Historias del Facebook. O una verificación del libro: "El laberinto Español" de Gerald Brenan.



Esta historia comenzó hace muchos años. En ella un adolescente se enfrentaba a los exámenes finales del último curso de la E.G.B. Para cualquier otro, esto sería algo normal, pero para aquel niño, al que podríamos llamar Miguel, el asunto tenía trazas bastante dramáticas. El muchacho era repetidor, y su padre le había amenazado durante todo el curso de lo que le ocurriría si suspendía nuevamente.
Para Miguel no eran exámenes normales, soportaba una fuerte presión, y a saber como interpretaba las amenazas de su padre. Hizo todas las pruebas y se enfrentó a su bestia negra: Las matemáticas.
Y aquí, es donde entra el otro protagonista de la historia, un profesor llamado Juan José Belicoso, apellido que no le hacía ningún honor, pues era un hombre amable y pacífico. Pertenecía a esa generación de profesores que intentaban alejarse de la sombra del franquismo a paso rápido. Era el tutor de Miguel, y su mentor en matemáticas.

A las dos semanas se entregaron las notas. Miguel acudió pensativo y temeroso dudando de sus capacidades, al llegar al colegio, la voz bramante de su tutor le llamaba por un pasillo: -Miguel ¿Cómo estas? Acompañame al despacho que quiero hablar contigo. La cara de Miguel era un poema, parecía que se dirigía al matadero. Al cerrarse la puerta tras él, Juan José Belicoso le invito a sentarse y luego comenzó a hablar. - Bien Miguel, aquí tengo tus notas, has aprobado todas menos matemáticas, donde tu calificación no pasa de un 4,5. La cara de Miguel se descomponía por momentos, su imaginación le auguraba una muerte segura en manos de su padre. El profesor seguía hablando: -He estudiado tu situación...y he decidido aprobarte la asignatura. Se que te has esforzado durante el año, no me has dado problemas en clase, y has sido puntual, además de no faltar ni una sola vez, y de esforzarte al cien por cien, en una asignatura en la que tienes dificultades. La cabeza del muchacho era un hervidero de sentimientos hacía aquel hombre y lo que le estaba diciendo: gratitud, admiración, cariño. Nunca antes ningún profesor había hecho nada parecido por él. Sus años escolares habían sido como una pesadilla sufrida en silencio. Y aquel hombre ¿Quién era? ¿De dónde había salido? Muchas preguntas se hacía el chico, que esperaba una reprimenda, una humillación más en aquel despacho. Toda su gratitud, todo lo que hubiera querido decir a aquel hombre y no pudo articular  más que un tímido -gracias-
Demasiado para un adolescente. Miguel abandonó el colegio con su boletín de notas. Ya no tendría que volver allí. Otra cosa le esperaba, y su padre ya no lo mataría, ni se lo comería, ni nada parecido.

Después Miguel estudió en un instituto, no acabo sus estudios, perdió el miedo a su padre, y abandonó aquel pueblo para siempre. Viajó, tuvo muchos trabajos, conoció muchas ciudades, muchas personas pasaron por su vida, se formó por otros caminos y acumuló muchas vivencias y experiencias. Pero estuviera donde estuviera, nunca olvidó a su profesor de matemáticas, y el gesto que éste tuvo para con él.

Hasta que más o menos en la actualidad, explorando en una red social en internet, se le ocurrió teclear el nombre de su querido profesor. Y...¡sorpresa! Allí estaba, en una fotografía de frente, mucho más envejecido, jubilado y con sus grandes gafas de miope. Miguel emocionado inspeccionó su muro, sabía que muchos años atrás Juan José Belicoso fue concejal en el ayuntamiento de su pueblo por la coalición Izquierda Unida. Le sabía comunista, y a juzgar por lo que leía en su muro, su espíritu político seguía en marcha: Juan José Belicoso era un demócrata indignado, crítico y entusiasta.
Miguel tuvo una sombra de preocupación, pero no pudo prever lo que estaba a punto de pasar.
Miguel era anarquista. Un libertario consecuente que no ocultaba su ideario político. Así que suponía que su combativo muro contra las instituciones, la falsa democracia, y el vasallaje regio, no supondrían un impedimento para iniciar una amistad virtual con su viejo profesor, que desembocara a su vez en un encuentro de verdad.

