la fotografía

Suelo mantener correspondencia con algunos amigos. Con uno de ellos, intercambio noticias, libros, información, ideas, y cariño. Hoy recibí una carta suya. En ella unos cds. con sus trabajos y un buen montón de recortes de prensa. Los ojeo despacio. No son noticias ni opiniones al uso. Se nota que están seleccionados por alguien que sabe lo que busca, que recibe los mensajes o los gritos que a veces se cuelan en la cotidianidad. Alguien que desarrolló una capacidad de recepción y filtrado para toda la vorágine de información que recibimos a diario.
Entre los recortes que recibo me encuentro con una fotografía. Sin texto. Un escueto pié de foto da información sobre el lugar donde fue capturada la imagen.
Es una fotografía que no se contempla de un golpe de vista. Su fondo caótico mimetiza el contorno de la misma. En un auténtico basurero flotante dos niños se bañan y juegan.
El río es un merdal. Un cúmulo de podredumbre y desperdicio tan enorme que la presencia de los niños en el pone mal cuerpo, de tan brutal y repugnante que resulta.
El trozo de papel me escandaliza y hace que me avergüence de mi propia turbación. La fotografía me enrabia, me encabrona, me acalora. Me siento tan impotente que desearía que en es mismo instante reventara el planeta.
Poco a poco me calmo. Mi ira se transforma en ideas, en pensamiento que no es nuevo. Mil millones de posibilidades sobre igualdad, respeto, oportunidades, se me pasan por la cabeza. Me vacío en ello. Y cuando estoy vacío y exhausto vuelvo a mirar la fotografía y me fijo en los niños. Sus expresiones no son de sufrimiento. Como cualquier par de niños en cualquier parte del mundo juegan. Juegan con lo que tienen. El agua y la basura. Esa naturalidad que desprenden me atraviesa provocándome un escalofrío. De repente, me percato de que toda mi ira de antes, mis pensamientos, mis ideas, no son para que ellos vivan mejor. En el fondo de mi egoísmo y mi ruindad me doy cuenta que la igualdad que deseo es para vivir yo como ellos, para tener esa aceptación de su presente que yo no tengo. Para descubrir los secretos de los instantes vividos. Para acabar con mi tremenda cobardía que me convierte en esclavo de una moral de mierda tras la que me escondo. La cobardía que me doblega ante leyes, costumbres, miradas, reproches, manías, enfermedades estúpidas, relaciones artificiales, competitividad, envidias, rencor, sumisión, engaños, que prolongan una vida controlada. Que sucumbe ante una falta de improvisación total. Que me delata con un disfraz de honestidad que en realidad no tengo. Que me harta de mí y me harta del mundo.
La imagen del papel descubre y desarma a un hombre que como cualquier otro se engaña, se carga de razones para seguir aguantando. Se inocula el veneno de la mentira por falta de valor. Se inventa a alguien para atesorar una vida que en realidad no sabe vivir, y que por encima de todo teme perder.



A Pilar Molina de la Fundación Salvador Seguí. In Memoriam
Supo dejar de temer

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