¿Revolución o reacción?
Introducción del libro:
Impresiones de un viaje por España en tiempos de revolución. De Elías Reclús
Introducción del libro:
Impresiones de un viaje por España en tiempos de revolución. De Elías Reclús
Cuando los cañones de la fragata acorazada Tetuan[1]
atronaron los aires de la Bahía de Cádiz, Europa se estremeció. Era el 17 de
septiembre de 1868, cuando la flota anclada en aquella bahía al mando del
general Topete se pronunció contra la monarquía borbónica.
A partir de este momento los hechos se precipitaron.
Una parte del ejército se puso decididamente al lado de los conjurados que
tomaron varias ciudades, en otras la indecisión de algunos militares y las
escasas fuerzas civiles armadas dieron al traste con la insurrección como
ocurrió en Santander y otras ciudades españolas.
Pero los tres partidos coaligados, unionistas,
progresistas y demócratas, tenían en esta ocasión todos los triunfos en la
mano. La incertidumbre de los primeros días acabó de modo fulminante en la
denominada batalla del puente de Alcolea, que más bien fue una escaramuza. Tras
el triunfo de los conjurados la monarquía isabelina se hundió definitivamente y
los últimos partidarios de la misma cruzaron la frontera por los Pirineos.
Paralelamente a estos hechos se constituyeron juntas
revolucionarias en todas las capitales y pueblos del país formadas generalmente
por integrantes de los tres partidos que habían intervenido en la revolución:
unionistas, progresistas y demócratas. Elegidas primeramente por aclamación,
serían más tarde confirmadas por sufragio universal. Sus programas fueron
tomados generalmente de los que se dotaron las juntas de Madrid y Sevilla. Eran
estos programas de un gran alcance revolucionario: sufragio universal, libertad
de cultos, de enseñanza, de reunión y asociación pacíficas, la de imprenta sin
legislación especial, la descentralización administrativa, la seguridad
individual e inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia, la abolición
de la pena de muerte, la inamovilidad judicial, el juicio por jurados en lo
criminal y la unidad de fuero en la administración de justicia.
Los generales vencedores en Alcolea o impulsores del
grito de guerra ¡Viva la libertad!
que dio comienzo a la revolución entrarán en Madrid con sus respectivos
símbolos para recordar a quien lo hubiese olvidado que el triunfo de la
revolución, así como su comienzo, había sido obra exclusivamente militar y por
tanto en ese terreno se medirían las desavenencias que traspasaran determinados
límites.
El día 3 de octubre entró triunfalmente en la capital
española el general Serrano, el cual fue encargado por la junta de formar un
gobierno provisional bajo su presidencia.[2]
Con la constitución del gobierno, en el que no fue
incluido ni un solo demócrata, se abrió una etapa dual que no podía durar mucho
tiempo, ya que las juntas continuaron su labor reformista, entorpeciendo -a
juicio de los gobernantes- su labor.
A ello se sumó la ruptura por parte de los republicanos
del pacto tácito que se había establecido sobre la forma de gobierno.
Efectivamente el día 11 de octubre se reunieron en el circo Price de Madrid un
nutrido grupo de demócratas con el fin de discutir la viabilidad de establecer
en aquellos momentos la República. El resultado sólo podía ser la ruptura entre
las facciones demócratas: aquellos que como Cristino Martos abogaban por la
accidentalidad de las formas de gobierno o quienes como Estanislao Figueras se
pronunciaban resueltamente contra la monarquía.
Al final se concluyó: "Queda acordado que la
República Federal es la forma de gobierno que adopta la democracia
española". Lo cual quedó refrendado en otra reunión que tuvo lugar el día
18.
La dualidad de poderes pronto se resolvió con la orden
de disolución de las juntas que, asombrosamente, se fueron disolviendo casi sin
ofrecer resistencia. Desde ese momento las manos del gobierno estaban libres
para trabajar en provecho propio. Lógicamente, Rivero, que había acepado
disolver la junta de Madrid y aconsejar a las demás a hacer lo propio, fue
tildado de traidor por sus correligionarios. Pero la traición de Rivero, si así
se puede calificar su gesto, no paró aquí. El 12 de noviembre, junto con otros
demócratas, aceptaba redactar un manifiesto por el que una fracción de este
partido aceptaba circunstancialmente la forma de gobierno monárquica.
