar ccosas que hemos perdido/nos han hecho perder. No, no es un romanticismo estúpido. Algún hablaré sobre el olor de los melocotones y los tebeos de la época.