LA PESTE

LA PESTE
ALBERT CAMUS

7 noviembre de 1913. DRÉAN. Argelia
4 enero de 1960. VILLEBLEVIN. Francia

         Su criada acababa de informarle que habían recogido varios cientos de ratas muertas en la gran fábrica donde trabajaba su marido.
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         Pero aparecían manchas en el vientre y en las piernas, un ganglio dejaba de supurar y después volvía a hincharse. La mayor parte de las veces el enfermo moría en medio de un olor espantoso.(…)
         -Sí, Castel –dijo Rieux-, es casi increíble, pero parece que es la peste.
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         En efecto, en tres días los dos pabellones estuvieron llenos. Richard creía saber que iban a desalojar una escuela e improvisar un hospital auxiliar.
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         El parte contenía: “Declaren el estado de peste. Cierren la ciudad”.
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         Una de las consecuencias más notables dela clausura de las puertas fue, en efecto, la súbita separación en que quedaron algunos seres que no estaban preparados para ello. (…)
         Los telegramas llegaron a ser nuestro único recurso. Seres ligados por la inteligencia, por el corazón o por la carne fueron reducidos a buscar los signos de estantigua comunión en las mayúsculas de un despacho de diez palabras. (…)
En tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda de su vecino; cada uno seguía solo con su preocupación.
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         Por haber anunciado un café que “el vino puro mata al microbio”, la idea ya natural en el público de que el alcohol preserva de las enfermedades infecciosas se afirmó en la opinión de todos.
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         Los periódicos publicaron decretos que renovaban la prohibición de salir y amenazaban con penas de prisión a los contraventores.
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         Desde el punto de vista dela peste, todo el mundo, desde el director hasta el último detenido, estaba condenado y, acaso por primera vez, reinaba en la cárcel una justicia absoluta.
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         Una vez más la peste se esmeraba en despistar todas las estrategias dirigidas contra ella, apareciendo allí donde no se la esperaba y desapareciendo de donde se la creía afincada. Una vez más se esforzaba la peste en sorprender.
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         -Dígame , doctor, ¿es cierto que van a levantar un monumento a los muertos de la peste?
         -Así dice el periódico. Una estela o una placa.
         -Estaba seguro. Habrá discursos.
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         Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad. Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas,…
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EL BOBO DE KORIA (RECOPILADOR)

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