¡Dadme para el castillo!



Los movimientos del 15 M, han hecho que algunos ideólogos que llevaban años en sus catacumbas, agarrasen el megáfono y se lanzaran a la calle, justo en la que se encontraba una cámara de televisión.
Uno de esos casos, el que me ha llamado la atención, es el de Agustín García Calvo, otrora agitador de las conciencias desde su púlpito radiofónico, y desde la mismísima universidad. Vaya por delante antes de seguir, que mi admiración por este hombre alcanzó cotas casi de idolatración, en la candidez de aquella mi juventud, y que como es de esperar, en todos los ídolos de barro, a nada que observemos un poco su comportamiento, les veremos tambalearse y caer. Aun así, su obra impresa sigue siendo de lo mejor que se ha escrito en este aciago país, y muchos de sus textos, en mi caso, llenaron vacíos espirituales e ideológicos y cuyo poso todavía permanece. Pero como lo que nos interesa aquí en este caso, es lo humano, que no lo divino, me gustaría contar, a que se debió que mi respeto por este hombre pasara a través de una gran decepción a la total indiferencia.

Hay personas, que una vez que son reconocidas socialmente en un determinado papel, se perpetúan en este, incluso a costa de perder la propia dignidad, y con ella toda la credibilidad que pudieran tener. Y no hace falta ser un personaje público, para caer tan bajo, basta observar un poco, empezando por nosotros mismos, y veríamos que el que más o el que menos, tiene su buena dosis de megalomanía galopante.

Agustín García Calvo, al igual que Tierno Galván, eran profesores de Universidad, que apoyaron las huelgas de estudiantes durante el franquismo, lo que produjo su detención, esta fama de luchadores por la libertad, hizo que durante la transición fueran personajes públicos y reconocidos (del segundo ya hemos hablado aquí antes)
El primero se convirtió en algo parecido a un administrador público de las ideas libertarias a través de sus enseñanzas, y sobre todo de las tertulias y de su famoso programa de radio: LA BARRACA. Este programa se convirtió en una isla donde el pensamiento crítico, la inteligencia y la libertad, campaban a sus anchas. Cualquiera que perdiera el sueño por esas tres directrices oía su programa. Así durante años, mientras las ilusiones de libertad que se crearon durante el nacimiento de la democracia, fueron cayendo en el saco de la decepción. La emisión radiofónica de LA BARRACA, se convertía en el punto de fuga donde confluían todas las ilusiones de los que siempre quisieron más, algo más que la burda mentira propagandística en la que se convirtió la transición.
Todo iba bien, hasta que al protagonista de esta historia se le ocurrió, vaya usted a saber porqué, comprarse un castillo. ¿El mosquito de la avaricia? ¿Una promesa de título nobiliario? La cuestión es que la compra del inmueble se le fue de las manos, y al buen señor, no se le ocurre otra cosa, que pensar en los miles de oyentes de su programa que le seguían ensimismado, y estimando, que el esfuerzo intelectual y el desgaste que este pudiera provocarle en su persona no estaba ni mucho menos pagado con la nómina radiofónica se dirigió, ni corto ni perezoso a sus oyentes pidiendo una especie de impuesto revolucionario…-Con lo que habéis disfrutado de mí- en sus propias palabras.
Muchos no dábamos crédito, otros se lo tomaron a broma y la anécdota todavía es recordada de vez en cuando en nostálgicas conversaciones.
Su compañera, también profesora de universidad, Isabel Escudero le sigue nombrando en sus clases, y en sus escritos, en su fidelidad, arrastra un fardo inerte marcado por la falta de credibilidad, solo leyendo sus textos, y sus libros se recupera un pensamiento al que su autor no supo ser fiel, estos le sobrevivirán a un lado de la línea que separan al genio del payaso.

Agustín García Calvo, era amigo de Chicho Sánchez Ferlosio, este si que vivió y murió honestamente fiel a lo que siempre creyó, ya se ve que no le sirvió de ejemplo. Ahora, el profesor vuelve a la palestra, de mano de un movimiento popular, esperemos que estas generaciones no se dejen engañar, que hayan aprendido, que no siempre hay que seguir al que porta el megáfono, y que escuchen su propio corazón, y se mantengan unidos, solo así, se consigue hacer fuerza.
En un mundo donde el cadáver de las ideas yace corrompido en cualquier lugar, donde los valores humanos se venden y se compran a diario, donde la dignidad no es mas que otra palabra prostituida, estamos solos.

El reverendo Yorick.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es muy cierto lo que dices, no obstante, lo que ha escrito, queda ahí, aunque desaparezca. Es bueno no hacer dioses de nadie. Humanos, solo humanos y nada más que eso somos.
Si rascas en la superficie de cualquier santo, encontrarás virtudes y, mierda, mucha mierda.... Eso, humanos, pa lo bueno y pa lo malo, aunque, por desgracia, nos constituye más la mierda que la ambrosía.