La suerte estaba echada. Ya sólo quedaba al gobierno
desarmar a la milicia popular y acabar de atar los últimos cabos que aún
quedaban sueltos. Circunstancias fortuitas hicieron que el desarme en Puerto de
Santa María desencadenase una insurrección republicana que en un primer momento
el gobierno intentó presentar como un intento de restauración borbónica, lo
cual le permitió aplastarla sin demasiados problemas. Unas semanas más tarde
haría lo propio en Málaga.
La confianza de la mayor parte de los republicanos se
centró en el resultado de las votaciones que debían celebrarse. En un primer
lugar las municipales, que como ocurriría siempre en momentos críticos fueron
ganadas por los republicanos en las principales ciudades, lo cual creó una
cierta expectativa de triunfo en las constitucionales que fueron convocadas
para principios de enero. Sin embargo, estas perspectivas se vieron frustradas
en cierto modo y los republicanos debieron conformarse con obtener una minoría
representativa.
Los ecos del fragor
El estallido revolucionario despertó grandes
expectativas en todos los medios de información europeos. Un enjambre de
periodistas, observadores y aventureros de toda laya se dieron cita en España.
Algunos de los medios de información daban cuenta de la venida de este o aquel
periodista. El Telégrafo,
diario barcelonés, anunció la llegada de Mr. Serland, redactor de Siècle[3], así como también la de J.K. Trebois, redactor de La Tribuna que le acompañaba[4]. Algunos días más tarde este mismo periódico anunciaba
la llegada de León Mechnikoff[5], emigrado ruso, corresponsal de un periódico de San
Petersburgo[6] y Lucien Combay, corresponsal del Temps y de la Ilustration "al objeto de
estudiar la revolución que acaba de verificarse en España, por el interés que
inspira a los extranjeros. Se proponen recorrer las principales capitales de
España".[7]
Casi al mismo tiempo que en España triunfaba la
revolución, el segundo Congreso de la Liga de la Paz y la Libertad se reunía en
Berna del 21 al 25 de septiembre de 1868[8], la minoría socialista encabezada por Bakunin presentó
desde la primera sesión una dura batalla a la fracción moderada. Entre los
delegados al congreso pertenecientes a esta minoría, se encontraba Eliseo
Reclus, amigo personal de Bakunin.[9]
Ante el desarrollo del Congreso, inclinado cada vez
más hacia posiciones conservadoras, la minoría socialista del mismo anunció el
último día de las sesiones (25), su retirada de la Liga, con la siguiente
declaración:
“Considerando que la mayoría de los miembros del
Congreso de la Liga de la Paz y la Libertad se ha pronunciado explícita y
apasionadamente contra la igualación económica y social de las clases y de
los individuos, y que todo programa y toda acción política que no tengan
por objetivo la realización de este principio no podría ser aceptado por los
demócratas socialistas, es decir, por los amigos conscientes y lógicos de la
paz y la libertad, los abajo firmantes creen que es su deber separarse de la
Liga”[10]
Entre los firmantes se encontraba, además de otros
muchos, Aristide Rey[11] y también Eliseo Reclus. A renglón seguido fue fundada
la Alianza Internacional de la Democracia Socialista (AIDS); aunque no tenemos
medios de saberlo es muy probable que los ecos de la revolución española
hubieran despertado ya el interés de Bakunin y decidiera en aquella reunión
enviar un emisario para entrar en contacto con los trabajadores españoles.
Al parecer la búsqueda no fue sencilla. Eliseo Reclus
rehusó categóricamente el ofrecimiento que se le hizo[12]; también rehusó Tucci[13], el siguiente en quien pensó Bakunin. Al final la
elección recayó en Fanelli que aceptó.[14]
Pero la idea de dirigirse a España para observar de
cerca los acontecimientos cruzó por la mente de muchísimos revolucionarios de
diferentes tendencias. Arístide Rey se preparó para cruzar los pirineos
provisto de un manifiesto firmado por el grupo de la Internacional parisina, el
grupo republicano rojo y por el grupo de los librepensadores.
