Abuelo ¿Qué es lo más
terrible que recuerdas? Los niños rodeaban al anciano ciego que
sentado al borde de la fuente se refrescaba de un caluroso día de
verano; los miraba sin ver con una medio sonrisa en el rostro ¿Lo
más terrible? Dijo a los niños. Sí, lo peor. Contestó uno de
ellos, tú estuviste en la guerra, dicen algunos que mandaste el
ejército del Este. El muchacho, más atrevido que los demás, ahora
callaba y permanecía sentado enmedio de los otros niños, como
escondido.
El viejo miraba hacía
ellos con sus ojos muertos y permanecía en silencio, de repente
dijo: Os voy a contar una historia que pasó hace mucho tiempo,
cuando yo era un niño, creo que es lo más terrible que he visto
nunca, porque en ella está el germén de lo que luego vi durante
toda mi vida. Permaneció un momento en silencio, expectante,
sabiendo que ya tenía la atención de todos, comenzó a narrar.
Si, es cierto todo eso que
decís, yo comandé un ejercito, he visto la muerte muy cerca en
muchas ocasiones, la he visto llevarse a niños y a viejos en el
campo de batalla, he sentido dolor, injusticias y también las he
infringido y lo he provocado. Pero antes de todo eso yo también fui
un niño. Un niño que como a vosotros, le gustaba jugar y reír, y
hacer alguna travesura que me fuera enseñando a crecer. Pero también
era un niño al que no le gustaban las peleas, no competía con otros
por ser el más fuerte, y adoraba a los animales y contemplar y
permanecer en el campo. Estas singularidades me alejaban a menudo de
mis amigos, pues ellos eran asiduos de entretenimientos que yo no
comprendía, como ir a cazar pájaros o ranas, o cualquier otra
diablura a costa de pacíficas bestias. Uno de esos días es el que
os quiero contar.
Decidí no acompañar a
mis amigos en sus actividades, así que como siempre se burlaron de
mí, no era la primera vez que les negaba mi compañía, y ya estaba
acostumbrado a sus chanzas. Opte por irme a dar una vuelta por el
pueblo, había al final de éste unas calles de casitas con pequeños
jardines ante sus puertas, los vecinos se esmeraban en embellecerlas,
y era una delicia pasear ante sus puertas. Era un lugar hermoso, a
diferencia de la callejuela donde yo vivía, merecía la pena
acercarse por allí, aunque ello supusiera una buena caminata. Allí
pase tranquilamente media tarde, sumido en mis pensamientos y
dedicado a la contemplación de tanta belleza. Llegó la hora de
volver a casa, y me dispuse a atravesar el pueblo, tenía que andar
por barrios que apenas conocía, en una de esas calles, sentados ante
una puerta había un grupo de chicos algo mayores que yo. Antes de
llegar a su altura, prudentemente me cambié de acera, y traté de
pasar desapercibido, pero no iba a ser tan fácil para mí. Era
habitual que los chicos se agruparan en pandillas, que comprendían a
los muchachos de una o dos calles, yo mismo formaba una con mis
amigos, aunque nosotros solo éramos cuatro. Lo habitual entre estas
pandillas era la beligerancia constante hacía sus vecinos.
Reconozco que era una
temeridad atravesar todo el pueblo solo, además yo no era muy
fuerte, y mucho menos tenía aptitudes combativas. Estaba claro que
ellos no iban a permitir que una presa fácil se les escapara. Al
pasar frente a ellos, sus risas contenidas y sus cuchicheos me
avisaron de sus intenciones, serían unos seis y cuando escuché las
voces que uno de ellos me daba para que parara un momento, otros tres
ya habían desaparecido, con la intención de cortarme el paso por
delante.
Ni
que decir tiene que comencé a correr como un loco, sabía lo que me
esperaba si caía en sus garras.
