El calor del amor en un bar

¿Cuántas horas no hemos pasado en ellos? ¿Cuántas risas, peleas, frustraciones y borracheras han sido? ¿Cuántos poemas se han escritos en las frágiles servilletas de los bares?
¿Cuántos amagos disfrazados de amor?
Instalamos una parte de nuestra vida en la barra desgastada de un bar, desde esa atalaya del fracaso observamos la vida, o nos observamos a nosotros mismos, en busca del olvido que nos proporciona el agua de fuego de los chamanes de barrio. En un territorio comanche que diluye sus fronteras encontramos una tierra de nadie, un templo pagano donde los devotos se cuentan por miles. Un ritual, que la resaca desenmascara y al que volvemos automáticamente a la próxima ocasión.
El vestido misterioso de la oscuridad nos contagia de aventura, y recorremos las calles de bar en bar en busca de un destino soñado, mientras la realidad agazapada nos espera detrás de la puerta de nuestro monótono hogar. Algunos nombres se pegan a la memoria, atravesados por recuerdos fundamentales: Chaston, Código, El metro, Sanchez, la bruja, la manola, el King Creole, el Fardela…
Una lista sin fin que demarca una ruta de peregrinaje en el tiempo, donde una balanza misteriosa se declina para empujar a la primera ficha de un laberinto de domino. ¿O acaso no influyeron esos lugares en las vidas de quienes los visitan?
El rostro de muchas personas que se quedaron en el camino, no se hace claro, sin el escenario oscuro de un garito, con un vaso en la mano y el humo del tabaco enturbiando la imagen. Ahí siguen y seguirán hasta que el portador de su recuerdo le siga en su camino hacia la nada.
Hay quien abandona, para entrar en un estado de melancolía permanente que disimula para los demás, pero que la chispa de un vaso de vino de mas delata, descubriéndole la marca indeleble de quien una vez visito Baal-Babilonia, de quien se dejo atrapar por los encantos de la mujer-serpiente que se enroscaba a su cuello depositando su aliento caliente en su cuello.
Todos los que estuvieron y siguen estando, buscaron y buscan algo, muchos ya saben que nada encontraran, pero siguen acudiendo puntuales, pues que mas encuentro que la rotura del tiempo, en unos lugares donde la moral se queda en la puerta. Donde las leyes no están escritas pero existen, basadas en el rito de la noche, la música y el alcohol.


Yorick.

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