sin redención

No sirven las lamentaciones para pedir limosna, pues tampoco queda quién pueda darla. Agraciados todos por calamidades que llegan de la mano en la que reconocías a tus amos. Ahora te sellan la boca con los escombros de tu futuro ¿O era el suyo?
No llegas a comprender todavía que ellos inventaron la lástima, que fueron tus hacedores quienes te entregaron esa herramienta que tu crees blandir con maestría.
No tienes secreto para quién te moldeó, para quién con sus manos hediondas amasaba tu cuerpo mientras tú te dejabas hacer ¿Ya no lo recuerdas?  Te duele pensar que como una ramera engañada te entregaste lascivo a la lengua que te decía lo que tu añorabas oír.
Que fácil les fue empachar tu vanidad. Entregarte ínsulas imaginarias con las que hipotecar tus sueños, y tú, que en tu ambición arrastraste a los tuyos ¿Qué palabras tienes para ellos ahora?  Tus cachorros esperarán la hora definitiva de tu debilidad para abalanzarse sobre ti, y consumar su venganza despedazando tus míseros restos.
Esa es la herencia que legas a tu estirpe, los frutos de la corrompida educación que les impusiste están al llegar, como una enfermedad o una epidemia, destrozareis todo aquello que toquéis con vuestras manos. Todo menos el imperio de tus amos, el reino de la calamidad, donde nacen los hilos que sujetan tus manos y pies, y adonde vuelve toda la fangosa riqueza que producís y que nunca será vuestra. ¿Recuerdas cuando codiciabas esos tesoros? Pasaban por tus manos a diario, enloquecían tus pesadillas, a las que sujetabas con piedad. Pensando en la recompensa vacía de tu vida miserable que velabas como un regalo divino, sin intuir que no era más que un cepo de hierro herrumbroso entregado a tu voracidad.
¿Llegas a entender el porqué de todo esto? ¿Y entonces?
Tus lamentos no te salvaran porque estaban previstos, entraban dentro de la calculada coyuntura de tu yugo.
Tratas de hacer ver a los otros que no pasa nada, que tienes todo bajo control, pero en la locura insomne de tus noches, pereces de rabia, de terror. Reconoces todos y cada uno de tus errores, de tus maldades, y también reconoces todas y  cada una de las mentiras que quisiste creer, y que te condenaron a ti y a los tuyos. Aun quieres negar la realidad de que no eres nada ni nadie. Aun algunos ramalazo de orgullo quieren equipararte con un yo abstracto pleno de grandeza. Y entonces llega el amanecer, la realidad, tu prisión, tu condena, y rendido lloras el poco precio cobrado por tu alma, que una vez entregada no te dejo nada para negociar.

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