Los otros


Camina delante de mí con paso decidido, camiseta de tirantes ajustada, músculos, barba impecablemente recortada. Se observa de reojo en los escaparates. La seguridad de su caminar, cada zancada medida que da y su paso conquistador hablan por sí mismo: Este hombre es un triunfador, domina su entorno, y se enfrenta a todas las situaciones de su vida con una frialdad estremecedora, seguro de que nada puede escapar a su control. Todo trabaja para él. El gran capitalismo inventó su credo, aunque él no lo sepa, controla su estilo, su ocio, sus compras, y sobre todo su pensamiento. Aun así, en los pocos segundos en los que se coloca ante mí para desaparecer luego tras una esquina, reconozco la impresión que me produce. Antes, claro está, de percatarme de que muchos otros como él siembran las calles. Parece y es escalofriante la inmensa superficialidad bajo la que estos seres viven, imbuidos en un sistema de vida que los transforma en marionetas de trapo sin resistencia alguna a la manipulación a la que son sometidos. Llegan a asumir según sus bien aprendidas lecciones que la sociedad donde viven, esta bajo su control, y que los fallos genéricos que esta padece son aceptables, sobre todo porque se trabaja para erradicarlos. La frialdad gélida con la que defienden sus consignas y opiniones produce escalofríos. Estas nuevas imitaciones de héroes griegos y otros similares, creen tomar las riendas de sus existencias confundidos en realidad en una pastosa y sofocante mediocridad donde todos y cada uno de ellos creen ser individuales y únicos.
La teatralidad ha sido aceptada en sus vidas con total normalidad.
Resulta en el fondo de un gran patetismo y de una gran desilusión, contemplar que todos han abrazado el engaño, cayendo en la trampa de la satisfacción. Basan su fuerza en su aspecto físico, pero descuidan sin vergüenza su pensamiento, al que rinden sin tapujos en manos de la manipulación.

Cuesta creer que tan solo hace unos pocos años, el panorama ahora contemplado, pudiera ser fruto de una pesadilla, instalada sin remedio en este presente: Una sociedad rendida y desvalida sin ideas, sin convicciones propias, con la preocupación colectiva de mimar su aspecto exterior, y de que sus éxitos en ese terreno les de ventaja moral sobre los demás.
¿Cómo no echar de menos a esos lunáticos que una vez poblaron el mundo?
Luchadores y defensores de ideas hoy desaparecidas. Discípulos de inventarios vivenciales que se firmaban al borde del abismo de la noche. Matadores de brújulas. Desafectos de la política de la mentira y la aceptación. Rebeldes de comunas imposibles. Traficantes de libros proscritos. Genios anónimos generosos con su arte, lejos de entregarse a biblícos usureros. Destiladores de sueños que se perdieron tras la estela de cualquier atisbo de vida. Obreros concienciados artesanos de sus voluntades que ayudaban a sus compañeros y compartían con estos el pan mohoso de las decepciones.
¿Cuántos de ellos rindieron su efímera existencia por un futuro? Aquellos desertores del vacío son hoy los progenitores de estas bestias egoístas que, convertidas en Edipo, sacaron los ojos de sus progenitores y yacieron con sus madres en busca del trono material de un castillo en el aire. Este ejército de músculos sin cerebro se extiende llevando por delante sus bestias cerbéricas, sus estandartes vacuos son sus brazos tatuados y sus hembras son insípidos maniquíes que se vigilan de reojo amparadas en la soberbia que da la juventud y la belleza.

No existirá ninguna batalla épica entre una raza ya casi desaparecida y estos conquistadores modernos de pobre pensamiento. Sólo los sacerdotes del dinero intuyen y disponen el fin de cada uno.
Los supervivientes de otros tiempos vagamos por un territorio desconocido sin esperanzas de encontrar un sendero familiar. Cada uno espera a su modo la hora del suicidio o la del magnicidio, ya que éstas se confunden a veces en las mentes febriles, cuando la única posibilidad es el vacío y la esperanza de intuir cuando hay que hundirse en él.

el reverendo Yorick.

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