Hasta hace pocos años, en
cualquier colegio, instituto o institución educativa, lo normal era
dirigirse a los alumnos por sus apellidos. Hasta los más pequeños
pasaban por este sistema que parecía creado para anular y convencer
a los niños y niñas de que la vida iba en serio. De que aquí se
les trataba como a personas adultas, responsables de sus actos,
serias y entregadas a sus obligaciones. Una prueba, sin duda, de que
la educación y los años pasados bajo su yugo, se entendían como
una forma de domesticación y control. No quiero decir con esto de
que hoy día, el objetivo no sea el mismo, con matices diferentes,
desde luego.
Lo que me interesa
comentar aquí, es el asunto de los apellidos. Yo lo sufrí desde
luego, y creo que se libraron muy pocos, normalmente, te contagiabas
de esa costumbre, y cuando estabas con tus amigos, seguías
nombrándolos con su apellido elegido, solo, si el mismo pertenecía
a los más comunes, y su nombre tenía buen enganche, se les llamaba
por estos: Santi, Javi, etc. Estas personas solían apellidarse,
García, Ruíz, o González.
Tuvieron que pasar años,
para que mis amigos empezaran tímidamente a llamarme por mi nombre.
Siempre me fastidió, desde niño, hacer uso de estas fórmulas
dominantes. De alguna forma me chirriaban las palabras cada vez que
nombraba a mis mejores amigos por apellidos insulsos, que nada tenían
que ver con el mundo de los niños. Si te pones a pensar en ello,
puedes llegar a la conclusión de que te arrebataron algo, de que
había una intromisión en nuestro mundo infantil, Un tufillo
perverso, que emanaba de aquellos seres amargados, que se vengaban de
sus frustraciones en la piel de los niños. Nunca tuve aprecio por
aquellos supuestos educadores, por sus desvelos falsos, y por sus
ridículos disfraces de personajillos importantes.
A los niños no se les
engaña fácilmente, y estos, son especialistas en descubrir la
mentira, y cuando torpemente se la disfraza con sonrisas fingidas o
forzadas más aun.
Muy pocos de aquellos
maestros, se ganaron un lugar amable en mi recuerdo. La mayoría se
cuece en un infierno imaginario, donde deposito la basura, y donde
como en un círculo del infierno de “la divina comedia” se
freirán eternamente.
El reverendo Yorick.
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