vuelos baratos

Hace unos años, viajar en avión suponía un privilegio que se podían permitir solo los que dispusieran de una holgada solvencia económica. Un ejemplo, ir de Valencia a Sevilla, ida y vuelta te podía salir por unas ochenta mil pesetas de la época, en la única y omnipresente Iberia. Hoy día, las compañías aéreas, que no son tontas, percatadas del número de desplazamientos que se producen, cada vez que hay un puente, y de las ganas de ser turistas de un gran número de compatriotas, se sacaron de la manga las compañías aéreas de bajo coste, y a precios irrisorios, que ocurrió, que al poco tiempo, los aeropuertos se llenaron de gente, que se iba a Barcelona, por veinte ecus, o a Amsterdam por cuarenta.
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Si medir el tiempo, no deja de ser un invento más que humano, que más da llegar en dos horas o en dos días. Comparen, el paisaje del avión, un habitáculo blanquecino, lleno de personas con sus portátiles, leyendo revistas de coches, y atendidos por artificiales azafatos sonrientes. O por el contrario cruzar pueblos, por carreteras secundarias, compartiendo bus, con la monja que regresa a casa por navidad, el abuelo que viene de la capital de visitar a sus nietos, o el chaval, que estuvo preso y vuelve a su pueblo, después de ser liberado.
El pueblo, los pueblos, las miradas entre curiosas y distante de sus habitantes, cuando pasa el autobús, el paisano, que atraviesa la carretera con sus ovejas y sus perros pastores, los nidos de cigüeñas en los campanarios agrietados de algunas iglesias, el paisaje castellano, que huele a revuelta campesina, el torreón que corona una colina, donde tal vez su señor fuera arrojado desde lo alto, por los campesinos hambrientos, la historia, en fin, llena de pequeñas historias, que salpica cada rincón y cada persona que nos cruzamos.

Todos esos detalles, se perciben mejor, en bus, en tren, o haciendo auto-stop, que metidos en aeropuertos artificiales, lleno de engendros mecánicos horribles, donde somos cacheados, registrados, y humillados, en nombre de nuestra seguridad.
Para mí, no es comparable, parar a tomar café en un bar de carretera, que sobrevive al tiempo, donde te cruzas con personas que también sobreviven al tiempo que comentan las noticias de la televisión como si fuera otro planeta, y se aprietan una copa de coñac, para el frío. Que tomar un aguachirri cagalero sentado en una butaca y servido por una señorita o señorito vestidos con uniformes horrendos y sonriendo mientras se cagan en mis muertos por que no me gusta la espuma en el café.

Pero todo esto, no son más que los desvaríos de uno que va “ pa viejo”, y que quizás crea en algo en lo que ya nadie cree, mientras mira al cielo, desde una carretera secundaria, observando, las rayas blancas que dejan los aviones, y que lo cuadriculan cada vez más pequeño.


el reverendo Yorick.

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