Del terrorismo anarquista al terrorismo
historicista
Creo que es bien sabido de todos que la historia se presenta
como un gran supermercado, en el cual se exponen con absoluta impudicia toda
clase de mercancías aptas para configurar el cuadro histórico que cada cual
desee. La labor del historiador consiste pues en escoger los ingredientes que
considere necesarios para elaborar sus platos y su maestría residirá por tanto
en conseguir un resultado al gusto del paladar del mayor número de comensales
posible[1].
La historia en este país —y quizá en el resto del planeta, pero no lo puedo
asegurar— ha ido siempre a remolque de la política y, como corolario, de los
ilustres prohombres de la patria. Hace ya unos cuantos años, Álvarez Junco y
Pérez Ledesma[2]
hacían sonar las trompetas del apocalipsis histórico, llamando la atención
sobre la forma de hacer la historia, que de contemplar exclusivamente a los
acontecimientos protagonizados por la realeza o los generales, había pasado, a
principios de los sesenta, a fijarse en el movimiento obrero, pero sin que ello
hubiera significado un cambio importante en la estrategia, ya que de los reyes
se había pasado a los líderes obreros o revolucionarios, dejando de lado
nuevamente a los auténticos protagonistas del devenir histórico, los cuales son
relegados al papel de comparsas que justifican las hazañas de los grandes
personajes. Pero, lamentablemente, la admonición cayó en saco roto y así nos
encontramos que muchos años después aún sigamos desconociendo por completo, en
este país, la historia del movimiento obrero o incluso la del anarquismo, a
pesar de la inmensa literatura que a ambos se ha dedicado. Para que nadie se
escandalice, argumentaré mis afirmaciones: conocemos casi a la perfección las
estructuras de las grandes organizaciones obreras (FRE, FTRE, CNT, UGT, etc.),
pero salvo honrosas excepciones (Juan José Morato con los tipógrafos, Miquel
Izard con las Tres Clases de Vapor y algún que otro artículo dedicado a los
toneleros o a otros oficios), no sabemos nada de las uniones o federaciones de
oficio y aún menos de las secciones obreras de base que las conformaban. Y, en
lo que respecta al anarquismo, poco se sabe de la estructura, acción y
relaciones de los grupos de afinidad anarquista, pilar fundamente del
desarrollo del anarquismo en este país.
Por otro lado, los estudios de fuentes para investigar el
movimiento obrero –o los movimiento sociales, si se prefiere para ser más
amplios- han quedado reducidos a su mínima expresión (el estudio pionero de
Renée Lamberet sobre la bibliografía y cronología del movimiento obrero
español, en francés, naturalmente, o los trabajos de Víctor Manuel Arbeloa,
sobre la prensa del movimiento obrero, sepultados en los oscuros rincones de
las hemerotecas, ya que ni siquiera logró convertirse en libro, etc.), lo cual
es bastante ilustrativo del interés que se tiene en este país por un
conocimiento profundo de los movimientos sociales. Todo ello hace que los
investigadores académicos tengan que partir siempre de cero en sus trabajos y,
sobre todo, seguir el surco trazado por sus antecesores para no perder la
línea, lo cual muy probablemente significaría ser relegados a servir los cafés
como mucho. Creo que ésta es la razón de que la mayoría se sume a la opinión más
general para poder tener alguna probabilidad de integrarse en el grupo de los
privilegiados; el problema es que esta opinión general cala lo suficiente en
las mentes de aquellos que quieren ser más críticos y logran llevarlos a su
terreno, con lo cual el debate se vicia de tal modo que se hace cada vez más
difícil adquirir una mínima coherencia.
