El cónclave





La puerta se cerró tras el último cardenal. En las próximas horas, el destino de una de las instituciones más poderosas de la Tierra se decidiría en aquella habitación. Los cardenales sabían que les quedaban por delante muchas horas de discusión y de tensión. Los que habían acudido al cónclave anterior sabían que éste sería diferente. La decisión histórica del Papa de dimitir, había pillado a casi todos por sorpresa. Una decisión que había provocado un temblor en los cimientos de la iglesia. Aquel maldito alemán, cuyo nombramiento había sido unánime y del que se esperaba un gobierno duro, que diera un giro a la política aperturista de su predecesor, se había desinflado como un globo, y en el último momento, con su dimisión, había sorprendido a todos con una jugada inesperada que hacía pensar en una titánica partida de ajedrez.

Una vez más, la información había cumplido su papel, revistiendo aquel asunto como un hecho más de la democratización y humanización de la iglesia El mundo católico ahora veía la decisión del Papa como algo natural y necesario. Cuan lejos estaban de conocer el alcance de aquella aparente “humana decisión”
El poder del vaticano, ahora representado en aquella sala, no podía permitir que aquella sensación de flaqueza se volviera a repetir. Era en lo único en lo que estaban todos de acuerdo, por lo demás, las diferentes facciones de la institución tenían sus candidatos favoritos y no renunciarían a él tan fácilmente. Se preveía un cónclave duro y discutido. Todos sabían lo que se jugaban allí.

El resto del mundo estaría pendiente en las siguientes horas de la decisión que se tomara en aquella habitación. Los católicos por su parte, dormían el sueño de la sumisión, a sabiendas de la felicidad que les supondría en nombramiento de su nuevo guía espiritual. Ellos acatarían la decisión de la cúpula de la iglesia con la inamovible fe en que esta era la correcta.
Inevitablemente, todos los países del mundo estaban atentos a la chimenea instalada en el techo de la capilla. Lo que allí se decidiera, era demasiado importante como para dejar a nadie indiferente.
Las horas pasaban despacio para muchos, estas desembocaban en días, y la chimenea continuaba dormida. Las imágenes de aquel tubo, se mostraban continuamente en los informativos de todo el mundo. Aquel estaba siendo un cónclave demasiado largo.

A la semana, el mundo se despertó con una noticia que cambiaría el curso de la historia, si no lo había hecho ya.
Un portavoz del vaticano, con la cara descompuesta y midiendo sus palabras una a una, como si pronunciar cada una de estas le costara un esfuerzo enorme, comunicó al mundo que el anticristo había llegado. El revuelo que se montó en la sala de prensa fue tal, que hubo que cortar la emisión durante veinte minutos. A la reanudación de la misma, el obispo comenzó a narrar. Dijo que la discusión en la capilla era tan fuerte, que incluso se oía a través de las puertas. Que ayer por la tarde, esa discusión llegó a su clímax, que se empezaron a oír, fuertes gritos, maldiciones, chillidos y golpes fortísimos, y que cuando el servicio acudió para llevarles un refrigerio, las puertas no pudieron abrirse. Estas habían sido bloqueadas desde dentro. El escándalo que se oía tras ellas no parecían augurar nada bueno. Fuera de la sala, obispos, cardenales, y mandatarios eclesiásticos se agolpaban sin saber que hacer. Sobre las dos de la mañana cesó el tumulto, de repente dejó de oírse ningún ruido. Fuera de la sala, todos pensaron que los cardenales se habían tomado un descanso, y decidieron retirarse hasta el día siguiente advirtiendo a la guardia que avisara antes cualquier cambio.
A la mañana siguiente, el servicio intentó de nuevo acceder a la sala, con un desayuno humeante. Esta continuaba cerrada. Así que comenzaron a llamar a la puerta, a los veinte minutos, estaban aporreando todas las puertas de la capilla, sin recibir ninguna respuesta. Los mandatarios del vaticano decidieron ordenar a la guardia que accedieran a la capilla.

Cuando lograron acceder a la sala, la escena que presenciaron los hizo estremecerse. Todos los obispos estaban muertos. Unos sobre otros, mordiéndose, con los ojos sacados y tripas y sangre por todas partes. El cuadro formado en el suelo, contrastaba con las pinturas del techo de la sixtina. Un ruido seco se oía débilmente al fondo de la sala, al acercarse los guardias, comprobaron que un cardenal agonizante, aun se ensañaba en golpear la cabeza de otro contra el suelo, al ver a los guardias, sin soltar a su presa, abrió los ojos de forma enloquecida y luego murió.

Los mandatarios de la iglesia, conscientes de lo que había ocurrido allí dentro, y viendo peligrar su falsa religión, no tuvieron más remedio que utilizar viejas profecías para anunciar que el mundo había comenzado el principio del fin. Avisados en secreto los dueños del mundo, estos, ya vislumbraban otra guerra mundial, que les devolviera el poder en nombre de Dios, y así someter a los supervivientes a una nueva servidumbre que corrigiera errores del pasado.
Nuevamente en nombre de la mayor mentira de la historia, correría la sangre. Esta vez, de un modo obsceno el planeta sería reeducado en nombre de Dios. La miserable verdad de lo ocurrido durante el cónclave sería silenciada para siempre, ante los testigos mudos de las pinturas de Miguel Ángel.


El reverendo Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amen
más mino! más mino!