El
miedo se pegaba a mí, y lo sentía ralentizándome como si cargara
con un saco. Conseguí anticiparme a los tres que trataban de
cortarme el paso, pero ahora los tenía más cerca. Los oía
maldecirme e insultarme, y yo sin mirar atrás los imaginaba
cogiéndome en cualquier momento. Me empezaba a faltar el aire, yo
era un buen corredor, pero ya llevaba un buen rato huyendo y el
pánico hacía que mi respiración se descompensara continuamente,
estaba llegando al límite.
Al
girar una esquina pude ver fugazmente a mis perseguidores, solo
quedaban tres, el resto o se habían parado, o continuaban más
despacio. Mi cabeza bullía buscando una idea que me sacara sano y
salvo de aquella situación, las calles estaban bastante desiertas y
mi casa aun quedaba lejos. Los adultos con los que nos cruzábamos no
parecían prestarnos mucha atención y no quería pararme
arriesgándome a pedir ayuda y que no me hicieran caso. De repente,
casi sin pensarlo me metí en una pequeña tienda de ropa para
señoras, o una mercería, no recuerdo bien. Aparte de la dependienta
había dos mujeres más sentadas en una silla abanicándose, mi
entrada atropellada les dio un buen susto. No podía casi ni hablar,
empapado en sudor, con los ojos llorosos, solo alcancé a decir: Por
favor...me persiguen!
La
dependienta de la tienda no lo dudó, salió de detrás del mostrador
y mientras las otras mujeres me sentaban en una silla se asomó a la
puerta.
Mis
perseguidores se habían agrupado, pero andaban escondidos entre los
carros y los árboles de la calle, la mujer volvió dentro me ofreció
agua y me dijo que me tranquilizara, que allí estaría a salvo.
Después
me invitó a acompañarla a la puerta, pues decía no haber visto a
nadie, sin muchas ganas me levanté y la acompañé afuera, divisé a
mis perseguidores medio escondidos, empecé a señalarlos a mi
salvadora diciendo: Allí..., allí..., allí...
Sin
miedo ninguno, los chicos fueron saliendo de sus escondites, sonreían
maliciosamente, con sadismo y satisfacción, sus miradas de lobo
daban miedo, pude ver su odio, su ira provocada por la frustración
de no pillarme. En esas miradas entreví una irracionalidad salvaje,
ante la que ningún ruego ni petición me hubiera salvado de haber
caído en sus manos. En ese momento yo no podría estar seguro de lo
que significaban aquellas miradas, pero hoy si que lo estoy, por eso
aquel episodio lejano fue uno de los momentos más terribles de mi
vida.
El
anciano se callo un momento, de haber podido verlos, hubiera
observado a los niños expectantes y en silencio, pendiente del
desenlace, que seguro los defraudaría.
¿Porqué
abuelo? Preguntó uno de los más pequeños, el rostro del anciano se
había vuelto grave. Su mirada muerta y de aire ausente parecía más
viva que nunca. Lentamente se levantó, se apoyó en su cayado y
dijo: Aquél día descubrí que el ser humano esta lleno de maldad,
de rabia y de odio. También de amor, pero en mucha menor medida.
Entendí que para sobrevivir en un mundo así, debía afilar mi
astucia, y afianzar mi confianza, de modo que fuera mi principal
aliada y el mayor temor de los que dudaran. Me enteré de golpe que
la vida iba a ser dura y de que el mundo que se presentaba ante mí,
era un lugar agreste y salvaje.
Sin
decir más, se dio la vuelta y comenzó a caminar calle arriba, los
niños permanecieron unos segundos en silencio, y luego uno de ellos
se fue corriendo tras él, llamándolo a gritos. Cuando el viejo se
paró, el niño ya lo había alcanzado, y jadeando le preguntó:
¿Cómo acabó la historia?
El
anciano pasó su mano por la cabeza engreñada del chiquillo y le
dijo: Escapé sano y salvo...gracias a unas buenas personas.
Luego
se giró y continuó su camino por la calle polvorienta.
el reverendo Yorick.