Este estado de cosas en nuestra historiografía sobre los
movimientos sociales quizá explique porqué los investigadores de otros países,
en líneas generales, han llevado a cabo investigaciones más mesuradas y
coherentes sobre los mismos. Y explica también, muy probablemente, que las
investigaciones sobre el desarrollo del anarquismo en este país, haya quedado
casi reducida a un simple recuento de cadáveres, hasta el punto que en los
últimos años se ha producido una enorme avalancha de ensayos sobre el llamado
“terrorismo anarquista”, eso sí reducida prácticamente a la última década del
siglo XIX, pero eso no es óbice para que se le consagren multitud de estudios,
aunque, como no podía ser de otro modo, se parezcan de tal modo que en
ocasiones resulte muy difícil distinguirlos, si no fuera porque las cubiertas
de los libros son diferentes. Todo parece indicar que este ingente volumen de
despropósitos —que en buena lógica podría perfectamente denominarse terrorismo historicista— persigue acabar
de una vez por todas con los últimos restos del anarquismo —al menos en el
plano intelectual— después de que los militares golpistas intentaran acabar con
él físicamente[3].
Afortunadamente, todavía quedan investigadores honestos que
tratan de esclarecer los hechos con el rigor suficiente y, por supuesto, sin
caer en la pendiente resbaladiza de negar la evidencia a fin de proteger el
maltrecho cuerpo del anarquismo, que ninguna falta le hace. Muy recientemente,
y casi al mismo tiempo, han aparecido dos ensayos que tratan el tema de los
atentados que jalonaron esta década y uno de ellos centrado particularmente en
la bomba que hizo explosión en la calle de Cambios Nuevos, en Barcelona, al
paso de la procesión del Corpus, el día 7 de junio de 1896[4].
Ambos ensayos, que analizaremos ampliamente más adelante, gozan, cada uno en su
estilo, de un rigor y una coherencia excepcionales.
[1]
Alba
Rico, Santiago, Las reglas del caos. Apuntes para una antropología del
mercado, Barcelona, 1995, p. 130, lo describe de forma un tanto diferente: "La
historia proporciona toda clase de
precedentes a la medida de todos los discursos y de todos los gustos"
(subrayado en el original).
[2]
“Historia del movimiento obrero. Una
segunda ruptura”, Revista de Occidente,
12 (marzo-abril 1982), 19-41.
[3]
Más adelante señalaré los
trabajos académicos y las obras más recientes que sobre el tema se han
publicado; no obstante, para quien esté interesado en ampliar la información,
remito a la bibliografía, muy completa, del libro de Antoni Dalmau, El
procés de Montjuïc. Barcelona al final del segle XIX, Barcelona, 2010, pp. 551-568.
[4]
Uno de ellos es, Grupo de
afinidad Quico Ribas, La
Barcelona de la dinamita, el plomo y el petróleo,
1884-1909 (apuntes para un recuento final de cadáveres) [2010]; el otro lo debemos a la pluma del
prolífico Antoni Dalmau, El procés de Montjuïc. Barcelona al final
del segle XIX, ya citado.
Lo más significativo es que la mayor parte de los estudios
que sobre el anarquismo se han llevado a cabo en los últimos años, se han
centrado casi exclusivamente en los períodos más críticos de su evolución y
desarrollo: la última década del siglo XIX, el período que se extiende entre
1917 y 1923 y los años republicanos y muy especialmente 1936-1939. En casi
todos ellos se observa que, a falta de nuevas investigaciones, su originalidad
consiste en una escalada incriminatoria cada vez mayor sobre la actuación de
los anarquistas. Las conclusiones que se pueden extraer son bastante
desalentadoras, porque sería una lamentable pérdida de tiempo esperar que de
los medios académicos surja un estudio serio sobre la contribución del
anarquismo al desarrollo del pensamiento antiautoritario. La sumisión al Estado
es tan notoria que cualquier intento en este sentido sería ahogado en ciernes y
el responsable del desafuero relegado a labores de limpieza.
