La verdad sea dicha, que esta sección estaba algo abandonada. Ver las calles llenas de chatarreros, cartoneros, y mendicantes de todo tipo hacía difícil que encontráramos una profesión perdida en la que fijarnos. Sin embargo, ayer mismo y en la mismísima calle, algo llamo mi atención. En un pequeño bar, mientras tomaba un café mañanero me encontré de bruces con un cartel que colgaba en la pared del local. Un cartel bien grande donde un hombre anunciaba su actividad: Limpiabotas, con especial deferencia hacía los clientes de ese bar.
En realidad, no es de este noble sector empresarial del que quiero hablar, este es de sobra conocido gracias a ese género cinematográfico llamado neorrealismo español, donde niños muertos de hambre y pelagatos de todo tipo lloriqueaban ante la cámara con dos velas de mocos y una fé infinita en su señor, para regocijo de falangistas, sus señoras, y gentes de bien. La visión del cartél, sin embargo, trajo a mi memoria otro oficio, hoy desaparecido que podría volver a estar de actualidad. En realidad, yo personalmente lo desconocía, el consejero mayor de esta sección "el bobo de Koria" fue quién me puso trás su pista, pues sin su aportación documentalista nada de esto estaría ahora aquí escrito. Me refiero a los: "Domadores de zapatos"
Dicho así de sopetón puede parecer algo confuso, pero es cierto que existió semejante actividad, y que no consistía en otra cosa, que utilizar los propios pies como si de hormas se trataran, para evitar rozaduras o ampollas desagradables e incomodas en los pies de esa casta noble, o esa alta burguesía que siempre ha acompañado nuestro devenir en la historia, sin olvidarnos claro está del clero, y su nutrido cuerpo de obispos, cardenales, diáconos, y doscientos nombres más.
No es fácil, no señor, domar un zapato castellano, el experto en tan delicada tarea debe dar la hechura justa al calzado, sin que deformaciones de ningún tipo se marquén en la piel del mismo, de la misma forma ha de poner especial cuidado en no andar con ellos demasiado, sino que su tarea consiste basicamente en sentarse en una silla con los zapatos puestos, mientras mueve insistentemente los pies a fin de que el material ceda, y los delicados pies de su cliente no sufran las incómodas molestias del estreno.
Esta profesión me hace recordar inevitablemente el cuento de la princesa que no podía dormir sobre tres mullidos colchones si bajo ellos se escondía un guisante. ¡Qué delicadeza! Si no es para cogerla y arrojarla por la ventana del castillo directamente sobre las piaras de cerdos.
Hay que ver lo que les llegamos a contar a los niños de pequeños y nos quedamos tan panchos. En fín, que cada cual saque sus propias conclusiones, nosotros seguiremos intentando rescatar profesiones entrañables que sirvan para menguar esos números desorbitados de desocupados y perdidos.
la redacción
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