elucubraciones oníricas de un subdito pretencioso

Sueño con princesas muertas. Asesinadas.


No son princesas de cuento, sino del asqueroso reino en el que vivo. Mi sueño es tan real, que aun me sabe la boca a sangre. Azul por supuesto.

En este reino hay tres princesas, la anoréxica, la fea, y la de la verruga. En mi sueño, la anoréxica yace desmadejada en el suelo, como una muñeca rota, o como una mosca despanzurrada en una mesa, después de ser arrojada al vacío desde la torre más alta del castillo.

Sueño con la fea. Es realmente fea, horripilante más bien, carente de ninguna gracia femenina. En el premio está el castigo, que diría un amigo mío. Sueño con su aplastamiento, a cargo de una multitud que acude sin control a besar su fea mano. Acuden de todas partes, confluyendo en un punto: el lugar que ocupa la fea. Su cuerpo se convierte en pulpa, pulpa real, asesinada a besos. Mi sueño no parece cruel, es un buen final, para una megalómana, aunque horriblemente fea, como en este caso.

La de la verruga, no corre mejor suerte, en mi sueño, es despedazada por su pueblo amoroso, que se acerca febril a tocar a su princesa. Sus despojos desaparecen con la muchedumbre, una mancha de color inclasificable es lo único que queda, y pronto se puebla de moscas.

Luego, sueño con el padre de dos de ellas, y yerno de la tercera. Su cabeza es utilizada como bala de cañón contra su propio ejército que huye por la campiña.

Estos sueños me ponen de buen humor. Me entra hambre. prepararé mi plato favorito: manos de ministro agarbanzadas, o como se conocía antes: manitas de cerdo con garbanzos.

Me gusta más el nuevo nombre, me gusta pensar que son manos de ministro, que han probado en sus propias carnes su particular San Martín. Que han sido colgados de un garabato, degollados, desangrados, escaldados, troceados y salados, para disfrute de un pueblo hambriento.

El postre, por supuesto, corre a cargo de la reina: Pezones reales caramelizados. Delicioso. Lástima que no llegue para todos, ni en mis sueños.

Después de comer me echo una siesta y vuelvo a soñar, mi sueño reparador sigue ajustando cuentas. Sueño con Edipo matando a su padre y posteriormente enculando a su madre. Sueño con Orestes llorando rendido ante la ventana. Sueño con tragedias griegas de lo más ordinarias.

Sueño con mi propio fin, cortándome las venas antes de arrojarme a un río plagado de pirañas.

Sueño con ese tal Cristo, que resucitado acude junto a su padre para matarlo y vengar así la crueldad del más fuerte, sueño con que luego busca a su madre, la virgen, para acabar con ese estigma y que se sienta mujer. A continuación, al contrario que Edipo, no se saca los ojos, sino que se va de copas con su nuevo amigo Dimas. Juntos bajan a los infiernos e invitan a vino a Lucifer, a quien liberan del peso de su mentira. Los tres hacen una visita por la santa madre iglesia, y empezando por el papa degollan a todos sus acólitos. Más tarde, se desintegran en el espacio dejando solos a los seres humanos, que aterrorizados no saben a quién rezar.

Me despierto sudando. Me he pasado con la comida y el vino, lo sé, porque aparte de sentirme pesado como un piano, mis sueños se han desmadrado. Me doy prisa en escribirlos antes de que se diluyan en mi angustiosa cotidianidad. Cojo mi cuaderno manoseado y escribo. Ahora ya están a salvo de las traiciones de mi propio olvido. Comparten cuaderno con la cabeza de Musolini clavada en una pica, con los cuerpos descabezados de María Antonieta y su lerdo marido, y con otros tantos, que han vivido el horror que ellos provocan, dentro de mis sueños. Quizás un día se escapen todos ellos, salgan de mi perturbada imaginación buscando cuerpo, y buscando hacerse realidad



Heliogábalo arrebatado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

... QUE HAN VIVIDO EL HORROR QUE TODOS ELLOS PROVOCAN..
TEXTO MUY REFRESCANTE, SUGERENTE. SEA

Anónimo dijo...

que bonito texto, muy muy bueno como la poesía anterior. FELICIDADES