LOS
ASQUEROSOS
SANTIAGO
LORENZO
1964. PORTUGALETE. Vizcaya
En fin, la historia
de Manuel no resultaba nada original en aquellos tiempos, con ejércitos de
hombres y mujeres meando aprisa para que no les pillaran en esas si les
llamaban por teléfono para un empleo.
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Pasaba períodos de paro, y la
separación de mi mujer y la manutención de los dos hijos que tengo me habían
dejado esquilmadito (dinero bien empleado, no digo que no. Me quité a los tres
de encima).
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Le quedaban víveres para llegar a un
octavo y móvil para otro ciclo como este, siendo optimista. Después de eso, si
no solucionábamos los problemas de pertrechos y batería ya no podíamos ir a
cardar ingles. Que los abastos y la energía no iban a caer del cielo.
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Cavó un hoyo en el suelo del patio, sin
embargo, y depositó en él los víveres del LIdl. Que se mantenían frescos por lo
húmedo del terreno y el respiro término de la noche. De algún modo sacaba su
sustento de la tierra dadivosa. Salchichas de sembrado y espetec de bancal.
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Él prevenía las bacterias con agua con
sal, colutorio inmejorable y mucho más eficaz que los enjuagues de color
fosforito que venden. El vinagre era su antídoto contra las picaduras, y la
leche contra el ardor de estómago. Decía que nos llevamos el dedo a la boca
instintivamente cuando nos cortamos porque no hay remedio comparable ala saliva
para la coagulación de la sangre.
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En fin, que no necesitaba nada de lo
adquirible en una tienda. La carencia era su gran, saciante patrimonio. Se
estaba instalando en una austeridad fiera en la que chapoteaba cada vez con
mayor deleite, como quien se da a la gimnasia extrema y goza con la queja
muscular, la falta de aliento y el dolor de plantas. Su apetito por la
sobriedad empezaba a ser gula, y su amor por la pobreza empezaba a ser lujuria.
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Lo bueno no era que con tantas horas
por delante pudiera hacer lo que le saliera de los cojones. Lo bueno era que no
paraban de salirle cosas de los cojones todo el día. Sin esta fase 2, el pobre
canelo que sólo reúna la 1 acabará colgándose por el cuello tras el primer
trimestre, ahogado por la frustración de haber esperado siempre a que llegue el
tiempo para sí y encontrándose con la olla de cagarros especiados que se va a
comer cuando mire el reloj y sea todavía por la mañana (les ocurre a muchos
jubilados).
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No toparse con nadie servía, ante todo,
para no toparse con nadie. Máxima de máxima depauperación formular en la que él
sin embargo pensaba muy a menudo, dándole mucha bola en su fuero interno. (…)
Se supone que la soledad es el gran mal
que aqueja al hombre contemporáneo. A él toda le parecía poca. Dentelleaba la
que tenía y pedía más, para guardarla, para ahorrarla, para dilapidarla a todas
horas, como quien quiere más chocolatinas, más tabaco, más vacaciones. Como ese
que desea más amigos y más amor, así codiciaba el señor Manuel más nadies y menos alguienes.
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Un poco de viento las hacía moverse, y
el sonido que levantaban era igualito al delos pasos humanos. La de sustos que
se llevó creyendo que había alguien por allí cerca. (…) Por el miedo a que
surgiera un bípedo calzado, sin más, que viniera a darle la plasta con sus
cuitas y sus perdigones de saliva. (…) La cosa era vivir arrinconado, sin más
palabras ni pautas que las propias. Todas las deudas son con la gente. No hay
gente, no hay deudas. Sólo las que tiene uno consigo mismo. Y ese deudor no se
escapará.
Así iba él, dando entrada gustoso a la
bienvenida despresencia de personas
en su falansterio de un solo nota. Como un ermitaño en retiro consciente y
anhelado, consecuente y final. Gremio este, el de la gruta, por el que Manuel
siempre sintió una remota e infundada admiración que ahora se explicaba. Para
él, los que lo formaban eran unos mendas que simulaban abrazar una fe que podía
importarles lo mismo que lo que te viene en la punta de un palillo usado.
