el desarraigo

Camino por la calle Beneficencia de Valencia, esta parece muerta, sin vida, sobre todo en las horas en que el instituto del Carmen no soporta el empuje de sus alumnos.
Hace unos años, el ayuntamiento de Valencia expropió las viviendas de la calle argumentando la ampliación del IVAM. Malpagó los pisos a sus propietarios y amablemente les instó a que se fueran. Pasados unos años y aletargado el proceso de ampliación las viviendas fueron ocupadas, las que no habían quedado vacías en el primer embite, las personas que allí se rehalojaron y las que se resistieron a abandonarlas dotaron de vida a la calle, y por simpatía a un barrio castigado ultimamente de falta de vecindad callejera. Cuando el ayuntamiento creyó que era hora, envió a su ejercito de municipales a acelerar el desalojo, y cualquier paseante puede ver los resultados.
Las puertas de las viviendas tapiadas hasta la altura del primer piso, el resto presenta una imagen apocalíptica,brutal en sí misma. Solo el viento dota de vida a las cortinas allí abandonadas, las persianas colgando y las macetas abandonadas en los balcones. ¿Es difícil imaginar voces en cadaver tan grande? Yo creo que no. No cuesta pensar en las gentes que habitaron aquí, hasta que sus gobernantes buscaron pretextos para echarlos, para desarraigarlos de un barrio que respira a duras penas el escaso aire que le llega. Así, casa por casa, calle por calle, el enemigo avanza, con el pretexto de la cultura, su cultura colonizadora nos expulsan de unos territorios enclavados en la pirámide urbana donde las garras de la especulación se clavan sin piedad y donde el valor material se impone a la presencia de sus gentes.

Desearía ver un movimiento silencioso de protesta, de hecho lo imploro desde aquí, la imagen de sus museos vacíos, donde el aullar del viento les ponga la piel de gallina, donde un susurro se convierta en un alarido a los oídos de sus contados funcionarios. Por el contrario, en las calles cercanas, en el rio, en cualquier parte menos donde nos incitan a ir, sería maravilloso oir las risas, las conversaciones, los juegos de los niños, ajenos a ese edifio monstruoso que come humanidad y se alimenta de sus abstractos motivos rodedados de sobriedad y buen orden.

el reverendo Yorick.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

MUY BUENO.

Anónimo dijo...
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