También Elías Reclus había decidido viajar a España para
ver los acontecimientos de cerca y escribir sobre ellos[15], a tal efecto le mandó unas líneas a su hermano Eliseo
pidiéndole consejo. La respuesta de éste fue cauta; según sus impresiones, la
revolución estaba llegando a un callejón sin salida y la reacción había ya
empezado a sacar las uñas. Por otro lado, el desconocimiento del idioma junto a
la desconfianza de los españoles por todo lo que llegara de allende los
Pirineos, suponía un obstáculo no desdeñable que sólo habría paliado el
hipotético encuentro con Garrido, amigo de ambos, pero del que no habían oído
hablar desde hacía tiempo.[16]
Sea como fuere, Elías Reclus tomó la determinación de
venir a España y enterado de los deseos de Bakunin de enviar a alguien allí le
escribió seguramente ofreciéndose a servir de mensajero[17]. Desgraciadamente ignoramos la respuesta de Bakunin,
pero a la vista de los acontecimientos posteriores no debía confiar demasiado
en una acción secundaria, aunque tampoco la desdeñaría completamente.[18]
De todos modos se había decidido que todos ellos, Elías,
Aristide y Fanelli[19] se reunirían en Barcelona en la pensión Italia de la
calle Boquería[20]. Elías Reclus llegó alrededor del 26 de octubre a
Barcelona[21] y desde ese mismo día comenzó a tomar notas de sus
impresiones que inmediatamente, elaboradas en forma de artículo, mandaba a
París por correo a través de su hermano Eliseo para la revista La Revue Politique, cuya primera
entrega apareció en el número del 7 de noviembre.[22]
El interés de estas crónicas reside sobre todo en el
hecho de ser un relato de unos acontecimientos vividos muy de cerca en los
primeros meses de la revolución, es decir, cuando nadie sabía qué podía suceder
y todo era posible. El hecho de que Elías fuese amigo personal de notables
republicanos, especialmente de Fernando Garrido, le posibilitó contar con
información de primera mano y en cierto modo privilegiada.
A pesar del tiempo transcurrido conservan toda su
frescura y podemos seguir a través de ellas el giro imperceptible que los
acontecimientos van tomando hacia la consolidación de un régimen conservador,
cuya diferencia con el anterior habría que buscarla más en el despertar del
movimiento obrero que en el movimiento político mismo, en el que los
republicanos, como fuerza revolucionaria, no se mostraron a la altura de los
acontecimientos y fueron en todo momento a remolque de los mismos.
Los obstáculos a que aludía su hermano Eliseo -si
existieron- fueron salvados con relativa facilidad y poco después de su llegada
había establecido ya contacto con los exponentes republicanos de la ciudad
Condal, Tutau entre otros, el cual jugó un papel destacado en los primeros días
de la revolución.
La estancia de Reclus en España se prolongó durante
algunos meses sin que podamos saber a ciencia cierta el momento preciso de su
regreso a París. La última fecha anotada en su cuaderno de notas es del 10 de
marzo de 1869; sin embargo existe una carta enviada a su esposa, sin fecha,
pero que el recopilador de la correspondencia data de enero de 1869
(erróneamente se apunta 1868), en la cual asegura que regresaría el 16 ó 17 de
ese mes. Según las notas de su diario, estuvo presente en la apertura de las
Cortes constituyentes que tuvieron lugar el 11 de febrero, por tanto es
absolutamente imposible que hubiera regresado el mes anterior. O bien la carta
no está bien datada -que es lo más probable- o bien retrasó su regreso por
algún imprevisto que lo retuvo todavía dos meses más en nuestro país. Pues lo
cierto es que el regreso de Reclus a Francia se produjo después del 10 de
marzo.