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Una (de los vecinos que se han
instalado en la casa de al lado) que no salía sin las joyas llevaba en la
camisa el circulito de los hippies. Otro muy asnal se presentaba con la leyenda
de Oxford University, desprestigiando a un claustro que no le habría admitido
en la casa sabia ni como cadáver donado. (…) Sentían un patente horror al
silencio. No sabían estar sin hacer ruido, como si necesitaran la constante
confirmación de que estaban presentes allí y en ese momento. Si el miedo al
silencio es de gente acobardada ante sí misma, estos vivían en el pasaje del
terror.
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Salía mucho “calidad de vida”, la
formulación con la que los desmigados se intentan convencer de que están contentos.
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Los chavalines tenían unos nombres de
vergüenza ajena, por ver quién bautizaba con menos sentido. Los niños no eran
responsables de sus títulos. Pero iban a ser criados por los marretes que se
los habían endilgado. Las perspectivas a futuro eran las peores. No
desaprovecharían el cretinismo surtido por los progenitores desde el momento
mismo de su inscripción en el estadillo de natalicios. (…) Sus padrecitos eran
infradotados que preferían sus artefactos antes que a sus hijos, si bien no
parecía que lo supieran.
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El domingo por la tarde, a eso de las
seis, se volvían a sus casas, con expresión de haber quedado transidos de
naturaleza e imbuidos de experiencia agreste. Como quien se va de putas y
vuelve creyéndose un conquistador. (…)
Todo muy primigenio, floral y genuino,
antes de volver a sus domóticas, sus coches guarros y sus programas de tele
para desnormales del marranal.
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Se trataba de un portarrollos para
papel de váter. Llevaba una resistencia en su interior. Se accionaba mediante
un interruptor, y el invento dispensaba el papel higiénico a la temperatura del
cuerpo humano. Se quedó mirándolo como un bobo. Pero lo dejó estar.
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En un sentido figurado, Manuel pensaba
en Mongolia. Es el país con la densidad de población más escuchimizada del
globo, con sólo dos mongoles por kilómetro cuadrado. Qué finca encantadora. Qué
Jauja, siempre que se tome la precaución de no asentarse en un trozo con
aglomeración muy cercana cena la media. A ver si iba a presentarse Manuel en su
kilómetro cuadrado del Asia Central y caía al lado de los dos chorbos que dice
el ratio. (…)
A muchos hombres y mujeres, el Manuel
del exilio cerrado y ciego les resultaría un asocial, un indeseable. No un asqueroso
más, sino el que más.
No se equivocarán. Pero él será el
asqueroso singular cuya asquerosía nadie tendrá que sufrir. A Manuel, metido en
su celda estanca, no le va a padecer nadie. El vicio se trocará en virtud
porque sólo computará beneficiados (él) y ningún perjudicado. Su apartamiento
no ocasionará damnificados ni acarreará perjuicios, por causa de fuerza mayor.
(…)
A día de hoy, Manuel es un ser exento
de mal por falta de entidad humana sobre la que desplegarlo.
Todo número multiplicado por cero da
cero. Un asqueroso por cero receptores, igual a cero. Igual al cero que Manuel
quiere ser, un cero a la izquierda en una escala que, por adimensional, no
tiene ni izquierda ni derecha.
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Manuel seguirá siendo un ermitaño sin
testigos que den fe de sus obras, un eremita con tantas ganas de estar solo que
no admite en su ámbito ni la presencia de Dios. (…)
Morirá hacia 2060 o 2070. Una voz de
tanatorio avisará: “Ya ha muerto, ya pueden pasar a saludarle”. No habrá nadie
esperando para entrar, ya su espíritu le parecerá muy bien. A su funeral no
asistirá ni un alma, porque no parece posible que yo llegue a fecha tan lejana.
No pasará nada por ello. Será enterrado como vivió: solo, feliz.
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EL BOBO DE KORIA
(RECOPILADOR)
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