Subsidio por favor!!!

¿Quién es el último? -dije al llegar a la cola- El tipo que me precedía me miro y despectivamente hizo un gesto con la cabeza. Luego se giró ignorándome y se imbuyó en sus pensamientos. La cola daba la vuelta a la manzana. Como sabía que tenía para rato, intente de nuevo entablar conversación con mis sufridos y fortuitos compañeros de penurias: -Aquí tenemos para rato ¿Lleva usted mucho tiempo? El tipo se giro con cara de molesto y me dijo hoscamente que cinco minutos más que yo. Ya lo sabía. La señora de delante de él, que si parecía tener ganas de hablar, me dijo que su prima llevaba haciendo cola desde las siete de la mañana, y que casi había llegado a la puerta. tambien dijo que se mantenían informadas llamándose por teléfono.
Mientras me hablaba la señora, y entre medio de los dos, el otro tipo se removía incómodo. La señora seguía explicándome que la fila se movía tan lentamente debido a que todo el mundo acudía a la misma ventanilla, y que aunque habían reforzado el servicio, había demasiada gente. El tipo entre nosotros pareció animarse, y con el estilo malhumorado del que ya había hecho gala, comenzó a despotricar sobre los funcionarios de la oficina, y más tarde la tomo con el gobierno. Alguien le secundó unos puestos más adelante. Como la situación me divertía, comencé a meter un poco de caña. -Si ya sabíamos que esto iba a pasar ¿Donde estan ahora todos los que votaron a estos mangantes? Previsiblemente no apareció ninguno, todo lo contrario, algunos me corearon alzando la voz. Supongo que los más sospechosos de haberse convertidos en cómplices del gobierno a traves de sus tristes votos. El tipo de delante permanecia cabizbajo, y visiblemente nervioso, estaba claro, que allí se sentía completamente acorralado y fuera de lugar, supongo que sería un solitario de tantos, resentido y reyezuelo por derecho de su casa. Bastante parecido en el fondo al montón de desechos humanos que formábamos aquella larga fila. Esperando todos a que llegara nuestro turno para poner cara de pena al funcionario de turno, para recibir  nuestras miguitas de pan en forma de subsidio de desempleo. Luego correríamos todos a recuperar nuestro ritmo diario, lejos de las fastidiosas obligaciones que nos exigía la oficina de empleo.
Después de salir de allí, unos irían a comprar el pan, otros a echar la quiniela, otros a dar vueltas por las calles con la idea de olvidarse un rato de tanto hastío.
De vez en cuando a alguno de nosotros se le ocurriría ir a entregar algún currículum más, con una vana esperanza de que esa ocasión fuera la buena.

Al cabo de un par de horas, por fín me atendieron. Puse mi cara de pena, me dieron mis miguitas y salí de la oficina dispuesto a celebrar otros seis meses de tregua en el primer bar que encontrara. Por la calle de al lado pude ver de refilón al tipo que me precedía en la fila, parecía malhumorado, caminaba cabizbajo con las manos en los bolsillos. Perdido en alguna agria reflexión. todos volvíamos a nuestras vidas deseando olvidar una larga mañana de trámites.
Los funcionarios se marcharía maldiciéndonos entre dientes por hacerlos trabajar tanto. Y así cada uno consigo mismo buscaría a alguíen a quién echar la culpa de tanta fatalidad cotidiana, sin pensar nunca en la responsabilidad que cada cual tenía en la construcción  y mantenimiento de un mundo injusto y aceptado desde la mas aberrante de las cobardías: La propia.

Yorick.

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