presentes perdidos

Muchos días, debido a mi trabajo, tengo que comer en algún parque. Abandonado, en una forzosa obligación, me entretengo mirando a mi alrededor: Un parque, cubierto de hojas, en un paisaje claramente otoñal, y poco más. Pero en realidad, hay otras cosas. Podría hablaros, por ejemplo del aire, y el baile que les impone a las hojas del suelo, primero las empuja suavemente hacía el oeste. Las hojas ruedan, empujadas suavemente un instante, luego se paran. Al pasar unos segundos se mueven en dirección norte. Parecen estar contentas con su nueva ubicación, pues permanecen allí bastante rato, pero el temible norte, no parece estar conforme, y como si diera un portazo, una violenta corriente desplaza las hojas de su puerta, que aterrorizadas ruedan violentamente hacía el sur.
Otro detalle inadvertido, sin una explicación, para entender el entorno, son las moscas. Acechan desde no se bien donde, los bancos del parque, a la espera paciente de que alguna víctima se situe en sus dominios. Una vez que el incauto se aposenta en el banco, comienza su invasión. Al principio, una o dos comienzan a revolotear sobre tí, o sobre tu poco imaginativo pero práctico bocadillo. Puedes tener la certeza, de que pasados unos minutos, del orden de entre quince o veinte moscas, acabarán por echarte del banco. Durante el verano he podido observar, como en todos los bancos del parque se colocan oteadores que inmóviles permanecen a la espera de algún inquilino, para inmediatamente avisar a su banda de desalmados, y así poder sacar de sus casillas a los distraidos paseantes que tienen la osadía de invadir sus territorios.
Otros asiduos de estos parques de ciudad, encajonados entre edificios, son los perros, y sus amos. Estos, suelen permanecer distraidos y ausentes, mientras sus canes, olisquean por los parterres, o descargan sus depósitos corporales por todas partes. No es extraño, que alguno de estos perros, atraido por el olor a mortadela sintética de tu comida, se acerque intrigado a echar una mirada a la fuente de tan sabroso manjar, y una vez allí, te observe calibradoramente, instantes antes de darse la vuelta por si mismo, o por el instinto de obediencia hacía su amo, que le silba impaciente, temeroso de tener que iniciar una conversación con un desconocido, o una más que posible disputa sobre el voráz apetito de su perro.
También el horizonte del parque muestra a los diferentes paseantes y habitantes. Los hay como yo, que durante un rato hacen hogar de un banco de cemento, exiliados forzosos de sus casas, en favor de miserables trabajos asalariados. Los jubilados, son otros que vagan por el parque, buscando a algún congénere o a alguien a quien contar su vida. La soledad y la exclusión del mundo apresurado en el que viven, marcan sus pasos perdidos.
Los niños rebosantes de energía inventan mil juegos sobre unas estructuras de colores chillones, que los acojen y entretienen, mientras juegan a ser mayores, adoptando poses y gestos aprendidos. Allí está el dictador y el verdugo, el policía y el esclavo, el abogado, el fraile y el borracho, la enfermera, la prostituta, y el ama de casa, la libertadora o la dinamitera, enganchados todos a un engranaje que gira sobre si mismo. Sexos impúberes mezclados y condenados a no entenderse nunca.

Así son muchos mediosdías de  mi vida. Algunos de ellos no tengo ganas de mirar, y me concentro en un libro. Otros es un cuaderno manoseado, víctima de mis manos y mis descuidos, que a veces lo decora con una mancha aceitosa, o con migas entre sus páginas, cuando absorto en mis ideas, le coloco un bocadillo encima, o mis dedos apresurados buscan el canto de una hoja para pasarla deprisa, ante el terror infantil de olvidar una idea o frase para apuntar.

Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

OTOÑO. Sabe a poco