Los republicanos y el
movimiento obrero
Debido a sus especiales características geográficas y a
su evolución histórica, la Península Ibérica es un territorio idóneo para
desarrollar las ventajas políticas que proporciona el federalismo. Por ello, la
centralización política y administrativa, inaugurada por los reyes católicos,
dio inicio a una serie de tensiones entre el centro y la periferia - tensiones
que ya se habían producido anteriormente en diversas ocasiones- que se fueron
agudizando a través de los siglos. Portugal recobró su independencia en 1640 al
mismo tiempo que Cataluña fue derrotada; algunos años más tarde -a principios
del siglo XVII- el resultado de la llamada guerra de sucesión, en la que
Cataluña y Levante se enfrentaron a la dinastía borbónica que salió triunfante,
fue la pérdida de todos sus privilegios y el sometimiento al absolutismo
centralista borbónico. El problema parecía resuelto, pero tan sólo se había
logrado sepultarlo bajo un montón de cadáveres.
Tras la Revolución francesa, nuevas ideas políticas se
abrirían paso poco a poco y entre ellas la idea federalista que cobró fuerza a
mediados del siglo XIX. Efectivamente, en 1849 de la tendencia política
progresista se desgajó un núcleo importante que fundó el partido demócrata[23], el
cual con el correr de los años se identificaría con la república, ya que todos
sus miembros -al menos en la teoría- eran furibundos antimonárquicos.
Pero prácticamente desde el inicio el partido se
dividiría en dos tendencias claramente diferenciadas y que originarían serías
polémicas entre los partidarios de las mismas; por un lado los individualistas
y por otro los llamados socialistas. Ambas tendencias podrían identificarse
respectivamente con el centralismo y la república federal. Como es lógico, las
tendencias federalistas se situaban mayoritariamente en la periferia del país
que además incluía algunas de las zonas más industrializadas de la península,
especialmente Cataluña.
No obstante, el desarrollo del movimiento republicano en
España fue muy desigual y, sobre todo, ambiguo. El papel que los republicanos
jugaron en el sexenio democrático es una muestra clara de lo que sería su
posterior evolución; mientras una fracción deseaba la instauración
revolucionaria de la república, otros lo fiaban todo al resultado electoral, lo
cual conduciría siempre necesariamente a un fracaso político completo.
La Primera república, instaurada el 11 de febrero de
1873, lo fue por el agotamiento de los candidatos idóneos al trono español y su
inercia política, lastrada por el temor de sus dirigentes a una posible
desestabilización del país, daría lugar a la insurrección cantonalista que
acabaría ahogada en sangre. La propia república acabaría dramáticamente cuando
el general Pavía, a lomos de su brioso caballo, invadiría la sala del congreso,
humillando a sus señorías y mandándolas a casa de vacaciones.
Mucho más trágicamente -como todo el mundo sabe-
acabaría la segunda república, y casi exactamente por los mismos motivos.
También las relaciones del movimiento obrero con el
republicanismo se vieron mediatizadas por esa particular ambigüedad. Salvo
honrosas excepciones, los republicanos sólo veían en el movimiento obrero una
cantera electoral, pero también un posible foco de desestabilización política y
social. La decisión de los republicanos, tras el abatimiento de la monarquía
borbónica en 1868, de dejar en suspenso la cuestión social hasta el triunfo
definitivo de la república, lo que equivalía a dejarla en suspenso
indefinidamente, es una clara muestra de su talante hacia las clases populares.
En estas circunstancias no resulta nada extraño que el
movimiento obrero se fuera paulatinamente alejando de la política, que en nada
le había beneficiado hasta entonces, y adoptara actitudes abstencionistas cada
vez más acusadas. Por ello, cuando Fanelli llegó a España, se encontró con un
terreno ya suficientemente abonado para su propaganda internacionalista y
especialmente en lo que respecta a la consigna de la Internacional: “La
emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos”. El
anarquismo -propiamente hablando debería decir bakuninismo o colectivismo-
recogió estos presupuestos y los desarrolló, lo cual le permitió ser la única
fuerza política que defendió los intereses del proletariado durante
prácticamente todo el último tercio del siglo XIX.