Pasaré ahora a analizar los estudios que se han llevado a
cabo sobre el anarquismo en la última década del siglo XIX —los otros dos
períodos que he mencionado más arriba los dejaré para otro momento más lúcido;
pero antes señalaré que esta década concreta ha sido estudiada, casi
exclusivamente, en la vertiente que ha pasado ya a la historia como la década
terrorista, olvidando, naturalmente, que el movimiento obrero seguía existiendo
y actuando y también los grupos de afinidad anarquista, pero no la UGT , que siguió arrastrándose
penosamente por las calles de Barcelona, hasta que decidió trasladarse a la
sombra del poder central, único lugar donde su desarrollo estaba casi
asegurado.
Uno de los primeros estudios sobre el tema fue el llevado a
cabo por Montserrat Caminal: El terrorismo en Barcelona de 1892 a 1896.
Antecedentes del proceso de Montjuic, tesis de licenciatura presentada en 1972 en la Universidad de Barcelona,
que no tendría la suerte de ser publicada. Unos años después, Rafael
Núñez Florencio publicada su trabajo[1],
un ensayo muy completo, opinión compartida por todos los estudiosos del
período, pero sobre todo muy mesurado. Este ensayo fue también el resultado de
una tesis de licenciatura leída en la Universidad de Barcelona en 1979, que sí tuvo la
suerte de visitar la imprenta, y en ese mismo año, Antonio Robles Egea
presentaba la suya en la
Complutense de Madrid: Terrorismo
anarquista en España, 1893-1897, que también permanecerá en las sombras de la Universidad. Un
año más tarde, Helena Rotés Rull haría lo propio presentando en la Universidad de
Barcelona su tesis de licenciatura: Anarquismo
y terrorismo en Barcelona, 1892-1902, que tampoco tendría suerte en las
imprentas.
Todos los estudios señalados que he podido consultar —el de
Antonio Robles Egea se me escapó por poco— tienen parecida estructura y sus
opiniones sólo difieren en algunos puntos poco importantes, no obstante
conviene precisar que Núñez Florencio extiende su estudio a la primera década
del siglo XX, cargando en el haber de los anarquistas —al menos en el título
del ensayo— a la retahíla de bombas que estallaron en Barcelona (principalmente
en las Ramblas o aledaños) entre 1900 y 1909, la mayor parte de las cuales se
debieron al suculento negocio montado por Joan Rull, eso sí antiguo anarquista
reciclado a «negociador».[2]
No obstante, no quiero pasar por alto la contribución de
Joaquín Romero Maura, el cual, antes de que los universitarios de este país se
enfrascaran en el tema, nos enviaba desde Oxford[3]
su particular visión del tema, que hace unos cuantos años se sumó a la fiesta
en castellano[4].
Pero, dejando aparte el hecho de que trata el período en el que ya hemos dicho
que el terrorismo se había convertido en un negocio muy lucrativo, sus fuentes
principales suelen ser los informes de los confidentes y demás ralea. En el reciente ensayo del Grupo de afinidad
Quico Ribas; una obra escrita con mucho rigor y con una gran carga de ironía y
no solamente en el subtítulo, se afirma en una de sus partes, titulada «Ni Dios
ni Estadística»: «Historiadores como Gil Maestre, Comín Colomer o Romero Maura
(policías o con amigos en comisaría) sumarían los desafueros inventariados en
este libro (más de doscientos entre detonaciones, cuchilladas y
descubrimientos) y se los imputarían todos a la anarquía, menos uno o dos para
no ser tildados de extremistas. Conclusiones: el 99,1% de las fechorías fue
anarquista; la media de crímenes anarquistas fue del 9,3 por año; los años en
que no pasó nada fue porque los anarquistas estaban conspirando, el número real
de complots fue incalculable (entre miles y millones) y si no pasaron más cosas
se debió a la atenta vigilancia de la policía, cada petardo que no estalló
tenía fuerza suficiente para derribar un barrio entero».[5]
Esta obra se
compone de una cronología prácticamente exhaustiva de los hechos violentos
ocurridos en Barcelona entre 1884 y 1909, complementada con un agudo análisis,
“Ni Dios, ni estadística”, que ya hemos mencionado, en el cual se desmenuza
cada acontecimiento para determinar cuántos de aquellos hechos parecen tener la
firma de la provocación policial; el cuadro se completa con una selección de
imágenes que ilustran algunos de los hechos reseñados.