Preparó su mensaje con cariño, con humildad y con los mejores deseos de amistad, y se lo envió a su querido profesor.

Pasaron los días y la respuesta no llegaba, pasaron unas semanas y tampoco ocurrió nada. ¿Pudiera ser que el mensaje no hubiera llegado? Miguel no sabía que pensar, pues estaba claro que Juan José Belicoso seguía entrando con regularidad en la red social.
Miguel volvió a intentarlo y envió un nuevo mensaje conciliador, sincero y amistoso. Volvió a ocurrir lo mismo. Pasó el tiempo y no hubo respuesta. Estaba claro que los mensajes habían llegado, que la falta de respuesta era intencionada.

Miguel, entristecido abandonó, y no volvió a enviar ningún mensaje. Durante unos meses no pensó en el asunto, más bien, trató de no hacerse mala sangre con lo ocurrido. Pero un día, de nuevo en la red social, Miguel descubrió que Juan José Belicoso se había hecho amigo de un conocido suyo, íntimo de su hermano. Este conocido utilizaba la red social sin pretensiones, hablaba de películas fantasiosas, de libros de rol, de hechiceros y cosas así. Y sin embargo, el profesor había aceptado su amistad sin dudarlo ¿Qué pasaba aquí? se preguntó Miguel.
Nuevamente sondeó el muro de Juan José Belicoso. Y mentalmente, el suyo propio. Los dos eran comprometidos, pero de forma distinta: Su profesor manifestaba críticas contra sus gobernantes, pero sin dejar de creer en las instituciones democráticas bajo cuyo yugo vivía. Miguel por el contrario creía que era esa falsa democracia y sus artífices, el problema mayor de todos los hombres y mujeres que vivían y aceptaban su yugo. Como buen anarquista creía en el comunismo libertario, y en una estructura de poder descentralizada y horizontal.
En ese instante Miguel entendió el silencio de su profesor. Se le vino a la cabeza un libro que había leído sobre los prolegómenos de la guerra civil española: El laberinto español, de Gerald Brenan, y subtitulado: Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil.
En el libro, el autor hace hincapié en las diferentes idiosincrasias que habitan en la península ibérica y en la importancia de estas, bañadas en diferentes ideologías políticas, antes, y durante la guerra civil. -Y después- pensaba Miguel, pues lo que su profesor parecía demostrar era una incapacidad para aceptar a alguien que pensara de forma diferente, y que esto le supusiera un obstáculo insalvable, para una sincera amistad. Este problema, no lo tenía Miguel, para quien una amistad, basada en el respeto, podría romper cualquier escollo, y dar de paso unas buenas conversaciones, donde estar dispuesto a entender al otro.

Quién sabe, si en el fondo, toda esta historia es mucho más sencilla, si en un encuentro fortuito entre los dos, el temor de uno, y el rencor de otro desaparecerían instantaneamente.
Desgraciadamente, ese encuentro no se ha producido, y por el momento no parece posible. Gana así de nuevo la intolerancia, y se pone de actualidad un pasado que nadie debería olvidar.

el reverendo Yorick.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una situación muy cotidiana, el hacer oídos sordos a una realidad palpable. Muestra de ello la cantidad de gente que dice, "no si yo ya paso de la política".
Quemados hasta la saciedad, siguen sin dar ese paso que coja las riendas de su vida.
Bueno salud, compañero
Me gusto mucho esta forma de expresarla tan cercana

Anónimo dijo...

LOS PREJUICIOS SIEMPRE SON NEGATIVOS Y DEMOSTRATIVOS DE LA ESTUPIDEZ DEL QUE LOS PADECE