Así pues, el anarquismo en España llevó las ideas de
autonomía y federalismo hasta sus últimas consecuencias, realizando la tarea
que el republicanismo se mostró incapaz de llevar a término y, aunque Elías
Reclus fue en todo momento consciente de las contradicciones del republicanismo
español y de su falta de audacia para encarar frontalmente los problemas
políticos, criticó la actuación de Fanelli en España, porque desde su punto de
vista traicionaba la confianza que los republicanos españoles habían puesto en
él, haciendo propaganda antirrepublicana a sus espaldas. Este hecho motivó la
ruptura definitiva entre ambos.[24]
Los misterios del manuscrito
Esta antología de los escritos de Reclus sobre la
revolución de septiembre la he dispuesto del modo siguiente:
1º.- Como cuerpo principal he trascrito las notas que
Elías comenzó a tomar desde el mismo momento de su llegada a Barcelona y que
continuó escribiendo hasta su regreso a París. Este manuscrito fue publicado
por partes en La Revista Blanca
de Barcelona, traducido por Eusebio Carbó[25] a
principios de los años 30[26]. Ignoro como llegó este manuscrito a las manos de la
familia Urales, propietaria de la citada revista. Una hipótesis bastante
verosímil hace pensar en Max Nettlau como posible intermediario en uno de sus
diversos viajes a Barcelona hospedado por aquellos. En cualquier caso mis
investigaciones en torno al paradero actual de dicho manuscrito han resultado
infructuosas. Por ello me ha sido imposible revisar la traducción realizada por
Carbó y corregir debidamente los errores observados. He tratado de subsanarlos
en la medida de lo posible ayudado por los artículos que el revolucionario
francés realizó apoyándose en sus notas, pero he respetado escrupulosamente la
traducción de Carbó. He añadido las notas que he creído pertinentes para la
mejor comprensión del texto del manuscrito; por tanto -salvo indicación en
contra- las notas a pie de página son responsabilidad exclusiva mía. De otro
lado, el manuscrito, tal como fue publicado por La Revista Blanca, no
estaba divido en capítulos, pero he creído conveniente poner un título a cada
una de sus partes, recogiendo los que Reclus asignó a sus artículos y añadiendo
otros que ilustrasen su contenido.
2º.- En apéndice he incluido la traducción de los
artículos que Reclus escribió para la revista parisina La Revue Politique. A pesar de que
al estar basados en el cuaderno de notas algunos de ellos repiten las ideas
expuestas en aquél, me ha parecido, sin embargo, interesante incluirlos porque
se observa una mayor elaboración y selección del material que podía interesar
al público francés.
3º.- Por último he creído conveniente añadir en el
apéndice algunos documentos de extraordinaria importancia en los
acontecimientos relatados por Elías Reclus.
Conviene señalar, no obstante, que existen, además de
los inconvenientes ya señalados, algunas paradojas en este manuscrito. La
primera y quizá la más importante es que Elías Reclus no nos relata todos los
recorridos que hizo en compañía de su amigo Garrido, aunque quizá esto se deba
a que no quería abusar de las notas que iba tomando[27]. Lo
cierto es que a través de la correspondencia de su hermano Eliseo nos enteramos
con sorpresa de que también participó en una asamblea en Sabadell[28]. Por
otro lado, era lógico que Garrido, además de hacer una gira por las tierras de
Gerona, lo hiciera también por las poblaciones fabriles de Barcelona donde se
concentraba la mayor parte de la clase trabajadora, la potencial cantera
electoral de los republicanos. Otra curiosidad del manuscrito, aunque reviste
menos importancia, estriba en el hecho de que no cite a sus acompañantes de
otras latitudes por su nombre, ni a su amigo el periodista ruso, ni a Fanelli,
ni siquiera a su amigo de peripecias Arístide Rey. ¿Por seguridad?
Probablemente.
Una última cosa a resaltar: todos los que vinieron a
España a observar de cerca los acontecimientos de la denominada “gloriosa
revolución de septiembre” escribieron sobre los mismos, pero ninguno de estos
escritos ha sido rescatado del olvido y estoy convencido que, al igual que el
escrito de Reclus, algunos de ellos deben de tener gran importancia histórica,
especialmente el de Arístide Rey.
Antes de finalizar debo hacer notar que ya hubo, al
menos, un intento anterior de publicar el cuaderno de notas trascrito a través
de La Revista Blanca[29]. Sin embargo mis esfuerzos por tratar de entrar en
contacto con la historiadora Clara Lida para averiguar si todavía pensaba en su
publicación resultaron infructuosos. Por ello, y estando convencido de la
importancia objetiva de este material, es por lo que me he decidido finalmente
a darlo a la luz.
