-Morir a golpe de vida-

El horizonte amanece largo. En su brutal belleza nos avisa: hay una pena tras cada grano de arena. Las mujeres y hombres criados en este lugar de la tierra, portan las legañas del hambre. Pero las que les fueron impuestas por los hombres y mujeres de otro mundo. El que se intuye al otro lado del mar, a cuya orilla el desierto se convierte en playa.
Durante años, las miradas duelen, de forzarlas buscando vida en la serpiente azul que rodea el mundo. Que largo son los días cuando solo hay sueños para comer. Y esfuerzos baldíos. No hace tanto tiempo, el mundo terminaba cerca de casa, todo estaba al alcance de la mano. Ahora, ya no hay nada al alcance de la mano, excepto el hambre y la desesperación.

¿Podríamos nosotros imaginar siquiera lo que es el hambre y la desesperación?
Nuestros problemas se convierten en estupideces frente al hambre y la desesperación. Esas cosas que nunca podremos imaginar desde nuestro cómodo hogar, por muy miserable que sea.
¿Pero? ¿Qué piensan esos hombres y mujeres que desgastan su mirada y su esperanza escudriñando el horizonte? ¿Habrán oído las historias de los que son detenidos y devueltos a la pobreza? ¿Sabrán por ellos que cada vez resulta más difícil burlar la vigilancia? Y si lo saben, y aun así, arriesgan su vida surcando el lomo de una serpiente viva que pugna por tragárselos para siempre. Aun así, extreman la resistencia de sus hambrientos y débiles cuerpos. Aun así hipotecan su vida y la de sus familias durante muchos años para pagar a mafias de asesinos encubiertos que los embarcan masificados y abandonados a su suerte en cascarones de madera podrida. Aun así lo hacen. Se arriesgan a morir, porque el hambre y la desesperación es mucho peor, como estar muertos en vida. Porque el instinto ancestral que permanece agazapado en cada alma nos empuja a caminar allá donde las condiciones de vida son mejores. Ese instinto ancestral que en lo más básico nos transmite la herencia de los caza-recolectores que fuimos, que nos dibuja en el cielo la ruta que una vez seguimos tras los herbívoros que emigraban en busca de alimentos. Ese instinto que todos poseemos y que llegados al extremo insoportable del hambre y la desesperación también nos pondría en marcha a nosotros, como lo están ellos ahora.
Y si en las fotografías e imágenes de muerte que nos llegan estos días, y que nosotros con un simple gesto como pasar la página o cambiar el canal de televisión obviamos, nos fijáramos en sus miradas, descubriríamos algo, algo que nosotros olvidamos, que no recordamos, veríamos en sus miradas, además del miedo y el hambre, veríamos también, el brillo sutil de los días vividos en libertad, el orgullo de haber preferido morir en el intento, a perecer de hambre, y la paz triste de una muerte real que los libre de la esclavitud del hambre impuesta por los hombres y mujeres del otro mundo.

Yorick.

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