Tras los trabajos
académicos referenciados más arriba, se produce una especie de sequía analítica
del período, salvo las alusiones en alguna obra general o los refritos típicos,
pero tras el desplome de las torres gemelas, el terrorismo pasa a ocupar el
primer plano de la justificación de los gobiernos para cometer toda clase de
tropelías[6] y se
abre el baúl de los recuerdos terroristas de los anarquistas españoles. Primero
fue Juan Avilés[7], más tarde Ángel Herrerín
López[8] y
últimamente Luís Izquierdo Labella[9], pero
llegaron tarde a la fiesta y no han tenido más remedio que conformarse con las
sobras del banquete.
De todos modos, de
todos los actos violentos atribuidos a los anarquistas en esos años, destacan
los tres de la última década decimonónica: dos en 1893, Paulino Pallás y
Santiago Salvador y el de Cambios Nuevos, en 1896, que la historiografía ha
atribuido a un singular anarquista francés de nombre Giraul, Girault o Giraud,
ya que ni en el apellido, ni tampoco en el nombre, se ponen de acuerdo las
crónicas. Es este último atentado el que vamos a analizar a continuación, pero
no sin antes señalar que muchos de los actos violentos atribuidos a los
anarquistas parecen tener el sello de la provocación policial. Marc Viaplana,
en el ensayo ya citado del grupo de afinidad Quico Ribas, desmenuza, atomiza,
examina y por último reflexiona sobre los actos violentos que se produjeron en
Barcelona y, sin negar que algunos de ellos se debieron a la revolución social,
concluye en la más que fundada sospecha de que una buena parte se debieron a
causas inconfesables.
El ensayo de Antoni
Dalmau, al que ya nos hemos referido anteriormente, difiere sustancialmente de
los recientes trabajos sobre el mismo tema en un aspecto que a mí me parece
fundamental, ya que su intención no es abundar en el tema, sino ordenar y
sistematizar toda la información de que se dispone actualmente, a falta de
nueva documentación que aporte algún dato significativo y lo hace, según
acostumbra, con gran rigor. Aunque este libro se centra especialmente en el
infame proceso de Montjuïc, resultado de la bomba que fue lanzada al paso de la
procesión del Corpus, el 7 de junio de 1896, en la calle de Cambios Nuevos de
Barcelona, analiza también los dos atentados anteriores que tuvieron lugar en 1893.
No vamos a comentar los atentados de 1893, porque ya sabemos con absoluta
seguridad quienes los cometieron, aunque también fueron encartados en los
mismos anarquistas que nada tenían que ver con los mismos y, siguiendo las
prácticas terroristas del Estado, algunos de ellos ajusticiados.
En el apartado
titulado, “Les hipòtesis sobre l’autoria de l’atemptat del carrer dels Canvis
Nous”, Antoni Dalmau repasa a conciencia las dos hipótesis que entonces se
barajaron. En un primer momento, circuló la hipótesis de la provocación
policial, que posteriormente sería abandonada por la hipótesis de un anarquista
francés, que fue lanzada por Henri Rochefort, director del diario parisiense L’Intransigeant, seis meses después del
atentado, aunque sin aludir a su nombre. Más tarde se le daría el apellido de
Giraul, que posteriormente se transformaría en Girault y también en Girauld;
incluso el nombre sufriría variaciones en las diversas crónicas[10]. El
rigor histórico de Antoni Dalmau le impide decantarse por una u otra de las
hipótesis y deja el caso abierto a la espera de nuevas pruebas, que mucho me
temo nunca podrán aportarse.
[2]
Puede verse un estudio muy
completo de este asunto en, Dalmau,
Antoni, El cas Rull. Viure del terror a la Ciutat de les Bombes
(1901-1908), Barcelona, 2008, 411 páginas.
[3] “Terrorism in
Barcelona and its Impact on Spanish Politics, 1904-1909”, Past and Present (Londres), XVII, 41 (diciembre 1968), 130-183.
