Señor, dame la facultad de no rezar
jamás, líbrame de la insania
de toda adoración, aleja de mi esa
tentación de amor que me
entregaría para siempre a Ti. ¡Que el
vacío se extienda entre
mi corazón y el cielo! No deseo ver mis
desiertos poblados
con Tu presencia, mis noches
tiranizadas con Tu luz, mis Siberias
fundidas bajo Tu sol. Más solitario que
Tú, quiero mis manos
puras, a diferencia de las tuyas, que
se ensuciaron para siempre
al modelar la tierra y al mezclarse en
los asuntos del mundo.
No pido a Tu estúpida omnipotencia más
que respeto para mi
soledad y mis tormentos. No tengo nada
que hacer con tus
palabras; y temo la locura que las
haría escuchar. Dispénsame
el milagro recoleto de antes del primer
instante, la paz que Tú
no pudiste tolerar y que te incitó a
labrar una brecha en la nada
para inaugurar esta feria de los
tiempos, y para condenar
así al universo, a la humillación y la
vergüenza de existir.
BREVIARIO DE PODREDUMBRE -- CIORAN
Con las jodidas religiones sucede lo
que con Curri Valenzuela, Felipe González... o Leticia Sabater: cuando crees
que se han extinguido, resurgen y hasta parecen rejuvenecidos. Así, los dioses
tremebundos vuelven para dar-por-culo a fieles e infieles indistintamente
–infelices todos a la postre.
Se argumentará que en esto de las
religiones cada uno tiene su gusto y debe ser respetado. En esto estoy de
acuerdo. Lo malo viene cuando unos y otros tratan de imponerme sus gustos que
creo deberían ser reducidos a la intimidad más estricta. Algo así como creer
que tu hija y señora son las más bellas del mundo mundial pero sin decírselo a
nadie para ahorrarle el trance de disimular la risa en tus narices. A estas
alturas, mantener esos mitos adocenadores, masoquistas y estultos ni siquiera
se justifica por el deseo de l@s niños de vestirse
de princesas o disfrazarse de almirantes. A los siete años, si ese es el gusto
de los chavales, se montaría el carnaval sin necesidad de que la cruz
presidiera la farsa, y todos tan contentos.
Puestos a tener dioses, me gustaban más
los de antes –hoy muertos, ¡y eso que eran dioses!- que eran diversos,
divertidos, ridículos, tramposos, terribles -también- y más humanos. Por lares
más remotos aún quedan algunos de ellos, que incluso son escépticos, pero
dioses al cabo. Pero llegaron los dioses únicos: altivos, arrogantes,
soberbios, vengativos... ruines. Los Jehová y Alá, entre otros por los que se
han derramado ríos de sangre en las llamadas Guerras Santas.
Guerras como la que tiene lugar en
Afganistán: dos fundamentalismos religiosos en lucha. Uno, el del Imperio –los
ricos- que siguen los mandamientos de su Dios, que siempre les protege –salvo
cuando se va de copas y pasa lo del 11-S y que son, según los interpretan:
avasallar, aniquilar e imponer su dominio en el orbe. A cambio de esta lealtad
alcanzarán en el Cielo ríos de coca-cola, montañas de hamburguesas y limusinas
de 50 m .
Sus seguidores se arrodillan -¡terrible para la artrosis!- cantan canciones
estúpidas y creen que su pueblo es el elegido por el fatal demiurgo. Los que
tienen dinero viven muy bien y los pobres se joden, pero alcanzarán la gloria
eterna sentándose a la derecha del Padre.
El otro fundamentalismo es más
fundamental, porque para alienar a sus súbditos sólo cuentan con las escuelas
coránicas –con televisión en todas las casas,
les restaría la labor adocenante que cualquier Poder necesita para el
sometimiento de su pueblo. Los que tienen dinero viven muy bien, los que no,
después de una vida miserable, Alá les promete subir al Cielo donde tendrán a su
disposición 60 huríes dispuestas a servirles con las mejores artes eróticas.
También tendrán montañas de dátiles y ríos de miel-¡pero no coca-cola! Estos
rezan con el culo en pompa, posición que no augura nada bueno y que conlleva
ciertos riesgos. Los ricos de estos viven como dioses y los pobres se mueren de
hambre, si además son mujeres, la vida resulta infernal.
Se alegará –y de eso saben mucho los
políticos y expertos de la conducta humana- que la gente necesita algo en lo
que creer, a lo que aferrarse, un motivo
más allá del presente que les reúna, les amalgame en pos de ese ideal y que a
la vez le marque unas pautas de comportamiento para hacer posible y vivible la
sociedad. Vamos, la zanahoria que siempre se aleja de la boca de los burros.
Mientras tanto, como no podía ser de otro modo, ellos: los banqueros,
empresarios, obispos, marqueses, mulás, príncipes, emires... se encargarán de
vigilarnos, de imponernos sus leyes... y de vivir la vida: la suya y la
nuestra, por nosotros. Mientras a los sometidos les dejan las virtudes, la
miseria... y la fe en cualquier Dios... o en el futuro, que también es Dios.
Pues bien, aceptando esta teoría, por
qué no aferrarse a algo tan tangible, tan directo y decisivo para el presente
como es reivindicar lo que nos pertenece y nos es arrebatado cotidianamente por
el Poder, venga de dónde venga y bajo el nombre de quién sea. Por qué no
dejarnos de pleitesía a los dioses y diosecillos que al fin no son más que
simples mortales que impiden que seamos plenamente a través de los cuentos que
desde niños ya nos narran para achatar nuestras conciencias y hacernos entrar
en sus rediles. Olvidemos la teología de la liberación y liberémonos de la
teología aunque sea laica.
Después, cuando llegue la muerte
–siempre puntual, ella- si nos llevan al Cielo y allí me esperan 60 chicas de
nalgas divinas y frescas brevas, dispuestas a guisarme una buena paella, miel
sobre hojuelas... porque sentarme a la derecha del Gran Güevón no me gusta lo
más mínimo.
P.D.: Corro a comprar una brújula para
orientar mis rezos... ¡la carne es débil!
EL
BOBO DE KORIA
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