los parados

Hay una clase de personas en este país que saben bien lo que es estar en el paro laboral. Me refiero a los que rondan edades en torno a los cuarenta y cinco años. Su andadura profesional comenzó a mediados o finales de los ochenta, en la mayoría de los casos, con unos estudios mínimos, o como mucho una FP que abría pocas puertas, la verdad. Los estudios superiores, estaban al alcance de muy pocos, y siempre había una forma de vetar a quien no proviniera de una familia solvente económicamente.
Entonces comenzabas a trabajar en un taller, o una fábrica, o una obra, con un contrato laboral de seis meses o de un año, hasta un máximo de tres. La esperanza de todo trabajador de la época era llegar a esos tres años, y alimentar la ilusión de que la empresa valorase tus servicios hasta tal punto que pasaras a ser un ‘fijo’
Esto, como se podrán imaginar, no ocurría casi nunca. Y digo casi, porque fui testigo de casos de tipos que a través de plataformas sindicales, negociaron su salto a la categoría de los fijos, ante la mirada estupefacta de los eventuales, que lógicamente fueron sacados de su lista de prioridades.
Así, que cumplidos esos tres años, te inscribías en el paro, en la mayoría de los casos por primera vez. Las generaciones anteriores a esta, la de nuestros padres, conocian de sobra lo que era ser un parado en España, al principio de la década de los ochenta. Era poco menos que una maldición, un estigma diabólico, que provocaba tanto rechazo como un pordiosero (ver prensa de la época)
Cuando le toco a la generación de la que hablaba antes, las cosas no habían cambiado mucho. Salvo en la aceptación social, y en la mejora en los subsidios. Pero encontrar trabajo de nuevo no era tarea fácil, ni estaba supeditado a ninguna regla. Puro azar, igual tardabas un mes, que dos años. Aun no se hablaba de estrés ni de depresiones, aunque les puedo asegurar que existían en muchos trabajadores parados.
Los que encontraron su siguiente empleo descubrieron pronto otra sorpresa: el contrato laboral básico era por tres meses prorrogables a seis. Entonces comprendías que nunca jamás formarías parte de la plantilla de una empresa, que nunca jamás contarías para los sindicatos, y que en tiempos de crisis, serías el primero en cruzar la puerta de la empresa en sentido inverso. Al llegar a la oficina de empleo, ya constatabas que el subsidio había menguado, y el tiempo de cotización subido, empezaba la carrera para completar los días que te faltaban para poder cobrar.
Los que no han vivido esta situación se podrán hacer una idea de las páginas que puede llegar a tener una vida laboral.
También hubo muchos casos de trabajadores que con dinero ahorrado, o con el desempleo cobrado en su totalidad, se atrevían a formar una empresa.
Les puedo decir, que de los osados que conozco, solo los que apostaron por el ramo de la hostelería tuvieron éxito. Aquellos que abrieron un taller, se dedicaron al montaje, o a la manufactura, aprendieron pronto las reglas del juego: Los pagos aplazados a 30, 60 y 90 días. Si tu empresa dependía de esos ingresos para seguir funcionando, y con tu capital ya menguado por la puesta en marcha del negocio, este no tardaría en expirar.
De esta forma, después de liquidar tus deudas con hacienda y la seguridad social, volvías al paro. Con suerte escapabas bien de la aventura, en otros casos las deudas sin pagar, te jugaban un divertimento extra: los juicios, el embargo de tu nómina y de tus bienes y la ruina total, del desgraciado y de su familia. Ya saben lo que dice la canción: -Cuando el dinero no entra por la puerta, el amor salta por la ventana-
Lo sorprendente de esta historia, es que cuando has pasado así quince años de tu vida, sazonados por cambios políticos, de gobiernos, de leyes, de ministros y de toda esa lacra que nunca ha movido un dedo por mejorar tu situación, algunos sigan pensando que el gobierno de turno les ayuda, que los sindicatos gubernamentales defienden los intereses de los trabajadores, y que con tu voto, apoyando a la oposición tu situación mejorará, hipnotizado por promesas electorales, que no son mas que miguitas de pan para los pájaros.

Sin embargo no tengan duda, de que tras años de robar descaradamente de las arcas del estado y de machacarnos económicamente, a través de impuestos abusivos, encarecimientos del suelo, los alimentos y las energías, llegada la ruptura del sistema financiero, volverán sus esfuerzos a mantenerse ellos a flote, a que el ritmo de amasar dinero no pare. Mientras con la mirada de un cordero degollado nos instan a aguantar, a nacionalizar el sufrimiento, que no el reparto del dinero ni de las condiciones de vida.

No serviría de nada largar un discurso. Llegados a este punto, todo el mundo debería saber de que va esto, a que clase social pertenece, y que intereses debe defender. La intención era solo recordarlo, porque visto lo que se ve en la calle, parece como si muchos no se enteraran de que siempre van a ser unos explotados, que se jubilaran llenos de achaques y cobrando una pensión de mierda, sino se matan antes trabajando, viendo crecer a sus nietos con el sello del esclavo tatuado en su frente.


Yorick.

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