[4]
Romero Maura, Joaquín, La romana del diablo. Ensayos sobre la
violencia política en España (1900-1950), Madrid, 2000, pp. 12-79.
[5]
La Barcelona de la
dinamita, el plomo y el petróleo, 1884-1909 (apuntes para un recuento final de
cadáveres) [2010], 87.
[6]
Basta fijarse en la última
“hazaña” antiterrorista del ejército israelí.
[7]
“Los orígenes del
terrorismo: narodniki y anarquistas”, en Los
orígenes del terror: indagando las causas del terrorismo, Madrid, 2004, pp.
61-86.
[8]
“España: la propaganda por la represión, 1892-1900”, en El nacimiento del terrorismo en occidente. Anarquía, nihilismo y
violencia revolucionaria, Madrid, 2008, pp. 103-139.
[9]
Anarquistas,
viaje a los orígenes del terrorismo español, Madrid, 2010. Este
libro está recién salido del horno y lamentablemente no he podido hojearlo
todavía, pero su título es ya de por sí bastante significativo. Aún se podrían
citar algunos otros trabajos del mismo estilo, pero creo que basta con esta
significativa muestra.
[10]
Puede seguirse con detalle
estas diferentes versiones de la autoría del atentado en Dalmau, Antoni, El
procés de Montjuïc, ob.
Cit., pp. 421-431. Conviene señalar que la práctica totalidad de los
historiadores del período se decantan por la hipótesis Girault.
Por lo que a mí
respecta, respeto el rigor histórico, pero atenerse estrictamente al mismo
significa en muchas ocasiones no profundizar en determinados acontecimientos
históricos, especialmente cuando se trata de montajes urdidos por los Estados o
las fuerzas del “orden”; por ello utilizaré otro tipo de método, quizá no muy
ortodoxo, pero en ocasiones muy eficaz: el método comparativo con otros sucesos
similares y destinado a conseguir siempre el mismo resultado, es decir, la
eliminación de la protesta popular a costa de masacrar a quien sea. Digamos de
entrada –aunque supongo que se habrá adivinado- que me inclino por la hipótesis
de la provocación policial, por dos razones: la bomba fue lanzada en la parte
trasera de la procesión en la que iba gente del pueblo, mientras las
autoridades ocupaban la vanguardia de la misma y, por otro lado, nadie ha
podido identificar al supuesto anarquista francés que nadie conocía, ni
siquiera los servicios secretos franceses, generalmente bien informados, que
niegan que existiera en Barcelona en aquel tiempo ningún francés con ese
apellido. Pero, entonces, ¿por qué se aventuró, por parte de los anarquistas,
la existencia de tal sujeto? Luego lo veremos, pasemos ahora a los montajes
policiales.
En este país –y seguramente en todos los que conforman el
planeta- ha habido muchos montajes policiales, pero sólo aludiré a tres
especialmente sangrientos. El primero de ello fue la fabricación en 1883 de una
misteriosa organización conocida con el nombre de “La
Mano Negra ”, el segundo fue el que nos
ocupa y el tercero muchos lo hemos vivido: el montaje del Caso Escala en 1978[1].
En el proceso de
inestabilidad social en Andalucía, provocada por años sucesivos de malas
cosechas con el consiguiente corolario de hambres y miseria, las tensiones se
agudizaron a finales de 1882. Temiendo los propietarios agresiones alertaron a
las autoridades y se extremaron las precauciones. Aprovechando varios sucesos
luctuosos ocurridos por aquellas fechas, se descubrió providencialmente, la
existencia de una sociedad secreta conocida como "La Mano Negra ", la
cual tendría como objetivo sembrar el terror, la destrucción y la muerte. La
supuesta existencia de la citada sociedad sirvió de pretexto al gobierno para
desencadenar una ola de represión sin precedentes que llenó las cárceles de
campesinos afiliados a la
Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE)
y llevó al patíbulo a numerosos inocentes.