Sin embargo, mi esfuerzo aislado no hubiera alcanzado el
fin deseado sin la desinteresada ayuda de un montón de amigos. En primer lugar
mi compañera Carmen Rius que tuvo la paciencia de transcribir el manuscrito,
después mi amigo Quim Sirera que se prestó gustoso a corregir la traducción de
los artículos. Deseo también agradecer la valiosa colaboración de mi gran amigo
José Manuel Alcaide que me facilitó algunas notas de su querida Valencia que
tan bien conoce, así como la del doctor José Martí Boscá que buscó afanosamente
datos que yo le solicitaba, lo mismo que Rafa Maestre. Mi queridísimo amigo
Miguel Ángel Carmona, El Bole,
puso a mi completa disposición su casa y su biblioteca con su natural
generosidad. A mis compañeros del Ateneo Libertario Al Margen que tuvieron que
soportar mis constantes demandas de auxilio y seguramente me dejo en el tintero
otros buenos amigos que aún sin saberlo me prestaron su ayuda. Este trabajo les
pertenece tanto como a mí en su vertiente positiva. Las responsabilidades de la
vertiente contraria las asumo en solitario sin vergüenza.
Paco
Madrid
[1] Según Reclus, éste fue
el navío que disparó el primer cañonazo contra las defensas de Cádiz, pero
según otras versiones quien hizo ese primer disparo fue la fragata Zaragoza.
[2] La composición del gobierno provisional por decisión de
Serrano, que ostentaba la jefatura del mismo, fue: Ministro de la Guerra, Juan
Prim, marqués de los Castillejos; Estado, Juan Álvarez de Lorenzana; Gracia y
Justicia, Antonio Romero Ortiz; Marina, Juan Topete; Hacienda, Laureano
Figuerola; Gobernación, Práxedes Mateo Sagasta; Fomento, Manuel Ruiz Zorrilla;
Ultramar, Adelardo López de Ayala. (Cfr. Fernández Almagro,
Melchor (1968), volumen I, p. 23 y también,
Roure, Conrad (1927), volumen III, pp. 135-136).
[3] "Se halla en esta ciudad el apreciable periodista
francés Mr. Serland, redactor del "Siècle" y corresponsal de varias
otras publicaciones del vecino imperio. El objeto de su llegada tiene relación
con el estudio que quieren hacer nuestros vecinos del movimiento revolucionario
verificado en España." (10 octubre 1868).
[4] (12 octubre 1868).
[5] Este periodista era amigo personal de Elías Reclus y
seguramente es a él a quien se refiere en su diario aunque sin nombrarlo.
[6] Era redactor de La Gaceta de San Petersburgo,
cfr. Lida, Clara E. (1970), p. 59.
[7] (18 octubre 1868).
[8] La Liga de la Paz y la Libertad fue fundada en
Suiza por un grupo de republicanos y liberales (Víctor Hugo y Garibaldi, entre
otros muchos). Bakunin participó en sus trabajos hasta su retirada en el
segundo congreso.
[9] En una larga carta a su hermano Elías, sin fecha, pero
escrita algunos días después de finalizado el congreso, Eliseo le transmitía
sus impresiones personales sobre el desarrollo de las sesiones, en las cuales
participó activamente, Correspondance
d'Elisée Reclus
(1911-1925), I, 279-287.
[10] Guillaume, James (1985), I, 75
Fue
expulsado para siempre de la universidad de París, por haber asistido y tomado
la palabra, como estudiante de medicina, en el congreso internacional de
estudiantes que tuvo lugar en Lieja a finales de octubre de 1865. Como firmante
del manifiesto de la minoría socialista, en el segundo congreso de la Paz y la
Libertad, fue considerado por Bakunin como miembro fundador de la Alianza.
Acudió a España en compañía de Elías Reclus para hacer propaganda republicana y
una vez allí escribió sus apreciaciones de la revolución para el periódico La
Democratie de París. Acabó siendo diputado oportunista.
