Históricamente, la
patria fue siempre mala y funesta. Fue siempre un dominio, reivindicado como
propiedad exclusiva por un amo absoluto, o bien por una banda de amos
organizados en jerarquía, o, como en nuestros días, por un sindicato de clases privilegiadas
y dirigentes. Siempre, por mucho que nos remontemos en el pasado, hallamos que
los ciudadanos pacíficos han debido, en nombre de una patria de fronteras
siempre diversas, trabajar, pagar y combatir, siempre oprimidos por los
parásitos, reyes, señores, guerreros, magistrados, diplomáticos y millonarios.
Y fueron esos parásitos en lucha con otras bandas de haraganes los que han
marcado las barreras de separación entre pueblos vecinos, hermanos a causa de
los intereses comunes. Para defender o ensanchar esos límites absurdos se han
sucedido las guerras a las guerras: era preciso que los mojones limítrofes
fuesen plantados entre cadáveres, como en un tiempo las puertas de las
ciudades. (…)
En nuestros días, las
fronteras son más funestas que nunca, aun cuando son más a menudo atravesadas,
porque son conservadas más metódica, más científicamente que en el pasado con
fortificaciones, puestos de aduana, guardias móviles. Si el comercio consigue
penetrar bajo el impulso de necesidades vitales, ocurre sólo después de largas
explicaciones entre los Estados y la construcción de grandes obras militares.
La zona de separación es tabulada en toda su longitud; y con maquinaciones
incesantes, con la ayuda de verdaderos crímenes, se suscitan odios tremendos a
ambos lados de la frontera ficticia, trazada a lo largo de algún arroyo entre
los bosques y los prados. (…)
El vasto mundo nos
pertenece y nosotros pertenecemos al mundo. Abajo todas las fronteras, símbolos
de dominación y de odio. Tenemos prisa por poder abrazar al fin a todos los
hombres y llamarnos sus hermanos.
De un artículo de
ELISEO RECLUS
--
EL BOBO DE KORIA
(RECOPILADOR)
No hay comentarios:
Publicar un comentario