Mucha
tinta se ha vertido en torno a su existencia, en extremo dudosa, concluyendo
que todo había sido una superchería fabricada por el gobierno para justificar
la represión. Hace años, Clara E. Lida[2],
transcribió los estatutos de la tal sociedad,
encontrados por ella en la
Secretaría de su Majestad, legajo 10077 (AGP)[3];
sin embargo, para Tuñón de Lara[4],
desde luego nada sospechoso de simpatías anarquistas, tiene el tufo de documento
prefabricado. Álvarez Junco, terció agudamente: "Lo esencial históricamente
es que se utilizó la violencia verbal de uno de estos pequeños grupos ‑que
existieron, no era necesario inventarlos‑ y un par de crímenes ‑que podían o no
estar relacionados con el grupo‑ para erigir una vez más el fantasma rojo y
justificar la represión contra la poderosa y legalista FTRE."[5]
Hace algunos años, Raúl
Ruíz-Berdejo, locutor de la red de emisoras municipales de Andalucía y que
conduce el programa “El retorno del brujo”, se interesó por el tema aplicando
su particular metodología: el espiritismo[6].
Después de muchas tensiones y sesiones agotadoras, se llegó a la conclusión que
el origen de todo estuvo en los amores prohibidos de un plebeyo y una patricia,
de resultas de lo cual el pretendiente fue asesinado y también su amigo Bartolomé
Gago Campos “el blanco de Benaocaz”, a manos de varios “señoritos”. Este fue el
crimen que llevó al patíbulo o a la ergástula a muchos afiliados a la Federación de
Trabajadores de la Región Española.
Independiente de las sonrisas que pueda despertar este método de trabajo, no
cabe duda que el esfuerzo de investigación de Ruíz-Berdejo supera el de muchos
otros investigadores que se han interesado por el tema, investigación que Raúl
agradece, entre otros, a quien él considera como su “profesor” en esta materia:
Manuel Ramírez López, el cual, junto a José Luís Pantoja Antúnez, publicó hace
diez años, la que posiblemente sea la mejor investigación sobre la infame trama
conocida como “La Mano
Negra”.[7]
En el país vecino, Francia, las cosas no iban tampoco nada
bien aquel 1882, los mineros de Montceau-les-Mines, hartos de que el jornal no
les llegara ni siquiera para alimentarse, se amotinaron y tuvieron en jaque a
la policía. Ese mismo año, una “bomba de vuelco” fue lanzada en la sala de
fiestas “L’Assommoir” de Lyon, sin causar víctimas. Este acto fue atribuido a
Antoine Cyvoct, quien en todo momento se declaró inocente, pero además fueron
encartados en el llamado proceso de Lyon muchos significados anarquistas, entre
los que se encontraba Pedro Kropotkin.
Algunos años después, en la celebración del 1º de mayo de
1891, los sucesos serían mucho más sangrientos. En Clichy, mítico barrio de
París, la manifestación del 1º de mayo acabaría con la detención de tres
anarquistas, acusados de recibir algunos sablazos de la policía, empeñada en
arrebatarles la bandera. Mucho más trágico sería lo ocurrido en Fourmies, ese
mismo día, cuando el “heroico” ejército francés disparó indiscriminadamente
sobre un cortejo desarmado que por la tarde se dirigía a celebrar la fiesta en
el campo. Se produjeron muchos muertos y numerosos heridos, hombres, mujeres y
niños.[8]
Puede ser que todos estos actos de barbarie de las fuerzas
del “orden” no justifique la reacción posterior, pero, en mi opinión, al menos
la explican con claridad meridiana.