[12] En la carta a su hermano sin fecha, pero con toda
probabilidad de octubre de 1868 le anunciaba que Bakunin deseaba que fuese él,
pero había rechazado el ofrecimiento, Correspondance d'Elisée Reclus (1911-1925), I, 294
[13] Alberto Tucci
Abogado. En 1866 entró a formar parte de la Alianza
secreta fundada por Bakunin en Nápoles y desde entonces estuvo siempre muy
cercano al revolucionario ruso. Junto con Malatesta formó parte de la
Federación obrera napolitana y fue el principal redactor del periódico La
Campana.
[14] Carta citada.
[15] Aunque no podemos asegurarlo categóricamente, con toda
probabilidad su objetivo era ejercer de corresponsal de la revista "La
Revue Politique" de París que había comenzado a publicarse en junio de ese
mismo año, seguramente por indicación expresa de su director. De ese mismo
parecer es el compilador de la Correspondance
d'Elisée Reclus
(1911-1925), I, 192, nota 1, el cual afirma que
"Elías quería ver de cerca los acontecimientos para su periódico y
realizar una cierta propaganda republicana”.
[17] Esta carta la mandó a través de su hermano Eliseo,
véase, Correspondance d'Elisée Reclus (1911-1925), I,
294. Es muy posible que también Aristide Rey hiciera el mismo ofrecimiento.
[18] Según Lida, Clara E. (1970), p. 58, tanto Elías Reclus
como Aristide Rey serían miembros de la Alianza secreta y enviados especiales
de Bakunin, lo cual tiene poco sentido. Cita esta misma autora a Alfred Naquet,
"otro asociado de Bakunin" que también vino a España para actuar como
agente de la revolución. Poco menos que considera a todos los que vinieron como
emisarios especiales de Bakunin.
[19] Nettlau, Max (19773), pp. 21-25, reproduce
con todo lujo de detalles las peripecias de Fanelli antes de rendir viaje a
España.
[20] Posteriormente hubo cambio de planes, ya que dicha
pensión no existía desde hacía algún tiempo.
[21] Se ignora si iba ya acompañado de Arístide o bien éste
se reunió con él en la ciudad, al igual que lo hizo Fanelli algunos días más
tarde
[22] Los artículos de Reclus fueron publicados en La Revue Politique en forma de correspondencias desde
España por Elías Reclus. El primero está fechado el 1 noviembre 1868 y el
último que Nettlau conoció está fechado en Alora el 6 de diciembre y apunta que
quizá escribiera otros en 1869, cfr.
Nettlau, Max (19773), pp. 24-25. Efectivamente escribió dos
artículos más, que sepamos, fechados respectivamente el 26 diciembre 1868 y el
4 enero 1869.
[23] Para un análisis
detallado de este partido y sus antecedentes y posterior evolución, véase,
Eiras Roel, Antonio (1961).
[24] Nettlau, Max (19773), pp. 32-33, explica con todo lujo de
detalles las tensas relaciones de Elías Reclus y Fanelli a raíz de estos
hechos.
[25] Sorprendentemente,
Clara, Josep (2003), 11, señala como traductor del cuaderno de Reclus a Enric
Casas Carbó. De cualquier manera la confusión es explicable ya que el traductor
firmaba con las iniciales E.C. Carbó que igual pueden pertenecer al que señala
Clara, como a Eusebio Carbó Carbó.
[26] En concreto desde el 1 de marzo de 1932 hasta el 1 de
noviembre de 1933.
[27] Al no tener el
manuscrito original no nos es posible saber si fue la propia “Revista Blanca”
la que decidió omitir algunos pasajes del cuaderno.
[28] Correspondance d'Elisée Reclus (1911-1925), I, 307-308. En
esta asamblea Elías Reclus dirigió la palabra a los asistentes y el texto de
este discurso es recogido en la citada carta. Lo he incluido en el apéndice.
[29] "Una edición anotada de estas páginas del
revolucionario francés aparecerá próximamente en la colección “Historia y pensamiento ibéricos",
Las Americas Publishing Co., Nueva York, 1972. Información recogida en Nettlau,
Max (1971), p. 207, nota 11 (nota de la historiadora Clara E. Lida).
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