¿Podría soñar alguien con mejor tumba que el mar? ¿Es imaginable mejor forma de desaparecer? ¿De que te recuerden? Allá donde fueren los que te lloren encontraran tu recuerdo traído por el romper de unas olas. ¿Tan insoportable se hace al ser humano no saber del cuerpo de sus caídos? ¿Tan fuerte es la necesidad de control que incluso después de muertos debemos estar localizados y a ser posible enterrados bajo una piedra?
El egoísmo siempre tiene un disfraz a su alcance, una excusa, un pretexto que impedirá llamar a las cosas por su nombre, y también impedirá actuar con sensatez.
Que soberbia es la miseria mental. No tenemos escrúpulo ninguno en matar de hambre a medio mundo, en condenar a la guerra y al subdesarrollo, en explotar y esquilmar pueblos enteros, sin derramar una sola lágrima, y sin que nos tiemble el pulso. Sin embargo, ante un desastre aéreo, en mitad del océano, se moviliza medio mundo para recoger unos trozos de aluminio y algunos cadáveres que con certeza ya daban por muertos. Una tarea baldía y absurda cuyo coste se pierde en las aguas que van a morir a las playas de un suburbio.
Todas las semanas, pierde la vida algún ser humano cruzando el estrecho, o los estrechos, mangas de mar que separan un mundo de otro. Fronteras azules surcadas por embarcaciones podridas y atestadas de personas, cuyos ojos se clavan en la línea del horizonte. Con el presentimiento de que si mueren allí, nadie vendrá a recogerlos, a no ser que sus cuerpos flotantes se cruce en la ruta de algún crucero, que molesten con sus miserables cuerpos, la visión de los turistas adinerados. En ese caso, con celeridad serán retirados, solo en ese caso. El resto se hundirán en el océano, mientras todos lloran y se conmueven por los pasajeros de un avión que se precipito al mar.
el reverendo Yorick.
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