Volviendo al atentado de la calle de Cambios Nuevos de
Barcelona, la hipótesis de que la autoría del mismo correspondería a un
anarquista francés, Giraul, Girault o Giraud, hace aguas por todas partes. En
un primer momento la creencia más difundida entre un importante sector de la
población fue la de una provocación de la policía; así lo pensaba también
Teresa Claramunt y Tomás Ascheri, generalmente bien informado, porque además de
anarquista era confidente de la policía, el único problema es que nadie podía
aportar ninguna prueba que lo demostrara. De manera inmediata, los tétricos
calabozos del castillo de Montjuïc empezaron a llenarse de detenidos, muchos de
ellos anarquistas, pero había también librepensadores, republicanos,
literatos... en total la cifra de detenidos, según Antoni Dalmau, superó
ampliamente el número de 600 o 700. Las torturas no tardarían en dar comienzo
en algunos de los detenidos.
Es plausible que ante estos horrores a Tarrida del Mármol,
Urales o algún otro se le ocurriera la idea de dar a la publicidad un nombre
cualquiera –preferentemente extranjero- como autor de los hechos, con el fin de
detener la barbarie, ya que la hipótesis de la provocación no serviría para
nada sin pruebas que la demostraran, y se le hiciera llegar la proposición a
Rochefort, lo cual explica que se tardara seis meses en aparentar que el autor
material de los hechos “confesara” voluntariamente su acción. Asimismo explica
que se barajaran posteriormente apellidos y nombres distintos, según la
procedencia del publicista.
Por último, el abogado Ramón Sempau, que atentó contra el
teniente de la guardia civil Narciso Portas, uno de los torturadores, sin
graves consecuencias –aunque hay que señalar que el juicio al que fue sometido
tampoco las tuvo, porque salió absuelto- escribió en 1900 un ensayo sobre la
última década del siglo XIX, en forma un tanto críptica, probablemente para
evitar problemas con la justicia, no en balde era letrado. En él, Sempau, se reafirma
contundentemente en la hipótesis de la provocación policial: “Baste por hoy decir que el protagonista del
horrible drama de la calle de Cambios Nuevos es o era un confidente de la V.M .P. Y mantenemos por
nuestro honor la afirmación, estando dispuestos a probarla cuando sea
necesario”[9].
Es lamentable que nunca lo considerara necesario. De todos modos, conviene
decir que si se encontraran pruebas de la provocación, aún saldría alguien
justificando la acción del Estado.
Por lo que se refiere a los motivos que pudieran darse para
semejante provocación, pienso que son bastante obvios. La situación política
del país era sumamente inestable, principalmente por el conflicto cubano, pero
no solo, y además la situación social en Barcelona era bastante crítica, porque
se estaba creando un clima muy favorable contra la posición gubernamental y no
únicamente por parte de los anarquistas, lo cual hubiera sido extremadamente
grave en el caso de complicaciones en la guerra de Cuba. Por todo ello, se
hacía necesaria una “limpieza” general de la disidencia, de ahí que fuera
encartado en el infamante proceso un amplio abanico de las fuerzas sociales
contrarias a la posición oficial.
Paco Madrid
[1]
Sobre este último no voy a
ocuparme; ya otros lo han hecho con gran rigor.
[2]
"Agrarian
anarchism in Andalucia", International
Review of Social History, XIV, 1969, pp. 315‑352, reproducido en ZYX, 1972
y en Antecedentes y desarrollo del movimiento
obrero español (1835‑1888). Textos y documentos, Madrid, 1973, pp. 425‑456.
[3]
Resulta sorprendente que
una historiadora, por lo general muy rigurosa, se dejara engañar de ese modo
por un documento que, con algunas significativas variantes, se pueden encontrar
en varios archivos. ¿Afán por ser la primera en descubrir las pruebas
documentales de una asociación que ha resultado, a fin de cuentas, una burda
superchería? Misterios de la historia.
[5]
Lorenzo, Anselmo, El proletariado militante, prólogo
y notas de José Álvarez Junco, Madrid, 1974, p. 465, nota 80
[8]
Cfr. Salmon, André, El terror negro,
México, 1975, pp. 34 y sgs.
[9]
Sempau, Ramón
(1900), Los victimarios. Notas
relativas al proceso de Montjuic, prólogo de Emilio Junoy,
Barcelona, p. 302 (las cursivas en el original).