Four roses

Juan Sánchez había sido un adolescente díscolo y rebelde, disfrutaba destruyendo corazones de hormigón armado a golpe de poesía y capitaneaba con orgullo el modesto club formado por los emocionalistas radicales que estudiaban en su Facultad de Filosofía y Letras; pero un mal día nuestro sensible infante despertó de su sueño, una mala noticia flageló su débil corazón de poeta hasta sumirlo en el más oscuro de los abismos...
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leyó la portada del periódico una vez más, no salía de su asombro, su admirado Sam, el pianista de Casablanca, había sido el vencedor absoluto en los premios Grammy de ese año con un álbum de Hip Hop. En una entrevista, el otrora risueño músico explicaba que se había aburrido de tocar siempre la misma canción y que se sentía preso en un celuloide en blanco y negro a la espera de que apareciese un director con las suficientes agallas como para cambiar su triste final y darle vida tecnicolor, le parecía ridículo el triunfo de la amistad sobre el amor que pregonaba el film. Sam sonreía desde la foto de portada con su premio Grammy en la mano rodeado de esculturales chicas Play Boy, para el protagonista de nuestra historia esta noticia simbolizaba la muerte del idealismo romántico, su lucha le pareció absurda y sus sueños habían sido sustituidos por pesadillas en las que las cenizas de los últimos románticos formaban espirales de magia y pasión sobre océanos infestados de tiburones y olas gigantes.


A Juan Sánchez en su ya lejana juventud le prometieron libertad, le regalaron un pasaporte para soñar y lo invitaron a embarcarse en un viaje por la vida rodeado de las mejores fantasías y felicidades. Ya no queda nada de todo aquello, la vida es más fugaz que las estrellas y los viajes por ella sólo tienen billete de ida, ahora los recuerdos de sus años adolescentes le incomodan y le causan cierto malestar. Su existencia es tan sólo deriva, sus dedos se han cansado de chasquear el sonido de los viejos discos de Stax y sin tartamudear, al igual que hacen los borrachos cuando hablan con su interior sobrio, se pregunta cuál ha sido el maldito juez que lo ha condenado a viajar de por vida en tercera clase sin más compañía que la de una botella de whisky y un saquito como único equipaje en el que guarda su ropa, una vieja armónica y un libro de poesías de Neruda, su favorito, el que todavía le araña el corazón como un lastimoso recuerdo de un atormentado amor no correspondido.

Juan Sánchez no es feliz, estos días siente un fuerte pinchazo en el hígado que le hace presagiar lo peor, pero aún así nuestro hombre se esfuerza por esbozar una sonrisa estúpida con sabor a alcohol de quemar, sus pies soportan cansinos el peso de su cuerpo y sus pasos retumban en la oscuridad de una noche fría como pocas. A pesar de su pésimo estado Juan Sánchez nunca se detiene, siempre avanza y al igual que el mundo avanza dando vueltas alrededor del sol, nuestro hombrecillo no deja de girar sobre su depresión que le espera impaciente en el centro del remolino acechando un momento de debilidad para ahogarlo definitivamente y con él 20 poemas de amor y una canción desesperada.

Pero ahí va nuestro hombre, las luces de neón de un club nocturno alumbran en su rostro marchito los restos de miles de batallas perdidas, le han costado sangre, sudor y muchísimas lágrimas; pero él camina veloz a pesar de su patético estado, huye a todo velocidad de aquellos tiempos de juventud y esplendor en la hierba que tanto daño le hacen y cansado de los días de vino reclama a gritos su derecho a disfrutar de los días de rosas...roses...FOUR ROSES!."

1 comentario:

Anónimo dijo...

mú bueno!!